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Agujeros de la historia

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Memoria. | marta toledo

El presente está rebalsando la historia. Cubre los días de una pátina de inmediatez, donde todos aguardan que el tiempo vuelva a pasar, como si se hubiesen detenido a envejecer de golpe (y “envejecer es no poder olvidar lo que se olvida”). 

La realidad es cada vez más abstracta, los referentes se diluyen, los temas son siempre los mismos… ¿Nadie se acuerda de mí? ¿Justamente la encargada de recordarles quiénes son? La que subraya lo acontecido, la madrina de sus vivencias… ¡Soy la memoria! La de los ojos abiertos, que solo pestañea para humedecer recuerdos; la memoria que impulsa por reconocimiento, donde la huella es paso vivo del tiempo.

No crean que soy tan conservadora como parezco. Los olvidos se hacen cargo de renovar mi mobiliario. Si no fuera por ellos, estaría perdida; me tornan ágil, imbatible, ¡hasta imborrable! 

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Tan distinta a mi sosias inmateriales, las memorias de la computadora y los celulares que vienen con tachito para reponer su glotonería. Ellas funcionan por acumulación y descarte, memoria utópica de la nube eterna y la eliminación instantánea. Alguien pulsa el ícono… y buen provecho para el supresor. Yo no me manejo de esa manera. 

Mi metabolismo es lento, y suelen tardar en reconocer mis atributos. 

Lo cierto es que en tiempos tan acuciantes, donde la salvación es desvelo, soy memoria más parecida a duelo. 

Sin embargo no me alimento solo de pesares, también me encargo de los buenos momentos. Puedo hacer brillar una tarde dorada, perdida en el tiempo, o renovar una escena saboreando un alfajor de la infancia. Suelo fijar para siempre los nacimientos, así como también algunos bailes hasta el amanecer. 

Las familias suelen pelearse por definirme única. Unos dicen que pasó esto, otros aquello, me van dando forma con lo que sienten, subrayando sus días con distintos colores. 

No solo me constituyo de vivencias sino también de puntos de vista. Por eso mismo, no crean que todos los recuerdos son reales. 

Bien lo proclamaba Silvina Ocampo, cuya autobiografía se titula, justamente, Invenciones del recuerdo. 

No me siento falsificada por ello, todo lo contrario le agradezco a Silvina tan maravilloso texto. Así, se puede inventar lo verdadero, tarea de la ficción, que hace de la verdad, un cuento. No hay mejor modo de filtrar la verdad que disfrazándola de invención,  de mentira.

¡Cuánta literatura me ha favorecido! Una biblioteca refleja lo más vital de mi existencia; tengo entendido que las obras clásicas consiguen serlo si se renuevan en las distintas épocas, interpelando a su tiempo. 

Podría considerarme un clásico entonces, soy memoria viva, la que no se archiva, la que renueva la historia haciendo del presente una continuidad posible. 

También es cierto que muchos quieren librarse de mí, como si fuera una carga, sin darse cuenta que en tanto memoria los reflejo, y proseguirían más aliviados gracias a mi reconocimiento. 

Pero así como soy imborrable –aunque se imaginen resplandores de una mente sin recuerdos–, hay páginas que me han sido arrancadas. 

Es lo que más lamento. 

Andan como aves desorientadas que algunos intentan alcanzar para que las penas tengan sustento. No son iguales al olvido, compañero de juegos de los recuerdos, que andan sorprendiéndose unos a otros por entre mis huecos. 

A las páginas arrancadas no se las encuentra. Ni siquiera yo misma, haciendo un esfuerzo inmenso, consigo hallar lo que no puede recordarse porque fue birlado de mis anaqueles mnémicos. 

Conozco autores que se plantan frente ante el abismo de lo no hallado, y escriben esas porciones faltantes de sus vidas precisamente con lo que no recuerdan. 

Hay novelas que son oasis en mi tierra yerma, dando cuenta de lo que nadie soporta recordar. La ficción consigue lo que muchos de mí temen. Enuncian verdades que no se padecen, y sin embargo duelen. 

A veces me pregunto qué es lo propio sino la pérdida. Sin embargo, ojalá pudiera subsanar el almanaque de las mías: el 24 de marzo, el 2 de abril y el próximo 18 de julio…  

Agujeros de la historia por donde una corriente de aire helada entristece hasta los que no recuerdan. Es cuando quisiera cambiar de acentuación y convertirme en memoría. 

Hay tragedias que duelen para siempre; solo la verdad y la Justicia las calma. Y no soy memoria sin ellas.