Los productos químicos que destruyen el ozono, que alguna vez se pensó habían sido erradicados con éxito, ahora están llegando nuevamente al aire, lo que ralentiza la recuperación de nuestra atmósfera después de que esos mismos productos químicos le abrieron un agujero a mediados del siglo XX. Además, ralentiza aun más las cosas que científicos no hayan logrado aún descubrir de dónde provienen estos productos químicos.
Antes de que el rápido cambio climático global captara nuestra atención colectiva, la destrucción de la capa de ozono de la tierra se había vuelto un tema controvertido. Químicos en la década de 1970 pronosticaron el daño que podrían causar los clorofluorocarbonos (CFC) a la atmósfera, que eran comunes en todo, desde aerosoles para el cabello hasta refrigeradores (ganaron el Premio Nobel en 1995). El Protocolo de Montreal de 1987, que consistía en la eliminación gradual de los CFC, fue finalmente firmada por 197 países, todos los países de las Naciones Unidas, además de entidades como la Unión Europea y la Santa Sede, lo que lo convierte en uno de los pináculos de la diplomacia ambiental global.
Entonces, algo divertido comenzó a suceder. En 2012, dos años después de que el tratado ordenara que toda la producción de CFC debía cesar, comenzaron a aparecer señales inesperadas en los niveles atmosféricos de un químico clave, CFC-11. Han sido atribuidas en parte a la producción no autorizada de productos químicos en China, pero aún no era suficiente para dar sentido a las concentraciones que los científicos estaban viendo.
Ahora, un equipo dirigido por científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts tiene una posible respuesta. Su investigación, publicada el martes en la revista Nature Communications, muestra que los equipos y materiales fabricados legalmente antes de la eliminación aún contienen enormes volúmenes de CFC. A medida que estos productos se descomponen, los productos químicos se escapan. Según los investigadores, las emisiones de estos "bancos" de químicos CFC previamente subestimados son suficientes para retrasar la recuperación del ozono en unos seis años si no se eliminan.
Los CFC, y sus eventuales reemplazos, los hidrofluorocarbonos, también atrapan el calor. Si bien hay mucha menor cantidad en la atmósfera que dióxido de carbono, son mucho más potentes. Los productos químicos que se liberan tienen un potencial de calentamiento de 9.000 millones de toneladas métricas de CO₂, o aproximadamente 30% más de lo que la Unión Europea se ha comprometido a eliminar para 2030.
Dada la antigua predominancia de los CFC, deshacerse de ellos sería un gran desafío. Significaría desmantelar edificios con aislamiento de espuma a base de CFC, reemplazar refrigeradores y acondicionadores de aire viejos y destruir o enterrar todo el lote para bloquear los CFC fuera de la atmósfera. "Si bien una destrucción del 100% de estos bancos no es realista", escriben los autores, "está claro que cierto material se puede recuperar y destruir".