Esta semana los dos economistas más renombrados del comienzo de Cambiemos, Alfonso Prat-Gay y Carlos Melconian, coincidieron en la crítica a la gestión del Gobierno a pesar de representar tradicionalmente posiciones opuestas: el ex ministro de Hacienda y Finanzas es más productivista, y el ex presidente del Banco Nación es más monetarista. El disparador de esta semana fue el aumento de tarifas, pero la cuestión de fondo es la inflación que no baja (los subsidios de las tarifas se financian también con el impuesto inflacionario).
Ambos coinciden al diagnosticar la misma causa del problema: la inexistencia de un plan y una conducción económica unificada porque faltó siempre en Cambiemos un ministro de Economía.
Los dos también reciben la misma acusación de sus ex compañeros del gabinete macrista: tuvieron que irse porque tienen mucho ego. Lo que resulta una típica proyección porque es el ego del Presidente el que impide tener un ministro con “ego”, y por eso dividió el Ministerio de Economía en cinco ministerios: Hacienda, Finanzas, Producción, Energía y Transporte, y como mejor demostración de su jibarización comparten los cinco ministros el mismo edificio, reducidos en su papel de secretarios que ejecutan instrucciones de la Jefatura de Gabinete.
Y quien por su función formalmente autónoma de presidente del Banco Central se había venido salvando de tener que demostrar públicamente humilde sujeción, fue obligado a exhibirla en la conferencia de prensa del 28 de diciembre pasado, cuando se cambiaron las metas de inflación en contra de su deseo. Habría sido por pedido del propio Sturzenegger que fuera Jefatura de Gabinete la que comandara la comunicación del cambio de metas para dejar claro que no había sido una decisión del Central y que las consecuencias del cambio de metas no pudieran achacársele en el futuro.
Más que metas de inflación, lo que faltaría serían metas de gobierno porque si realmente consideraran la inflación el mayor problema de la economía argentina, la principal meta del Gobierno debiera ser tener un plan antiinflacionario al que se subordine toda la gestión del Ejecutivo. En lugar de someter a los ministros/secretarios y al Banco Central a la Jefatura de Gabinete, esta y todas las áreas del Gobierno deberían subordinarse al plan antiinflacionario.
Dos años y medio después de ser electo, no puede el Gobierno seguir echándole la culpa de la inflación a la herencia del kirchnerismo. Prat-Gay sostiene que hubiera hecho falta un gran acuerdo nacional como el que él propuso en diciembre de 2015, y Melconian señala que, para bajar la inflación, antes de aplicar el método de metas de inflación, era necesario un programa antiinflacionario, como fue en Brasil el Plan Real de Fernando Henrique Cardoso, que cortara la inercia inflacionaria para luego, poco a poco, bajar con metas de inflación lo que falte.
La Argentina sí cuenta con un plan de infraestructura porque el Presidente tiene puesto allí su ojo de ingeniero. Y tiene un plan electoral porque decidió que el jefe de Gabinete sea el mismo que es jefe de la campaña electoral. Pero no hay plan antiinflacionario porque no hay ministro de Economía, y la macroeconomía es un conocimiento que les es ajeno al Presidente y al jefe de Gabinete. Es común escuchar en el círculo rojo que se esperaba que el gobierno de Macri fuera mejor en economía que en política y sorprendió siendo al revés: gana una elección tras otra y doblega como nadie a la oposición peronista, pero no logra frenar la inflación.
No debería sorprender, ambas variables van juntas: como es tan eficiente en política dividiendo al peronismo y teniendo de rehén a la sociedad que odia o teme al kirchnerismo, no necesita tener gran éxito en economía para ganar elecciones. Cada uno de los planes antiinflacionarios fue ejecutado cuando el gobierno de turno estaba por perder la elección a causa de la inflación: Alfonsín con el Plan Austral en 1985 y Menem con la Convertibilidad en 1991, los dos algunos meses antes de la votación de medio turno. Si Macri podía ganar las elecciones de 2017 sin bajar drásticamente la inflación, no iba a arriesgarse a aplicar un plan antiinflacionario no recesivo que, como todo programa heterodoxo, tiene posibilidades de salir mal. Y lo mismo vale ahora para las elecciones presidenciales de 2019: si el peronismo sigue dividido y una parte de la sociedad continúa temerosa del regreso del kirchnerismo, podrá ser reelecto aun sin haber domado la inflación. Siempre esos programas son antes de las elecciones para no perderlas: Fernando Henrique Cardoso presentó el Plan Real en junio de 1994, meses antes de la votación en la que fue electo presidente.
Es la sociedad la que pide acabar con la inflación, y la sociedad argentina aún no alcanzó el punto de hartazgo, invirtiendo el orden de la conocida frase: “No es la economía, estúpido, es la política”. Mientras el odio o el cuco kirchnerista se mantenga, no será imprescindible derrotar la inflación para ganar las elecciones.
No es culpa de Quintana ni de Lopetegui, chivos expiatorios de la falta de ministro de Economía: la foto que ilustra esta columna con ellos dos sentados en la cabecera de la reunión de gabinete es una sobreactuación que, como siempre, revela el opuesto. No son ellos dos los culpables de la falta de un plan antiinflacionario, es el éxito electoral de Marcos Peña y Jaime Duran Barba el que crea la novedosa figura de dos vicejefes de Gabinete tratando de suplir la falta de un ministro de Economía, entre otros menesteres.
Si en 2019 Macri fuera reelecto con una inflación de dos dígitos, podrá recibir dos presiones: la de la sociedad, si es que dejó de ser rehén de la “amenaza K”, o del mercado internacional, que deje de prestarle y no le quede más alternativa que asumir el riesgo de un plan que, al mismo tiempo de ajustar las cuentas fiscales, tenga incentivos que no lo hagan recesivo.