A un año de la confirmación de que el virus Ebola había llegado a Africa occidental, nadie mejor que Peter Piot para hacer un balance sobre la epidemia que ya causó la muerte de 10.200 de las de las 24.700 personas infectadas. Actual director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, Piot integró el grupo de científicos que en 1976 descubrió el virus al que bautizaron con el nombre de un río de Zaire (hoy República Democrática del Congo). “El año pasado hemos visto una epidemia de fiebre hemorrágica por Ebola sin precedentes. Por primera vez afectó a tres países enteros y llegó a ciudades capitales”, resumió a PERFIL, vía e-mail, el experto que entre 1995 y 2008 lideró la cruzada mundial contra el VIH como director de Onusida. “Nadie esperaba al Ebola en Africa occidental”, aseguró.
Al principio, Piot creyó que el brote sería similar a los anteriores. “Empecé a sospechar que estábamos frente a algo completamente diferente en junio, cuando se diagnosticaron los primeros casos en la capital de Guinea, y cuando aparecieron enfermos en países vecinos como Sierra Leona y Liberia. A comienzos de julio solicité el estado de emergencia y una intervención cuasi militar porque tenía la corazonada de que esto era distinto y por lo tanto teníamos que hacer algo muy drástico”, recordó.
—Usted dijo que la epidemia se podría haber evitado, ¿en qué sentido?
—Hay que mirar el contexto. Los tres países afectados venían de décadas de guerras civiles o dictaduras corruptas, lo que generó una desconfianza total hacia los gobiernos. Además, sus sistemas de salud funcionan mal. En 2010, Liberia tenía registrados 51 médicos (menos de uno cada 100 mil personas). Y en estos países es muy alta la movilidad de las personas, por lo que los brotes se diseminaron inmediatamente. De todas maneras, lo más grave fue que hubo una respuesta lenta: negación por parte de los gobiernos e inacción desde la comunidad internacional. Ahora la situación es diferente. Desde octubre hay buen liderazgo en esos países y la OMS empezó a estar muy activa. Esto muestra que la solidaridad internacional todavía es posible. Fue tarde, pero dio resultado. En una semana en Sierra Leona tuvimos casi sesenta nuevas infecciones, un número que hoy nos pone bastante contentos, pero que normalmente sería motivo de pánico. Todavía nos queda un largo camino.
—¿Qué se puede esperar que ocurra con el Ebola en el corto plazo?
—Creo que estamos en el comienzo del fin, pero nadie sabe cuánto durará este final. Es posible que tenga una cola larga y accidentada, con un brote aquí y otro allá. Me preocupa que tanto en Guinea como en Sierra Leona se siguen registrando casos de personas con Ebola que aparecen de la nada: no fueron detectadas a través del rastreo de contactos de enfermos ni por la búsqueda activa de casos. O sea que hay cadenas de transmisión que desconocemos. Además, en Guinea casi a diario hay casos de violencia contra los trabajadores sanitarios o contra quienes intentan organizar entierros seguros. Superar la hostilidad en la comunidad será esencial para detener la epidemia.
—¿Qué opina de las vacunas que se están investigando?
—Se están probando en humanos tres posibles vacunas, pero todas están en fase 1 de investigación; y comenzó un ensayo de eficacia en Liberia. Las consecuencias del Ebola van mucho más allá de la gente que muere: en un año fallecieron unas 9.800 personas en tres países, lo que no es demasiado si se piensa en cuántas mujeres murieron durante el parto o niños por malaria. Pero el impacto del Ebola es mayor porque destruye los servicios de salud: más de 500 trabajadores sanitarios han sido asesinados por el Ebola. El sistema hospitalario cerró, los servicios de salud cerraron. Es acá donde la vacuna podría hacer una enorme diferencia. Y en cuanto a las terapias antivirales, no hemos avanzado demasiado, en gran parte debido a los obstáculos regulatorios. Pero no pierdo la esperanza de que cuando ocurra la próxima epidemia podamos tener un tratamiento antiviral.
—¿Imaginó el impacto que tendría el virus Ebola cuando lo descubrió?
—Jamás pensé que el Ebola podría dar origen a una epidemia como ésta, porque francamente es un virus bastante fácil de contener. No se transmite a través del aire, se requiere un contacto muy directo con los fluidos corporales, y los pacientes mueren en no más de dos semanas, lo cual limita la posibilidad de infectar a otro. Es una verdadera sorpresa que se haya producido una epidemia tan grande.
La terapia argentina
En la década del 50, científicos argentinos desarrollaron –con ayuda del gobierno de los EE.UU.– una terapia contra la fiebre hemorrágica argentina (“mal de los rastrojos”) que se basó en transfundir a los afectados anticuerpos de la sangre de personas que hubieran sobrevivido a la enfermedad. En septiembre de 2014, con la epidemia de Ebola fuera de control, la OMS recomendó evaluar esa posibilidad terapéutica.
“Para la fiebre hemorrágica argentina, la infusión de plasma fue efectiva en los estudios científicos y permitió tratar con éxito la enfermedad, pero contra el Ebola esto todavía debe ser probado adecuadamente”, respondió Piot ante la consulta de PERFIL. Y abundó: “En este momento se está haciendo un estudio en Guinea para evaluarlo, en el que participa la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres”.
La OMS pidió asesoramiento a científicos del Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas Julio Maiztegui, de Pergamino, en la producción del plasma hiperinmune en Africa. La terapia se administró a la enfermera española Teresa Romero y a su par estadounidense Nina Pham, quienes se curaron de la enfermedad. Ahora resta comprobar si esta estrategia argentina puede ser una alternativa.