COLUMNISTAS
DOGMAS VS. OPINIONES

Ambiciones y falacias libertarias

Como tantos utópicos de la historia, es probable que Javier Milei se estrelle contra el principio de la realidad.

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‘Mentinos que nos gusta’ Javier Milei. | Pablo Temes

El año pasado, cuando el fenómeno libertario estaba en alza, un consultor político relató una breve conversación con Javier Milei, ocurrida a la salida de un canal de televisión. Fue un diálogo sugestivo: el consultor le dijo al candidato que creía que su estilo agresivo le estaba enajenando una porción importante de votos femeninos, y que la clave del éxito electoral consistía en obtener buenos resultados en la mayor parte de los segmentos sociales. Eso convierte a un aspirante presidencial, le explicó, en un candidato “catch all”, es decir, con aptitud para ganar votos en todos los estratos. Milei le preguntó sorprendido de qué hablaba, nunca había escuchado algo semejante. Un testigo de la charla, que lo conoce bien, le contó después al consultor, que estaba perplejo: Javier no sabe de eso porque la política no le interesa y la detesta.    

Cuando restan solo cinco meses para la primera vuelta presidencial, Milei se convirtió en el inesperado y conmocionante suceso de la política argentina: marcha adelante en casi todos los sondeos para las PASO, monopoliza la conversación pública y privada, suscita ríos de imágenes y menciones orales y escritas, cautiva y repugna a millones de personas y genera interés y preocupación en el exterior. De ser un personaje marginal, pintoresco, pasó a representar el héroe y el antihéroe a la vez. Un fenómeno esencialmente mediático, que amaga con ganar el premio mayor. Sus propuestas, consideradas antes descabelladas, generan hoy debates acalorados que ocupan los medios y las redes. Lo que hace un tiempo no se le perdonaba y lo hizo perder terreno –la dolarización, la portación de armas, la compraventa de órganos– hoy lo repite sin que le haga mella.

Sin embargo, un cierto malestar empieza a envolverlo. Surgen dudas por el mal desempeño de sus aliados en las elecciones provinciales, por dificultades y restricciones para el armado territorial y por la sospecha de que la extensión del país y las complejidades de la política local resultan indescifrables para un amateur sin arraigo ni práctica partidaria. Por otra parte, un frente de resistencia multicolor comienza a presentársele: las corporaciones (empresarias, sindicales, profesionales), los economistas de mercado y los movimientos sociales ven amenazadas su influencia y sus convicciones por una figura que promete desarticular el sistema con medidas drásticas. La democracia alberga una superposición de instituciones, corporaciones y grupos que conviven no sin tensiones dentro del sistema. Milei pretende desafiarla con su figura quijotesca, montada en un enorme resentimiento social hacia la clase dirigente. No está claro si esto alcanzará para transformar a una sociedad como la argentina, que es frustrante, pero no come vidrio.

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El drama de los moderados

“Lo importante es dar la batalla cultural” sostienen los libertarios. Es necesario volver a considerar esta cuestión, porque probablemente resida allí el fondo del asunto. Un ensayo de Friedrich Hayek que Milei suele citar, titulado “El uso del conocimiento en la sociedad”, contiene el descubrimiento “maravilloso”: los precios son un sistema de transmisión de señales aptas para regular, tanto la economía, como las costumbres. Es la fuente de información de los individuos que interactúan en una sociedad devenida mercado, posibilitado por la libertad individual, la división del trabajo y la propiedad privada. Esa es la ambición de los ultraliberales: que todo tenga un valor de intercambio dentro de un sistema de competencia, donde los más aptos prevalecerán sobre los menos aptos, que dispondrán hasta de la libertad de morirse de hambre.

El padre intelectual de la criatura es un respetable hombre de ideas, Alberto Benegas Lynch. Su respetabilidad, no obstante, tropieza con los argumentos que expone, algunos difíciles de compatibilizar con el espíritu de objetividad y la incertidumbre teórica de Karl Popper, uno de sus inspiradores. En una columna periodística de 2021, titulada “Javier Milei, una píldora demasiado grande para timoratos”, expone el decálogo del programa libertario. Contra múltiples evidencias, refuta el ambientalismo, el papel de la banca central, la legislación laboral, el aborto legal y la democracia al estilo del insospechable Giovanni Sartori. Benegas, como genuino reaccionario, no tiene inconveniente en practicar el anacronismo, sacralizar la Constitución de 1853 e invocar, de manera sesgada, los principios alberdianos: el gran tucumano estaba a favor del libre comercio, pero a la vez fijó las bases de un sistema presidencialista centralizado, precursor del Estado de Roca, que si hoy rigiera espantaría a los libertarios.

Se pudre la democracia

Es notable cómo esta filosofía y estas propuestas falaces, presentadas como novedad a multitudes de jóvenes devorados por las imágenes y huérfanos de historia, son en realidad, refritos de antiguas fórmulas que fracasaron reiteradamente en la Argentina y en el mundo. La era del triunfalismo de mercado pertenece al pasado, no al futuro. Después del colapso global de 2008, el filósofo norteamericano Michael Sandel escribió: “La economía fue convirtiéndose en un dominio de dimensiones imperiales. En la actualidad, la lógica de comprar y vender no se aplica solo a los bienes materiales, sino que gobierna cada vez más otros aspectos de la vida. Es hora de preguntarse si queremos vivir de esta manera”.

La pregunta sobre cómo queremos vivir es quizá clave. La democracia, a pesar de todos sus defectos, sigue inspirada en los tres pilares del lema de la república francesa: Liberté, Egalité, Franternité. Los libertarios sustrajeron la libertad de ese trípode, recortándola de las demás virtudes y absolutizándola. A no engañarse: la suya es libertad para competir, nunca para confraternizar ni igualar oportunidades. La cuestión es si los argentinos, socializados en la tradición de los vínculos comunitarios fuertes, familiares y amistosos, querrán vivir colonizados por el espíritu mercantil.

Volviendo a la anécdota inicial: por lo visto, a Milei no le interesa o no comprende la segmentación de la sociedad. Le da lo mismo varones que mujeres, ricos que pobres. Tampoco parecen importarle los pliegues de la cultura y las creencias arraigadas. Si desprecia las costumbres en nombre de las teorías y prefiere los dogmas a las opiniones; si goza disfrazándose de león y desechando a los corderos; si odia, en definitiva, la política democrática y quiere reemplazarla por el mercado, es probable que tarde o temprano se estrelle contra el principio de realidad, como tantos utópicos en la historia.

* Sociólogo.