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Adiós a un hacedor

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Alberto Fontevecchia. Un empresario ejemplar. En 2015, inaugurando la sede de Perfil. | juan obregón

Hoy, Jorge Fontevecchia no puede escribir su tradicional contratapa. Acaba de fallecer su padre. Sin él, sin Alberto Fontevecchia, es probable que ni este diario ni esta editorial hubiesen existido.

Contarlo a él es contar el trayecto de la industria de la comunicación en la Argentina, desde la década del 50 hasta este siglo. Y es recordar la historia de esta utopía de periodismo independiente llamada Perfil. 

Alberto tenía 93 años y, como decía Borges, se enfrentó a la muerte desde una vida vivida. 

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Hasta la pandemia, dirigió personalmente la revista Weekend y concurría a diario a su oficina en el barrio de Barracas. 

Educado en las artes gráficas del colegio salesiano de Don Bosco, en 1950 fundó Linotipia Fobera, que al principio se dedicaba a imprimir para terceros. Entre sus bobinas de papel, su hijo Jorge jugaba a las escondidas y aprendió las primeras artes de este oficio. 

En 1960, Alberto comenzó a editar revistas deportivas, como El Ciclón, Racing y Esto es Boca. Y en 1972 fundó Weekend, su revista preferida, la mayor publicación argentina dedicada a la pesca y el tiempo libre, que este año cumple su 50° aniversario.

En 1976, junto a Jorge, Alberto fundó esta editorial. Él tenía 47 años. Su hijo, 20

El 1° de junio de 1976, junto a su hijo, dio nacimiento a esta editorial y creó la revista La Semana (antecesora de Noticias), clausurada reiteradamente por el gobierno militar y que le valiera a Jorge Fontevecchia su detención en el centro clandestino El Olimpo.

Jorge cuenta que, poco antes, había entrevistado a Alicia Moreau de Justo y le dijo que se estaba por asociar con su padre para fundar una editorial a la que llamarían Perfil, un nombre que aportaría su madre, Nelva López.

La presidenta del Partido Socialista, que por entonces tenía 90 años, le preguntó: “¿Qué edad tiene su padre?”. “47”, le respondió él. “¡Qué buena combinación! –contestó ella–. La fuerza de un joven de 20 años junto a la experiencia de un hombre de 47. Unidos, además, por la incondicionalidad de la sangre”.

Cuando se cumplieron 25 años de aquel nacimiento, Nelva, la compañera de toda la vida de Alberto, recordó aquella epopeya empresaria y creativa que los había unido con su hijo: “Cuánto esfuerzo, amor y cuidado le dedicamos a esta criatura. Hemos compartido muchas alegrías, pero también muchas tristezas. Fuimos clausurados y calumniados por los gobiernos de facto. Nuestro director fue secuestrado y más tarde exiliado. Nos amenazaron con bombas. Pero también celebramos la caída de la dictadura y el advenimiento de la democracia. Debe y haber en el registro de una empresa periodística cuyo objetivo fue y será hacer periodismo independiente”.

Durante mucho tiempo, Jorge creyó que la fecha de fundación de Perfil había sido elegida por su padre para hacerla coincidir con su fecha de nacimiento, el 1° de junio de 1929. Pero Alberto le confesó un día que en realidad la había elegido para que contara con el augurio de San Fortunato, en su día.

Hasta la pandemia, dirigió personalmente la revista Weekend e iba a diario a Perfil

No era la primera vez que Alberto había hecho coincidir un nacimiento empresario con el día del santo. En 1950 también había elegido el 1° de junio para que su Linotipia Fobera arrancara con buena estrella.

Quizá por esos augurios o, seguramente, por su tesón y sus inquebrantables esfuerzos, logró lo que se propuso con su primera planta impresora, y llegó a ver cómo Perfil pasó de aquellos inicios “gutenbergianos” a este presente multimedio. Vio nacer un centenar de revistas, un diario, decenas de sitios web, una radio, dos canales de televisión abierta. Además de una planta impresora que sigue imprimiendo diarios y otros productos.

El 23 de octubre de 2015 inauguró, en compañía de los principales candidatos presidenciales (Macri, Scioli y Massa, juntos por primera vez, dos días antes de las elecciones), la nueva sede de esta editorial, con la redacción multimedia más grande de Sudamérica. 

Allí tenía su oficina, en el primer piso, al lado de la de su esposa, con ventanales por los que controlaba el ingreso y egreso de camiones repletos de papel. Allí me recibió por última vez hace pocas semanas para preguntarme cómo estaba. 

Una vez escribió: “De todos quienes me acompañaron durante estos años, tengo maravillosos recuerdos. Proveedores que se transformaron en amigos, técnicos que hicieron posible aun lo imposible, obreros que no claudicaron incluso agobiados por el cansancio, directivos, editores, periodistas que compartieron nuestra ilusión. Todos ellos, y especialmente quienes la vida apartó de nuestro lado, permanecen en mi memoria con todo mi afecto”.

Del mismo modo, quienes trabajaron con él, sus compañeros, empleados, periodistas, diseñadores, fotógrafos, gráficos, comerciales; quienes fueron sus colegas en la Asociación de Editores de Revistas, que presidió; quienes conocieron su generosidad, su enorme empatía, su sentido del humor, lo van a recordar por siempre. 

Alberto Fontevecchia fue un empresario y un hombre ejemplar, un hacedor de su tiempo. Brecht decía que no le temía a la muerte, sino a la vida inadecuada. En ese sentido, él no tenía qué temer, porque su vida fue profundamente adecuada.

“Mirando hacia atrás –escribió Alberto–, Editorial Perfil tuvo una infancia alegre, una adolescencia rebelde y una juventud esforzada. Tal como ocurre con los hijos, nos colmó de preocupaciones, pero también de alegrías. Y a mí, personalmente, me permitió transitar este camino luchando codo a codo junto a mi hijo. No hay mayor satisfacción para un padre que comprobar con orgullo que el discípulo logró superar al maestro”.

No sé si alguien puede superar a Alberto Fontevecchia. Lo que sí sé es que su vida perdurará en todos los que cada día hacemos Perfil.