No sé porqué –o sí, sé– me viene ahora a la memoria de una historia poco conocida de cuando Diego Maradona era un pibito. Es probable que la haya contado en ocasión de otra muerte más entre barras, de un caso de aprietes o escándalo similar. Es que la escena regresa siempre como metáfora perfecta de esto en lo que se ha convertido lo que cierta prensa deportiva llama, no sin cierto orgullo, “el maravilloso fútbol argentino”.
Sucedió en Villa Fiorito, cuando Diego tenía no más de cuatro años. Es difícil precisar la edad y los detalles. El propio Maradona reconstruye y completa los hechos según los testimonios de quienes estaban ahí. Entre otros, uno de sus tíos, el que le salvó la vida. Era temprano, una tarde de sol. Los viejos de Diego habían salido a trabajar y él jugaba solo, con una pelota, en el patio de tierra. En una de las veces que la pateó con la zurdita se le fue lejos. La siguió con la mirada hasta que la vio desaparecer en un hueco oscuro. Y allá fue, a buscarla.
Sin cloacas, sin servicios, las descargas en las letrinas iban a dar a un pozo ciego que, cada tanto, destapaba un camión de los llamados “atmosféricos”. En ese pozo lleno de mierda cayó Diego Maradona y de no ser por los gritos que alertaron al tío, hubiera muerto ahogado. Pero salió, sobrevivió, lo sacaron casi de los pelos, mojado, maloliente, abrazado a su pelota manchada.
En mi condición de periodista tuve trato cercano con Diego y coincidimos inclusive en España. Es decir que me debo haber enterado de ese episodio hace más de cuarenta años. Desde entonces no logro disociar el placer que siento por el juego, sus figuras, los éxitos y los títulos alcanzados, todo por lo que se nos reconoce en el mundo, de esa imagen de mierda que viene siempre a recordarme también las mafias, los barras, los aprietes, las extorsiones, el robo, la venta de drogas, el crimen, los negocios, el lavado de dinero, todo lo que se oculta y encubre bajo la trama y los brillos de “superligas” y “copas”.
Hay, en ese Diego pibito elevado al cielo, abrazado a su pelota, como si fuera un monumento al fútbol, algo de milagro que nos sostiene con vida a pesar de todo. Los años me dieron tiempo para asistir también al de Messi. Flaquito, chiquito, condenado a no crecer si no se le pagaba un tratamiento, obligado al desarraigo, a buscarse la receta y los mangos en Barcelona, inyectándose solo todos los días. Conmueve, a veces, verlos ahora, no por lo que juegan o han jugado, sino por el sentimiento de pertenencia a la camiseta argentina que permanece en ellos.
Los delitos, los crímenes, las denuncias son siempre gravísimas. El repaso de las más recientes de violencia de género, acciones mafiosas, asesinatos, amenazas. Dos mujeres contratadas por jugadores de Boca los acusaron de golpes y maltrato. La “barra” apretó a los jugadores de Boca. Un “barra” de All Boys muerto de un balazo en la cabeza. El entrenador de Independiente, Ariel Holan, sigue bajo custodia policial.
Murió Julio Grondona y dos años más tarde su club, Arsenal de Sarandí, se fue al descenso. En vida los periodistas le decían “Don Julio”. Pocos se atrevieron con “El Padrino”. Recibió y pagó favores en las canchas y en los negocios por los que ahora estaría preso. Con él se consolidó en la AFA un “sistema” que se mantiene, donde las votaciones entre 75 salen 38 a 38 y siempre ganan los “pesados” del poder.
Chicos que sueñan como aquél Diego con “jugar en Primera” son abusados por una red de pederastas. Todos los que reían en Intrusos, el programa de Rial, cuando un miserable entregador dijo que le llevaba “chicos de All Boys” a Ricardo Fort, ahora se sorprenden y conduelen. La hipocresía es general. Nadie sabía nada. Hizo falta que un pibe se desbordara de angustia y que el psicólogo de Independiente, Ariel Ruiz, hiciera la denuncia, para que todos escuchemos al fin los pedidos de ayuda de las víctimas arrojadas al pozo ciego de la vejación.
*Periodista.