El Huracán Mitch fue el peor desastre natural que afectó a Centroamérica durante el siglo pasado. Además de causar más de 15.000 muertes a fines de 1998, destruyó el 70 por ciento de los cultivos de Honduras y Nicaragua.
En medio de la desolación, llegó cierto alivio desde Colombia: un banco de semillas en las afueras de Cali atesoraba las variedades de frijol perdidas. Gracias a ellas, los agricultores lograron recuperar su producción y restablecer la diversidad de cultivos. La importancia de los bancos de germoplasma -el concepto que designa la diversidad genética de especies de interés para la agricultura- no haría más que aumentar en los años siguientes.
El rol de la conservación
Sólo durante el siglo XX, la deforestación, la contaminación y el cambio climático llevaron a la pérdida del 75 por ciento de la diversidad de cultivos. Un tercio de la que aún queda corre riesgo de desaparecer para 2050.
De cara al futuro, preservar los cultivos y desarrollar variedades para enfrentar la crisis ambiental y la demanda creciente de alimentos resulta imprescindible para garantizar la seguridad alimentaria.
Ese concepto “no sólo abarca las calorías suficientes para vivir, sino también la calidad de alimentos”, explica el experto en Planeamiento Regional Mark Lundy, director de investigación para Entorno Alimentario y Comportamiento del Consumidor de la Alianza CIAT (Centro Internacional para la Agricultuta Tropical) - Bioversity International (organización de investigación global), que administra el banco caleño. “También se relaciona a la disponibilidad de micronutrientes (vitaminas), al buen funcionamiento del organismo y a la protección ante el sobre consumo”, agrega.
Semillas del Futuro
Este escenario volvió una noticia alentadora el lanzamiento, hace dos semanas, de Semillas del Futuro, las nuevas instalaciones del banco colombiano que salvaguarda las colecciones más grandes del mundo de frijol, yuca (mandioca) y forrajes tropicales más grandes del mundo.
Bajo una plataforma global que en nuestra región incluye a los bancos de papa (Perú), maíz y trigo (México), resulta una contribución clave a la preservación de recursos en casos de hambrunas, guerras y eventos climáticos extremos. En las instalaciones originales de Cali se atesoran 67.000 ejemplares. El nuevo espacio -con materiales amigables con el entorno, uso eficiente de la energía y ventilación natural- llevará su capacidad a 250.000.
Cada sector estará dedicado a un método de preservación: en campo (los cultivos se propagan de manera vegetativa, por ejemplo, mediante estacas), in vitro (con plantículas en tubos de ensayo), semillas y crioconservación en nitrógeno líquido, donde el material puede durar cientos de años. Semillas del Futuro prevé añadir colecciones de cultivos sub-utilizados como la arracacha, un tubérculo andino, y de importancia económica para la región, como el cacao.
Además funcionará como “biblioteca genética”. Al contener una combinación única de genes, cada colección representa la “materia prima” para el mejoramiento de los cultivos, ya sea en cuanto a su productividad, contenido nutritivo, resistencia a plagas o sequías.
“Es una oportunidad de compartir conocimientos para formar una comunidad de práctica” en América Latina, se entusiasma el genetista Peter Wenzl, líder del programa de Recursos Genéticos en Semillas del Futuro, que busca mejorar los métodos de detección de patógenos o virus que puedan dañar las colecciones.
Trabajar sobre el terreno
La colaboración con los agricultores será crucial. “Hay que identificar y conservar los materiales junto a quienes conocen el cultivo y el entorno”, reconoce.
“Cada comunidad selecciona los cultivos de acuerdo a sus preferencias, y así van generándose distintas combinaciones de genes”, explica Iris Peralta, investigadora del Conicet y profesora de Botánica de la Universidad Nacional de Cuyo, en Argentina. Esa variabilidad posibilita que -frente a eventos adversos- puedan elegirse marcadores genéticos resistentes, garantizar la continuidad de una especie y, con ella, la subsistencia de quienes dependen de sus cultivos.
En Argentina
En Argentina la conservación de semillas en bancos de germoplasma empezó en 1980, cuando el INTA empezó a organizar la red de bancos de germoplasma, orientada a semillas relacionadas a agricultura, alimentación, forrajeras (poroto en el norte, hortícolas y medicinales en Mendoza, maíz en Pergamino).
Hay un banco base en Castelar (encargado de mantener 25 mil copias de seguridad de todos los demás), nueve bancos activos en distintas zonas experimentales del INTA y 12 colecciones que buscan resguardar los recursos estratégicos de cada región. Las semillas -tanto de interés actual como las del futuro- se conservan a 18 grados bajo cero.
“Sembraremos hasta la última semilla”
Otros bancos pertenecen a universidades o a instituciones privadas. El problema es la conservación a largo plazo. Entre los 80 y 90 hubo una colecta importante de algarrobos de especies silvestres. Se conservó como semilla pero no logró mantenerse cultivado.
Detener la erosión genética
“Pero el mayor drama de nuestra región -advierte Peralta- es la erosión cultural, que conlleva una erosión genética”. En sus diversos recorridos por la región, ha verificado cómo, al morir los ancianos, la transmisión de sus saberes sobre germoplasma queda trunca.
Para revertir esa tendencia, es importante empoderar a las comunidades locales y a los jóvenes. “Sólo así -concluye- se preservarán el sustento y la biodiversidad para el futuro de la humanidad”.