La verdad (del latín veritas, veritatis) es la correspondencia entre lo que pensamos o sabemos con la realidad. Supone la concordancia entre aquello que afirmamos con lo que se sabe, se siente o se piensa. De allí que el concepto de verdad también abarque valores como la honestidad, la sinceridad y la franqueza (significados.com).
En octubre pasado, este ombudsman publicó una columna que tituló “El periodismo de trincheras es monstruoso y pisa fuerte”. En ella, intentaba un acercamiento a los valores fundamentales de este oficio, uno de los cuales es la búsqueda de la verdad o el mayor acercamiento a ella. Sin abandonar ideas, posturas políticas y filosóficas, es materia fuera de discusión que torcer lo verdadero, manipularlo, hacer que lo falso parezca cierto, es la antítesis del buen periodismo.
Aunque de octubre a esta parte no han cambiado mucho las conductas espurias de ciertos medios para volcar a favor de ideas propias algunos aspectos de hechos acontecidos, lo que viene sucediendo en las útimas semanas ha sumado el mal gusto a las ya conocidas posturas extremistas a uno y otro lado de la grieta. Todo lo que pasó a partir de la confesión de Horacio Verbitsky sobre su privilegiada atención para recibir la vacuna contra el covid-19 sumó absurdos y despropósitos, falsedades y distorsiones, estafas intelectuales y trampas de comunicación, tanto en discursos oficiales o de oposición como en medios volcados a favor de tirios o troyanos. A títulos manoseados por el pedestre recurso de la mala praxis periodística, se llegó al extremo de proclamar (en aparente tono de broma, y de ser así, de mal gusto) las bondades de una quema de libros de Beatriz Sarlo para castigar sus declaraciones y posturas.
El maestro del periodismo Tomás Eloy Martínez dijo, entre tantas otras enseñanzas entrañables: “Cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información”.
En aquel texto de octubre, cité parte de un artículo firmado por el Colectivo Treva i Pau (Tregua y Paz) en el diario La Vanguardia de Barcelona: “Existe una tendencia cada vez más extendida hacia el periodismo de trincheras, que consiste en narrar los hechos tal como a uno le gustaría que ocurrieran, hacer teorías, predicciones, propaganda si viene al caso, en vez de limitarse a explicar bien aquello que ocurre. Es un riesgo construir
debates sobre hechos no comprobados o deliberadamente sesgados. La mentira tiene las manos más largas que nunca porque dispone de más instrumentos”. Son tiempos de posverdad, o sea: no neguemos la verdad, solo dejemos de considerarla como una prioridad para la buena práctica del periodismo. Si triunfa este criterio, la opinión pública quedará a merced de los adoradores de quienes detenten el poder.
Es obligación del periodista hacer cuanto esté a su alcance para obtener una visión exacta de los hechos. En esto consiste su compromiso con la verdad. La Unesco ha sido tajante al abordar el tema en su código de conducta: “La tarea primordial del periodista es la de servir el derecho a una información verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando consciente los hechos en su contexto adecuado, manifestando sus relaciones esenciales sin que ello entrañe distorsiones, empleando toda la capacidad creativa del profesional, a fin de que el público reciba un material apropiado que le permita formarse una imagen precisa y coherente del mundo, donde el origen, naturaleza y esencia de los acontecimientos sean comprendidos de la manera más objetiva posible”.
“Cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información”.