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La desigualdad no es necesariamente terrible

La desigualdad económica en los países desarrollados ha alcanzado niveles sin precedentes desde la década de 1920. Sus efectos van más allá de la economía.

Trump HP
Trump HP | Photographer: Andrew Harrer/Bloomberg

En las últimas décadas, la desigualdad económica en Estados Unidos. y otros países desarrollados alcanzó niveles sin precedentes desde la década de 1920. Dicha desigualdad exacerba los problemas sociales agrandando los problemas de salud entre los pobres, reduciendo la movilidad económica y debilitando la democracia, según algunos investigadores. La desigualdad incluso hace desaparecer la cooperación básica humana, socavando la confianza en la que se basa la vida social.

Parte de esta investigación ha sido poco realista, asumiendo que las personas son idénticas en todos los aspectos aparte de la riqueza. En realidad, las personas difieren de muchas maneras, incluida la productividad y la capacidad de contribuir a las metas de un grupo. ¿Cómo pueden éstas características afectar la interacción entre la desigualdad y la cooperación? Experimentos recientes arrojaron algunas sorpresas. Sí, demasiada desigualdad es corrosiva para la sociedad. No obstante, muy poca también puede ser un problema: cuando algunas personas son más productivas para el beneficio de un grupo que otras, la desigualdad moderada puede incluso impulsar la cooperación.

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Vale la pena aclarar que esto, solo funciona si quienes reciben más también producen más para el bien común. Una mala alineación entre las recompensas y las contribuciones también es costosa para la sociedad. La cooperación es, tal vez, la habilidad singular que diferencia a los seres humanos de otras especies, y estos experimentos sugieren que su funcionamiento no es simple. La desigualdad no siempre es mala. Tampoco es, como sugieren los economistas con tendencia hacia la derecha, algo de lo que simplemente no debamos preocuparnos.

Un enfoque para estudiar la desigualdad y la cooperación es establecer un juego simple en en que los individuos eligen libremente cuánto dinero aportar a un fondo público. A medida que progresan las rondas, podrían recuperar más dinero si muchos otros también contribuyen. Por ende, todos tienen un incentivo para engañar, pero lo mejor es que contribuyan, siempre y cuando muchos otros lo hagan. Los estudios de este tipo han encontrado que las personas cooperan si su riqueza permanece relativamente igual, pero no mucho si las diferencias de riqueza se hacen muy grandes. La desigualdad destruye la solidaridad social.

¿Pero y si los participantes no solo son desiguales en riqueza? ¿Y si algunos son más productivos que otros, como suele ser el caso en la vida? El economista Oliver Hauser y sus colegas han explorado esta pregunta usando teoría de juegos, simulaciones por computador y otros experimentos en línea.

 

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Confirmaron que demasiada desigualdad generalmente vuelve a las personas menos cooperativas. En los experimentos en línea, una desigualdad alta hizo que los más ricos perdieran el interés en la cooperación, ya que no ganaban mucho de los participantes relativamente más pobres. Los participantes ricos llegaron a preferir el aislamiento social. Este resultado resuena con algunas tendencias perturbadoras en los últimos años, a medida que los hipermillonarios se han aislado cada vez más en comunidades cerradas y enclaves. Algunos incluso están haciendo planes para sobrevivir a una catástrofe global, dejando perecer al resto del mundo.

El hallazgo sorprendente del estudio es que una desigualdad moderada puede promover la cooperación, siempre y cuando quienes obtienen más del pastel sean más productivos para beneficio de todos. Tanto los más como los menos productivos se dan cuenta de que pueden beneficiarse si trabajan juntos. Los menos productivos toleran la mayor riqueza de los más productivos, dado que las contribuciones más grandes de este grupo benefician a todos. Los ricos notan que les cuesta poco contribuir más, y disfrutan de la riqueza adicional que reciben a cambio.

El otro lado de la moneda es que la cooperación colapsa rápidamente cuando más riqueza cae en las manos de los menos productivos.

Estos experimentos son mucho más simples que la vida real. Aún así, los dos factores que identifican como los más corrosivos para la cooperación —demasiada desigualdad y una mala alineación entre las contribuciones y las recompensas— parecen centrales para los problemas que plagan actualmente a las economías capitalistas. En su reciente libro “The Triumph of Injustice” (El triunfo de la injusticia), los economistas Emmanuel Saez y Gabriel Zucman exploran la manera en que los ricos han logrado mantener una porción cada vez más grande de su riqueza pagando impuestos a tasas más bajas que los pobres. En efecto, han dejado de contribuir al bien público. Mientras tanto, el economista Martin Wolf ha sugerido que la mejor explicación para la disminución de la productividad en las economías capitalistas es el cambio en la naturaleza de los negocios: las compañías cada vez obtienen más ganancias de actividades no productivas como las rentas y los mercados en los que un ganador se lleva todo.

Siendo así, no es de sorprender que los malestares sociales vinculados a la desigualdad estén empeorando.