Las elecciones de los vecinos desnudan las carencias autóctonas.
Mujica, guerrillero castigado con larga cárcel, convertido en un sabio que contiene a la mayoría de sus habitantes, sin resentimientos. Así son los que sufrieron en carne propia; no como quienes necesitan exagerar, los simples exégetas de heroísmos ajenos.
Como Bachelet, con el dolor en las espaldas y la mirada en el mañana, sin olvidar las afrentas pero sin convertirlas jamás en rencor. Como Lula, obrero derrotado tantas veces cuanto fue necesario para imponer su propuesta. Ellos son los que vienen del dolor y transitan la cordura, con el amor de sus pueblos y la justicia de sus objetivos.
Los hermanos uruguayos votaron al Pepe y se saludaron con el derrotado, perdieron votos cuando se agredieron y los recuperaron al hablar de proyectos. Son un país que se salvó de viejas historias que lo volvieran imperio posible, que transitó la humildad y aprendió a vivir en ese digno encuadre. Son los hermanos a los que ofendimos al cortar una ruta en manos de ciertas minorías, resabios de las dictaduras, que intentan imponer sus gestos a los votos y a los gobiernos.
Ellos saben caminar con humildad de ciudadanos el espacio de alta gradación alcohólica que implica el poder y vuelven a sus casas de antes, a sus tareas de siempre; no se enamoran de habitar detrás del vidrio oscuro que los distancia del resto de sus pueblos.
Ni sueñan con reelecciones.
¡Qué envidia sentimos tantos de poder votar una ilusión, a un vencedor transido de humildad frente a nuestros muchos saturados de soberbia!
Los viejos partidos derrotados y la energía vital de la justicia convertida en fuerza organizada, sin miedos ni riesgo de que el elegido traicione su propuesta.
¡Qué humildad y qué coherencia, qué claridad al exponer sus propuestas, cómo las dos maneras de enfrentar la política se ofertaron como formas maduras a una sociedad que supo entender lo que le convenía!
Dos rumbos diferentes, un jefe digno para cada uno de ellos, una sociedad consciente de cuál era su voluntad y convencida de aceptar la que resultara elegida.
No tienen ni más ni menos derechos humanos que nosotros, sólo eligen otro camino para resolverlo, pueden votar en contra de revisar cierto pasado en el mismo momento en que eligen a un revolucionario para conducir dicho proceso.
Ellos también fueron blancos y colorados, como nosotros peronistas y radicales, mientras supieron gestar una nueva fuerza con firmeza en sus principios y grandeza en sus miembros.
Y lo más importante, las ideas son más fuertes que los candidatos, una derecha y una izquierda que conviven, que se acercan al centro, pero que saben de qué se trata el presente y cómo imaginan transitar el futuro.
En ellos, la política es un espacio de ideas y no una escalera de ascenso social, la vanguardia son los que lucharon y no sus apologistas o los que usan su memoria.
Nosotros estamos viviendo una nueva forma de exilio, la del festejo, la alegría que nos embarga con los triunfos de pensamientos y políticas que desearíamos propios y se imponen en Brasil, en Chile y en Uruguay y que por ahora, no imaginamos posibles en nuestra compleja realidad.
Ellos tienen proyectos y lo imponen con una voluntad de unidad; nosotros estamos a los tumbos de los que dudan, encontrando a cada paso enemigos nuevos y odios mayores.
Es ese el mal que nos aqueja , el exilio de la alegría política y, a veces, un poco de envidia.
*Militante justicialista.