Cuando faltan solo ocho meses para el brexit, el Gobierno del Reino Unido se muestra desesperado por un acuerdo de transición. A pesar de todo lo que se habla de acumular alimentos y medicinas, ningún político que se precie de tal haría que el país pase por la calamidad económica de un brexit "al borde del abismo".
Theresa May, quien asumió el control de su equipo de negociación de Bruselas, se reunirá el viernes con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, para tratar de suavizar su línea dura respecto de Gran Bretaña. La primera ministra se encuentra promoviendo su plan de Checkers, que incluye un área de libre comercio para bienes, pero no para servicios.
May se vio alentada por algunos comentarios positivos desde Berlín, ya que Angela Merkel estaría presuntamente dispuesta a permitirle a Gran Bretaña "una despedida digna". Pero sería absurdo que el Gobierno británico confundiera la disposición de ayudar a May a conseguir algún tipo de acuerdo disparatado con cualquier indicio de respaldo a su propuesta comercial híbrida. Como ha quedado bastante claro durante el último año y medio, los 27 estados miembros restantes no flexibilizarán las reglas que los unen para el beneficio de Gran Bretaña.
Tanto antes como después de la votación, los “brexiteers” –partidarios de la ruptura– han entregado varias razones de por qué el resto de la UE ayudaría al Reino Unido. Primero fue la escuela de fantasía económica de Boris Johnson: la UE estaría desesperada por evitar dañar su propia industria. Desde los fabricantes de automóviles de Alemania hasta los productores de prosecco de Italia, las empresas europeas obligarían a sus gobiernos a mantener fuertes lazos para preservar las exportaciones rentables.
Nada de eso ocurrió. Los 27 miembros de la UE respaldaron a su principal negociador, Michel Barnier, con apenas un indicio de división, salvo un mensaje de apoyo a los “brexiteers” por parte de Matteo Salvini, el viceprimer ministro de extrema derecha de Italia. En cuanto a los directivos de empresas en Europa, han estado mucho más preocupados por preservar la inviolabilidad del mercado único que de la posibilidad de perder exportaciones.
Ahora, es el turno del chantaje político. El argumento es que un brexit "sin acuerdo" generaría un resentimiento prolongado en Gran Bretaña hacia la UE (como si eso no hubiera estado presente hasta ahora). La propuesta de Chequers ya ha desencadenado renuncias en el gobierno de May. La UE debería tenderle una mano a la primera ministra para ayudarla a llegar a un acuerdo más allá de su Partido Conservador, amargamente dividido. La humillación no le interesaría a nadie.
Esta línea de pensamiento es, por decir lo menos, un poco egoísta. Es cierto que el plan de Chequers fue la primera propuesta coherente que ofreció el Reino Unido; pero solo porque los “brexiteers” perdieron meses en sus sueños nacionalistas sobre echarle la culpa a Bruselas, ¿por qué debería Barnier salir al rescate? Sí, sin duda preferiría tratar con May que con Johnson como primer ministro, pero la administración interna del Partido Conservador no es realmente su problema. No olvidemos que fue el Reino Unido el que votó por irse.
A pesar de la visión de los tabloides ingleses, de que los malvados eurócratas están decididos a castigar a la valiente Gran Bretaña, los negociadores de la UE solo intentan asegurarse de que las normas de su club permanezcan intactas después del brexit. Eso solo vale para los Estados miembro y otros países que mantienen relaciones con la UE, ya sean socios comerciales o miembros del Espacio Económico Europeo como Noruega.
Tampoco es inmediatamente evidente por qué mantener buenas relaciones con Gran Bretaña debería ser la prioridad. Por supuesto, existen fuertes vínculos comerciales, financieros y estratégicos que proteger, que no deben ser desestimados en la era Trump. Sin embargo, para cualquier líder de la UE, defender el interés nacional y el buen funcionamiento del bloque debe ser lo primero. Lo que está en juego es particularmente importante para Irlanda, que exige con razón garantías en su frontera. Pero es difícil ver que cualquier gobierno pueda permitir que Gran Bretaña disfrute de una mejor posición fuera de la UE que dentro. Esto no se trata de castigar a Gran Bretaña, es simple autopreservación.
Esto no significa, por supuesto, que los 27 miembros de la UE no se comprometan en algunas áreas. En servicios financieros, hay indicios de que es posible que Gran Bretaña finalmente haya aceptado que deberá adoptar las normas de Bruselas si quiere disfrutar del estatus de "equivalencia", donde certifica que sus sistemas reguladores son equivalentes a las normas de la UE. Este plan podría extenderse más allá de las áreas que abarcan acuerdos similares con otros países. Pero cabe señalar que Barnier solo cedería terreno donde sea de interés de la UE: en este caso, el grupo quiere seguir accediendo a los servicios financieros de primer nivel de la ciudad de Londres.
De hecho, aunque Gran Bretaña tiene todo el derecho a trazar sus líneas rojas en la negociación donde quiera, debe reconocer a estas alturas que no lleva las riendas aquí. Los Estados miembro entienden que el valor intrínseco de la UE proviene de su unidad. Gran Bretaña necesita aceptar que su valor independiente es mucho menor.