COLUMNISTAS
Peronismo

Alto guiso

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Asado. Preparado para todos los personajes que se benefician del calor del poder. | cedoc

Todo a la olla. Salchichita congelada de Alberto, frizada por Fabiola después de hacerle la fiestita, garrón de Aníbal Fernández que siempre alguien se come, lengua vencida de Cristina a la vinagreta, pollo mojado de Scioli, una alita nada más, clavo de olor a chivo de Rossi, nalga magra de vaca sacrificada en paz de Tolosa, dos patitas de cerdo, cortas como mentira de Massa. Salpimentar con relato. Revolver. En esa estaban, cuando Wadito se avivó de que también iban a cocinarlo a él. Comenzó a pedir explicaciones. Todavía no terminó.

Mientras esperaban las sobras, los perros de paja brindaron a la memoria del general. Se lo veía bien ahí, con los brazos abiertos a izquierda y derecha. López Rega, el cabo de guardia, pidió un minuto de aullidos por los caniches huérfanos. El lobo Vandor, infiltrado entre los compañeros, protestó: “¿Qué tenemos que ver con esos?”. Para qué... Espumaron colmillos, dispararon chumbos, volcaron los vasos de tinta sangre, la derramaron sobre el papel de calcar la historia. A la hora del reparto de mártires, los perros Verbitsky se olían el culo con los Gerardo Martínez como si nada hubiera pasado.

No hervía el caldo todavía cuando ya los más necesitados de untarse con la grasa, mendigaban un hueso. Quiero lamer algo, cualquier cosa, pedía De Mendiguren, alzando un tenedor. Eduardo Valdés le clavó la mano a la mesa con un cuchillo tramontina. Nacido para sufrir el desprecio, sin quejas, De Mendiguren recogió el tenedor con la otra mano, se estiró hasta una fuente de recursos, iba a pinchar un ministerio que era una papa. Rabioso, cegado por la furia, Valdés se paró, tiró un tarascón al aire, mordió; el ministerio se dividió en dos.

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De repente, Wadito se avivó de que también iban a cocinarlo a él. Y pidió explicaciones

El menú fijo, a precio subsidiado, de campaña electoral, incluía un tapeo de sapos mientras se cantaba la marcha. De entrada ofrecía dos dedos en ve untados con manteca para facilitar el tránsito lento a los constipados por el armado. Lavadas las manos, le seguían bocaditos de Batakis, con una brochette de fiambres varios, Boudou, De Vido, José López, todo tipo de mortadelas, rodajas de salames picados finos, siempre un Cafiero, algún Recalde, jamón del medio sindical estacionado por Moyano, masajeado por Barrionuevo. De postre, Donda a la provincia. El café se serviría con más marcha, más manteca, pero antes un poco de pirubi oral para bajar los sapos.

La codicia humeaba. Las bocas salpicaban orín. Gobernadores de salvado, intendentes al barro, punteros de miga, candidatos a limpiar, ayudantes de cocina que lograban meter el cucharón para probar cómo venía el guiso, agregaban putaparió. La espera se puso picante. El hambre ardía en los ojos. Estaban dispuestos a comerse cualquiera. Un niño envuelto en poncho celeste de Manzur, el bagre de Cerruti, la merluza de Moreau, el truchón de Kicillof. La bronca detonó cuando comprendieron que, con las patitas del cerdo, los caminaron a todos.  

¿Hay otra?

El plato principal se asaba a las brasas bajo el quincho de Edenor, oculto a la vista de los desesperados en la terraza del banco Macro. La parrilla rebosaba de chorizos bombón de caja grande, morcillas en negro, licitadas con sobreprecio, achuras de contribuyentes. Babeando ante la inminencia del festín, los empresarios invitados hacían corazón de tripa gorda, cortaban riñoncitos, chinchulines, mollejas, criadillas, bolas al plato de toro de campo que paga impuestos. Parecen huevitos de codorniz, observó Malena Galmarini. Quedan así por las retenciones, explicó el parrillero Milei, a la vez que rociaba los focos en llamas con querosén. Cuando se tiene hambre de cargo, no hay pelotas duras, señora, agregó Filmus.

Llegado al punto, tiraron la carne. Meta matambre ahora, después vemos, pidió Daer, el representante de la Confederación General de la Transa. Esta vez habrá que poner algo de lomo, dijo Cristina. Máximo la miró de reojo mientras contaba billetes de la herencia. América TV, la Televisión Pública, todos los canales encadenados a la suerte de seguir mojando el pancito, transmitían en directo cómo se doraba a fuego lento la colita operada de José Luis Manzano.

Con los ojos llenos de lágrimas, los militantes miraban el asado por la tele mientras hacían un puchero polenta.

* Periodista.