El 1 de septiembre es la fecha límite para aplicar al cargo de director del Museo Judío de Berlín. Es tal vez el trabajo más difícil del mundo: implica maniobrar entre los intereses del gobierno alemán, la comunidad judía del país, las organizaciones judías internacionales, el gobierno israelí y diversos grupos académicos. El director anterior, Peter Schaefer, quien renunció bajo presión el 14 de junio, no logró encontrar el equilibrio adecuado.
El museo, el más grande de su tipo en Europa, atrae a unos 650.000 visitantes al año. Está alojado en varios edificios, entre ellos uno impresionante y moderno diseñado por Daniel Libeskind y construido en 2001.
La financiación proviene principalmente del Estado, y la junta de la fundación que dirige el museo está a cargo de Monika Gruetters, comisionada del gobierno alemán para Cultura y Medios. A la vez, y quizás en parte por esta razón, gran parte del mundo judío lo observa escrupulosamente. Claro, cualquier proyecto del gobierno alemán que tenga que ver con la historia judía estaría bajo observación.
Schaefer, que no es judío, se interesó por el judaísmo a través de la teología católica y se convirtió en uno de los principales eruditos de estudios judíos del país, con la dirección del primer departamento especializado en la disciplina que se restableció desde la Segunda Guerra Mundial, en la Universidad Libre de Berlín. Cuando asumió el liderazgo del museo en 2014, activistas judíos observaban con recelo algunas de sus medidas.
Lo criticaron por invitar a un erudito palestino a dictar una conferencia en el museo; por ofrecer un recorrido personalizado a un diplomático iraní que luego pronunció una diatriba antiisraelí; por realizar una exposición sobre Jerusalén que resultó en una carta de enojo del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a la canciller alemana, Angela Merkel, en la que le solicitaba que cancelara la financiación del museo.
Sin embargo, a la final, se vio obligado a renunciar —"para evitar más daños" al museo, como decía la explicación oficial— debido a un tuit que ni siquiera había escrito (el publicista del museo, que sí lo escribió, también fue despedido). En realidad, se trataba de un retuit de un artículo del diario Die Tageszeitung sobre una declaración firmada por 240 académicos israelíes y judíos que criticaban una resolución del Parlamento alemán que calificaba el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) de antisemita.
El movimiento, una alianza de grupos que condena el trato de Israel a árabes palestinos y mantiene un boicot a los productos fabricados en los asentamientos israelíes en Cisjordania, niega las acusaciones de antisemitismo y argumenta que su disputa es con el gobierno israelí, no con los judíos. Académicos, entre ellos destacados eruditos israelíes, en su mayoría del lado izquierdo del espectro político, argumentaron que BDS tiene derecho a su postura a favor de Palestina.
El Consejo Central de los Judíos en Alemania decidió que el retuit completo sobrepasaba un límite. "La copa está llena", decía el tuit. "El Museo Judío de Berlín parece completamente fuera de control. En estas circunstancias, uno debe considerar si la descripción "judío" todavía se justifica". B’nai B’rith International, la organización judía mundial, se sumó a las críticas. Ocho días después del tuit, Schaefer renunció, y se consideraron insuficientes sus disculpas y explicaciones sobre el museo y cómo en realidad no expresaba su apoyo a la declaración de académicos.
En una entrevista con Der Spiegel, poco antes de su renuncia, Schaefer explicó que, en su opinión, el museo es judío en el sentido en que abarca la cultura y la historia judías, "no porque pretendamos ser una institución judía que pertenece" a la comunidad judía y es su portavoz [...] sin mencionar al Estado israelí". Sin embargo, la pregunta es si una institución vinculada al gobierno alemán puede darse el lujo de adoptar esa postura. En el contexto de la historia de Alemania con los judíos, cualquier intento de neutralidad se toma, comprensiblemente, como un flashback del pasado nazi.
En las décadas de 1970 y 1980, mientras Estados Unidos planeaba la apertura de un museo en memoria del Holocausto en Washington, el gobierno alemán trabajó febrilmente para asegurarse de que no fuera "antialemán". Era importante para los gobiernos de los cancilleres Helmut Schmidt y Helmut Kohl que EE.UU., el mayor aliado de Alemania en ese momento, hiciera una clara distinción entre los nazis y la Alemania moderna.
El concepto oficial alemán de memoria y arrepentimiento ha cambiado mucho desde entonces, para disgusto de políticos de extrema derecha y algunos conservadores de la vieja escuela. Berlín creó su propio memorial del Holocausto y una exposición permanente, la Topografía del Terror, para documentar las atrocidades de la policía secreta nazi. No obstante, las palabras "judío" y "Berlín" en el nombre de una institución todavía son una mezcla sensible.
Esto eleva la pregunta de si el gobierno alemán no se ha sentido demasiado confiado en un rol tan visible en el funcionamiento del Museo Judío de Berlín. Con todos los políticos en su junta, la institución no puede sino asumir el papel de un instrumento de política gubernamental.
En la Alemania actual, integrar una creciente población musulmana e intentar mantener la paz entre los inmigrantes musulmanes y los judíos es un objetivo político importante, y exige un enfoque más ecuménico de la historia del Medio Oriente de lo que las organizaciones judías —comprensiblemente recelosas— están dispuestas a aceptar.
Si a esto le sumamos la tensión natural entre la inclinación izquierdista de la ciudad y la tendencia de extrema derecha de Netanyahu, queda claro que a cualquier director se le dificultará el desempeño del cargo.
Una posible solución sería que el gobierno retirara a sus representantes de la junta del museo y dejara su gestión en manos de un grupo de intelectuales y representantes de la comunidad judía. Esto no significa recortar los fondos estatales: continuar con estas contribuciones es parte de lo que cualquier gobierno alemán debe hacer.
Pero un museo judío en Berlín no necesariamente tiene que ser visto como una institución cultural estatal; más bien, debe reflejar las perspectivas históricas, el pensamiento, los argumentos y las contradicciones dentro de las comunidades de estudios judíos y los judíos de Berlín. Esto daría al próximo director un poco más de margen en la creatividad en lugar de tener que blindarse con excesiva cautela.