La inflación era por nuestro déficit fiscal –gastar más de lo que se recauda en pesos–, y el cepo era por nuestro déficit comercial –gastar más de lo que se recauda en dólares; groseramente, importar más de lo que se exporta–.
También se decía que en los años 90 Menem y Cavallo financiaban el déficit fiscal imprimiendo pagarés de deuda externa pero no pesos, y por eso no había inflación. Mientras que, en la década pasada, el kirchnerismo lo financiaba imprimiendo pesos pero no pagarés de deuda externa, por eso había inflación pero no deuda externa.
Eran dos formas diferentes de financiar el “populismo”, pero la matriz de fondo era la misma: consumir más de lo que se produce. Supuestamente Macri venía a cambiar esa matriz populista-peronista que dominó la política argentina en el cuarto de siglo que lo precedió, pero ahora imprimimos simultáneamente pesos y pagarés de deuda externa, sumando los dos males: la misma inflación del 20% kirchnerista más el sostenido aumento de la deuda externa de Menem.
En la columna de ayer, titulada “Por qué no hay un plan antiinflación” se explicó la causa: la política manda sobre la economía. Se relajaron las metas de inflación después de ver que ganaron las elecciones de octubre aun sin bajarla.
Fue una lectura plausible del resultado electoral: a la mayoría de los argentinos le gustaría que bajara la inflación, pero lo que no tolerarían es que subiera el desempleo. Cuando Macri era candidato en 2015, la campaña del miedo del kirchnerismo se equivocó asumiendo que Macri bajaría la inflación y advirtiendo, entonces, que traería el desempleo, “ajuste” es otra palabra usada, pero su consecuencia es el desempleo.
Por su parte, el gobierno de Cambiemos asume que el problema de la Argentina es el peronismo-populismo que gobernó los 25 años que transcurrieron desde que asumió Menem hasta que dejó el poder Cristina. Y que así como para Alfonsín la misión era entregarle la banda presidencial a un presidente civil surgido de elecciones libres, la misión de Cambiemos es que el gobierno de Macri le entregue la banda presidencial a un presidente de Cambiemos. Y para conseguirlo, la economía se tiene que subordinar a la política, lubricada con la impresión simultánea de pesos y pagarés en dólares de deuda externa.
Por haber hecho su experiencia política en el fútbol, lo único que querría Macri es ganar sin importar tanto para qué. Ganar en el fútbol no es teleológico, no tiene un fin ulterior. Y se repite críticamente aquella frase de Churchill sobre que un político se recibe de estadista el día que deja de pensar en ganar las próximas elecciones para pensar en las próximas generaciones.
Pero si el diagnóstico de Cambiemos, sus aliados partidarios y los poderes fácticos fuera que el peronismo-populismo del último cuarto de siglo fue el problema del país, de la misma forma en que Alfonsín creía que todos los problemas de Argentina surgían de los golpes militares porque con la democracia se podía todo, tendría lógica que la misión de Cambiemos sea ganar, no ya porque sería lo único que Macri quisiera, sino porque es lo primero que Macri debería, para sacar al país del círculo vicioso de los gobiernos peronistas populistas como fue para Alfonsín romper con el ciclo del eterno retorno de los golpes militares.
La mirada de un demonio, o dos, a quien echarle la culpa de todos los males es un error en el que se cae una y otra vez (cambiando de demonio), por ser un calmante social que enciende la esperanza de un futuro mejor sin evidencias que lo respalden.
Y si para ganarle al peronismo hacen falta los dos anabólicos juntos –imprimir pesos y deuda en dólares–, se hará. El director del Fondo Monetario Internacional para el hemisferio occidental dijo en la reunión del organismo la semana pasada en Washington que “el gradualismo es una opción habiendo mercados financieros con abundancia de financiamiento, un contexto muy diferente al que enfrentó México pos-Tequila para bajar su inflación”. El gradualismo no es una obligación ni tampoco es seguro; es una opción, porque hay otros caminos, que solo se puede recorrer mientras haya financiamiento abundante.
La comparación del gradualismo argentino con su contrario de México en el pos-Tequila se explica porque ese director del FMI es mexicano. Alejandro Werner comparte con Federico Sturzenegger haber obtenido un doctorado en Economía en el MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts en Estados Unidos, durante los años noventa.
El presidente del Banco Central, el ministro de Hacienda y el de Finanzas participaron en la reunión del FMI y coincidieron en Washington también por la reunión del Banco Mundial y la del G20. Son muy optimistas con el futuro de la economía argentina y no están preocupados por el incremento de la deuda por el todavía bajo porcentaje de deuda sobre producto bruto de nuestro país.
En la oposición les contestan que si hubiera una crisis porque se cortara el crédito el producto bruto en dólares se reduciría por una megadevaluación y entonces la misma deuda en dólares aumentaría como porcentaje del producto bruto. Recuerdan con sorna que son los mismos que en 2001 seguían diciendo que la Argentina de la convertibilidad estaba sólida porque se cumplían las normas de Maastricht acerca del porcentaje de déficit sobre producto bruto requeridas para ingresar a la Unión Europea.
Nuevamente es la política la que hace la diferencia y la economía argentina va hacia donde la lleve la política. Por lo menos mientras se pueda.