Los dirigentes opositores dicen que se le ganó a un Presidente que es la encarnación de Cristina Kirchner o, peor, su títere.
Los dirigentes cristinistas dicen que se perdió porque el Presidente le entregó el manejo de la recuperación económica a un falso keynesiano que aún en medio de la pandemia siempre estuvo más preocupado por cuidar el déficit fiscal que en poner en marcha la rueda del consumo.
Y los propios albertistas dicen que la derrota se debió, al menos en parte, a que el jefe de Estado no le imprimió a su gestión un sello personal y se deja influir demasiado por “ideas que atrasan”.
Alberto Fernández mismo asumió la responsabilidad en la noche del domingo cuando fue el único orador de la derrota, resguardando a los candidatos del oficialismo y disimulando el silencio de la propia jefa espiritual del espacio.
La posmodernidad hecha campaña
A los aspirantes a sucederlo también les sirve apuntarle. Si Fernández llegara a un final de mandato con un país habiendo crecido entre un módico 2 al 6% del Producto Bruto (según sean estimaciones privadas o del Ministerio de Economía) podría resultar competitivo para una eventual reelección: si Macri dejó el país con una caída de 4% del PBI en sus cuatro años, el actual mandatario podría mostrar que, aun en medio de una pandemia, le fue mejor.
Para los presidenciables opositores, su desgaste político será sinónimo de una mala gestión y eso derramaría negativamente sobre cualquier otro candidato oficialista para 2023.
Los presidenciales del peronismo y del kirchnerismo también entienden que si le va mal a Alberto le irá mal a todos, pero puestos a optar por quién cargará con la culpa de esta derrota, entienden que al menos es preferible no ser ellos.
Incluso para una mayoría social, Alberto Fernández es un culpable ideal.
El Frente de Todos tras la derrota: la economía como culpable y un gabinete sin cambios
Para los que nunca confiaron en él, es la ratificación de lo acertado que estaban. Para los cristinistas que habían perdonado su “traición” en pos de derrotar al mal superior que encarnaba Macri, podrán creer que sirvió para llegar al poder, pero confirmarán que no le llega a los talones a la Vicepresidenta.
Para la mitad de los que hace un año tenía una imagen positiva de él y hoy están desilusionados (su imagen bajó del 70% a poco más del 30%), es la forma de cuestionar su manejo de la pandemia.
Alberto Fernández es el culpable perfecto porque, pese a que no fue candidato, es la encarnación lógica de un país que cayó el 10% en 2020 (venía de caer 5 puntos entre 2018 y 2019) y que el 7 u 8% que pueda recuperar este año no termina de derramar sobre los bolsillos.
Y además es la encarnación de un Estado en donde murieron 113.000 personas por Covid-19. No importa si otro presidente lo hubiera hecho mejor o peor: él es el único que comanda la Casa Rosada. Y fue él quien participó de una fiesta que al resto de la población le había prohibido hacer.
El Presidente deberá dilucidar cuáles son las culpas que le corresponde asumir para empezar a solucionarlas. Cuáles las ajenas. Y cuáles las que sólo se resolverán si demuestra que lo puede hacer mejor.