La política de sanciones de Estados Unidos contra Rusia está evolucionando desde tratar de empujar al Kremlin en la dirección deseada, hasta infligir el máximo dolor. Esta es una pendiente resbaladiza, y es hora de considerar las consecuencias más extremas para Rusia, así como para EE.UU. y sus aliados.
Durante una audiencia del Comisión de Banca del Senado esta semana, tuvo lugar un intercambio revelador entre el senador republicano John Kennedy y los altos funcionarios de sanciones del gobierno de Trump.
Kennedy exigió saber qué harían si el presidente les ordenase "poner de rodillas" a la economía rusa. No dieron una respuesta directa, diciendo en cambio que las ramificaciones de tal objetivo deberían evaluarse y que las actuales las sanciones ya eran agresivas. Irritado, Kennedy insistió: "¡Pero la economía no se ha puesto de rodillas!". Su frustración es comprensible. Estados Unidos ha impuesto sanciones, o lo hará en respuesta a una serie de acciones rusas: el anexión de Crimea, el fomento de una rebelión pro rusa en el este de Ucrania, el intento de envenenamiento de un ex espía en el Reino Unido y una serie de ciberataques. La lista podría continuar, pero la Rusia del presidente Vladimir Putin se las ha arreglado para hacer todo eso.
La subsecretaria del Tesoro, Sigal Mandelker, dijo en su testimonio que cree que el "aventurerismo" de Rusia ha sido efectivamente controlado por el dolor económico que las sanciones han infligido. Sin embargo, eso parece una declaración de fe, más que una realidad. No hay evidencia de que las sanciones hayan afectado el pensamiento o los planes de Putin y que él quiera que sean levantados no es una prueba.
Obviamente, las medidas de los EE.UU. son una molestia en varios niveles y han desencadenado una caída de la inversión extranjera directa de la que Rusia, a pesar de su reciente crecimiento económico, no se ha recuperado. Algunos grandes proyectos energéticos se han postergado por al menos unos años, sumado al daño a los empresarios en sus compañías. Sin embargo no está claro cuántos de sus activos se han congelado, pero este mes, un informe del Departamento del Tesoro de EE.UU. al Congreso calculó la cifra en "cientos de millones de dólares" solo en EE.UU.
Cualquiera querría que esos problemas desaparecieran, pero la postura sin remordimientos de Rusia y la ausencia de nuevas acciones por parte de Putin que pudieran interpretarse como una ofrenda de paz, muestran que el Kremlin no está dispuesto a dar el brazo a torcer para que EE.UU. retroceda y eso genera tentación en Washington de hacer que esa presión sea abrumadora. Incluso si la administración de Trump no quiere ir tan lejos, muchos legisladores sí quieren.
Kennedy no está solo en ese deseo. Otros seis senadores han redactado un proyecto de ley que castigaría las inversiones en proyectos energéticos rusos, bonos del gobierno y, esencialmente, cualquier acuerdo con su industria tecnológica que pueda facilitar actividades cibernéticas maliciosas. Esto, así como las sanciones que amenazan a las empresas europeas involucradas en Nord Stream 2, un gasoducto que Rusia está construyendo que se conectará con Alemania, estaría cerca del alcance de las medidas que EE.UU. puede implementar.
En el caso más extremo, Washington podría imponer el mismo tipo de embargo que en Irán. Eso haría imposible que cualquier compañía con vínculos con EE.UU. realice negocios con Rusia y aislaría a todos los bancos de Rusia del sistema financiero basado en dólares, además de castigar a los compradores de petróleo y gas del país.
Ni siquiera los de línea más dura están dispuestos a considerar la parte del petróleo y gas de esta opción. Rusia es el mayor exportador de gas natural del mundo y produce alrededor de tres veces más crudo que Irán, por lo que eliminarlo del mercado desencadenaría una crisis energética mundial. De mismo modo, sancionar con US$486.00 millones a la deuda externa rusa también afectaría a los mercados y causaría profundas pérdidas a los inversionistas, incluidos los que tienen su base en EE.UU. El proyecto de ley del Senado es lo más extremo posible, sin desencadenar tales cataclismos.
Más restricciones contra las industrias de energía y tecnología de Rusia probablemente significarían represalias para las empresas estadounidenses que operan en el país. Las 50 más grandes, entre ellas Philip Morris International Inc., PepsiCo Inc. y Procter & Gamble Co., tienen ventas de alrededor de US$16.000 millones allí, según Forbes Russia. El Kremlin ha dudado mucho en declarar la guerra a estas empresas, ya que las dos últimas administraciones estadounidenses han utilizado la fuerza económica máxima contra los sectores de energía y finanzas de Rusia.
A medida que EE.UU. comienzan a considerar una guerra económica total, las dos preguntas estratégicas que se deben responder son: qué precio está dispuesto a pagar para extraer alguna concesión del gobierno de Putin y cuánto tiempo está dispuesto a esperar. En términos macroeconómicos, Rusia, con un desempleo en un mínimo histórico, una inflación modesta y US$400.000 millones en reservas internacionales, es poco probable que se derrumbe antes que EE.UU. desate una crisis energética o de deuda global que lleve a sus aliados a abandonarlo.
Si no se aplican las medidas más extremas, Rusia podría aguantar durante años con un crecimiento relativamente bajo. Esa es la base de los cálculos de Putin y es un mal augurio para la dirección actual de la política de EE.UU. Si Washington inflige tanto dolor como puede, y nada cambia, será un fracaso doloroso para la superpotencia.
* Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.