Todo dos: segundo semestre, segundos en la Copa América y búsqueda por espantar reminiscencias de la crisis de 2002. En el primer semestre fue todo cuatro: caída del Producto Bruto del 4% respecto a igual período del año anterior, inflación del 44% interanual –junio de 2016 contra junio de 2015– y una inflación del mes de junio también del 4%. Paralelamente, la evaluación negativa del desempeño de Macri más que se duplicó pasando de 20% a 49% de diciembre a junio, mientras la positiva bajó veinte puntos: de 70% a 50%.
¿Qué está tratando de hacer Macri? Lo mismo que se hizo en 2002 una vez rota la convertibilidad: un profundo cambio de precios relativos para reordenar la economía, que le permita luego tener un salto del crecimiento. Pero no lo logra completamente. En parte porque, a diferencia de Duhalde, tiene un proyecto político de largo plazo y retrocede cuando cosecha demasiadas críticas. También porque, al no haberle explotado la crisis al presidente saliente, como fue en 2002, la tolerancia social hacia el nuevo gobierno es mucho menor. El sindicalismo también es otro después de doce años de kirchnerismo: en 2002 no había paritarias, por ejemplo. Pero algún papel cumplen los errores que produjo no tener un ministro de Economía que centralizara las acciones: Sturzenegger tiene un andar distinto al de Prat-Gay y, por ejemplo, al de Aranguren. En algunos casos se aplica shock, en otros gradualismo, y en otros parece emerger una tendencia a estimular la economía de cara a las elecciones de 2017 apostando nuevamente al consumo, como hacía el kirchnerismo.
La primera y principal disonancia se expresó en que los precios de diciembre no estaban ya con el dólar a 15, como proclamaba Prat-Gay. Por eso, algunos economistas discrepan sobre que la salida rápida del cepo haya sido tan exitosa, porque hubo una inflación agregada que podría haberse reducido –según su visión– levantando el cepo parcialmente si se hubiera aceptado desdoblar el cambio durante un período para determinadas actividades y pagar deuda con importadores y dividendos al exterior acumulados con bonos. Argumentan que si, por efecto de una inflación del 44% versus una devaluación del 50%, se llegara a diciembre con un valor relativo del dólar similar al de diciembre de 2015, poco habría mejorado la competitividad exportadora argentina, más allá del efecto de la reducción de retenciones, lo que se podía haber producido independientemente del resto. Una devaluación que termina traspasándose a inflación nunca es exitosa, como la de Kicillof-Fábrega de 2014, que mejoró el tipo de cambio 28% en enero para estar casi igual en diciembre de ese año.
Asumiendo que la inflación K era equivalente al déficit fiscal: en promedio el 25%, y que con una inflación actual del 44% se sumó un 19%, de ese adicional un 70% lo generó la devaluación y un 30%, el aumento de tarifas. Esto sería así porque durante los doce años de kirchnerismo, en que los precios subieron más del mil por ciento contra casi nada de las tarifas, un aumento inicial de 400% de las tarifas repercutió en la canasta básica que mide el Indec en 4%.
Otra crítica que recibieron sobre cómo se hizo la salida del cepo tiene que ver con el aumento de las tasas de Lebac, que enfriaron la economía mientras que si se hubiera salido del cepo parcialmente no se habría necesitado poner en enero tasas de interés altísimas para controlar que el dólar no se disparara.
Pero todos los economistas coinciden en que el acuerdo con los holdouts fue un éxito económico del Gobierno porque permite financiar el déficit genuinamente y ya no con emisión.
Así como el primer semestre comenzó en enero con la peor temporada veraniega desde 2002, anticipando lo que vendría, este segundo semestre comienza con el anticipo de cómo será la próxima cosecha. El campo explica que este año se cosechó lo sembrado en 2015 pensando que ganaría Scioli. Pero ahora se sembraron dos millones de hectáreas más, lo que repercutirá en toda la economía futura. Por ejemplo, en lugar de 5 millones de viajes de camión, se precisarán 6 millones para su transporte. Y ya hoy por las compras que se producen en el interior del país la camioneta Hilux (hasta $ 700 mil pesos) se convirtió en el auto más vendido de la Argentina, desplazando al masivo auto Gol (unos 250 mil pesos).
La Sociedad Rural celebrará sus 150 años el lunes de la semana siguiente con una cena, convencida de que “el campo ya arrancó” habiendo invertido este año el equivalente a 58 mil millones de dólares, que le van a generar al país el año próximo sólo por exportaciones 30 mil millones de dólares (24 mil en granos, 4 mil de economías regionales, 1.700 en ganadería y 700 en lácteos, siempre en millones).
En síntesis: la prometida mejora que iba a llegar en el segundo semestre llegará recién en 2017 y más en 2018, si Cambiemos ganara las elecciones, porque muchos inversores extranjeros se preguntan si el populismo no volverá y quieren ver primero la consistencia política de este cambio –y no sólo la económica– antes de invertir en gran escala.
Entonces: ¿fue un error de comunicación prometer que en el segundo semestre llegaba la reactivación? Políticamente no fue un error porque sin crear esa esperanza probablemente no hubiera cruzado los tan duros primeros seis meses con, proporcionalmente, tan pocas convulsiones sociales.
Desgraciadamente, el “trabajo sucio” no se acabó, como dijo nuevamente optimista Prat-Gay. Pero la economía –y más aún la política– se construye con expectativas y promesas para que quienes desean creer puedan apoyarse en un justificativo para hacerlo.