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CONVIVENCIA

Alberto-Cristina

Razones por las que volvieron a reunirse y cuál será el futuro de la nueva alianza.

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Fe-rnández | Pablo Temes

La futura relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner pareciera instalarse como uno de los problemas más sustantivos de la Argentina actual.

Mostrar las posibles tensiones entre ambos dirigentes es parte de la campaña electoral de un gobierno cuya lógica performativa se constituyó como antagonista de Cristina, y a partir de la nominación de Alberto Fernández quedó desfasado. Sin embargo, desde otro punto de vista, los aspectos políticos de la fórmula del Frente de Todos merecen la misma atención que se puede tener frente al armado de cualquier coalición de gobierno. En este mismo sentido también sería relevante preguntarse cómo sería el accionar de Miguel Angel Pichetto como posible vicepresidente de Mauricio Macri.

Razones o emociones. No obstante, las narrativas en torno a esta relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner pivotean entre dos posturas antitéticas, pero ambas con connotaciones negativas:

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1. Alberto es directamente un títere de la ex presidenta.

2. Alberto plantea una autonomía tal que resulta(rá) insoportable tanto para el ego como para el armado político de Cristina.

La primera opción no merece mucho análisis, pues se agota en sí misma. Simplemente da la impresión de que si en el fondo solo se trataba de buscar un vocero, la ex presidenta tenía otras personas para elegir antes que Alberto Fernández.   

La segunda narrativa funciona bajo la idea de que la convocatoria a Alberto Fernández por parte de Cristina fue totalmente intempestiva y emocional. Esta interpretación se realiza bajo la imagen de una Cristina Kirchner construida como una dirigente política completamente intransigente, irracional e irreflexiva. Una proyección de algunas características que la misma ex presidenta mostró en sus dos últimos años de gobierno, pero ultramediatizada por la comunicación política de Cambiemos. Partiendo de la base de que no se conocen el convenio verbal ni las condiciones que habilitaron el acuerdo que sacudió el tablero político argentino en el lejano mayo de 2019, debe suponerse que una conversación por la cual Cristina Kirchner cedía la cabeza de la fórmula presidencial a uno de sus principales críticos desde 2008 debió contemplar una agenda con un desglose de temas, partiendo del diagnóstico de fuerte desgaste del gobierno de Mauricio Macri que ya se evidenciaba. Es claro que el peronismo no es una fuerza testimonial y el retorno a la cima del poder no podía ser un escenario inabordable.

Fases. Por eso la premisa fundamental para reconstruir una fuerza en condiciones de ganar las elecciones precisaba una tarea fundacional, misión para la cual Cristina no estaba habilitada: unir a todo el peronismo.

Si bien es cierto que Cristina (y no Alberto) tenía tras de sí una potente base electoral, eso no alcanzaba para asegurar el triunfo. Dos años antes, en las elecciones legislativas, Cambiemos había sacado alrededor del 40% a nivel nacional, mientras que las diferentes de versiones del kirchnerismo en todo el país apenas lograban reunir la mitad de ese porcentaje. El resto de los votos se desperdigaban entre el massismo y diferentes versiones del llamado (y olvidado) “peronismo disidente”, además de la izquierda y partidos provinciales. En la propia provincia de Buenos Aires, para la categoría senador, Bullrich-González superaban a Kirchner-Taiana por más de 380 mil votos, otro millón reunían Massa-Stolbizer, y 500 mil se iban con Randazzo-Casamiquela. Como se observa, la unidad del peronismo iba a tener en 2019 una importancia estratégica, curiosamente subestimada por el macrismo. Quedará para los historiadores políticos analizar cómo los estrategas de Cambiemos no vieron ese Terminator líquido que volvía a reunir sus piezas.  

Si construir la “convergencia peronista” era la tarea urgente (y que sigue en proceso, como se observa en el caso de Córdoba), la modalidad de conformación de las listas sería el siguiente punto de acuerdo, donde la presencia de Alberto Fernández sería relativa, al revés de la conformación del gabinete de ministros y equipo de colaboradores. Finalmente, la última etapa del acuerdo sería la elaboración de algunos ejes centrales para la ejecución de políticas públicas, sobre todo en la agenda urgente de los primeros potenciales y críticos noventa días. Es un poco ingenuo pensar que todos estos puntos no tuvieron su espacio en la mesa de negociaciones previas al lanzamiento de la fórmula presidencial.

¿Todes? Es claro que el Frente de Todos tiene en sus entrañas una diversidad de dirigentes, fuerzas sociales y políticas que en muchos de los casos expresan puntos de vista disímiles.

Como en toda alianza política va a encontrarse con situaciones de colaboración y también de conflicto, y nadie puede saber a ciencia cierta si todos los espacios van a perdurar en la convergencia a lo largo del tiempo. Incluso no es impensable que un potencial gobierno de Alberto Fernández tenga que acordar algunas políticas con el macrismo legislativo, lo que también acarrearía críticas internas. Por el contrario, pocos gobiernos desde la recuperación de la democracia tuvieron tanta homogeneidad como el de Mauricio Macri, donde los representantes de la UCR o la Coalición Cívica tuvieron espacios muy menores en el gabinete nacional, y la “mesa chica” hizo y deshizo a piacere, también logrando acuerdos legislativos con parte del peronismo al inicio de su gestión y que le permitieron la aprobación de leyes que consideró fundamentales.  

Por otra parte, en orden de estabilizar la economía en medio de una inflación espiralizada se va a precisar de un pacto social con una densidad de consensos que vaya mucho más allá de negociar precios y salarios. Si ese acuerdo no incorpora otros elementos estratégicos y perdurables en el tiempo como los niveles de inversión empresariales, niveles de empleo, regulación laboral, impositiva y cierta seguridad jurídica, está destinado a ser un parche con una corta duración. Como se sabe, quienes apuestan de antemano al fracaso plantean el abandono de la moneda local como alternativa: la dolarización completa de la economía.

 

*Sociólogo (@cfdeangelis).