COLUMNISTAS
Responsabilidad

Aprendizajes de gente en situación la calle

280925_pobreza_indigencia_comedores_afp_g
Ética. Una persona que está en la mayor miseria puede brindar muchísimas lecciones. | AFP

En estos días, un encuentro inesperado me conmovió profundamente. Una voz suave, unas manos gastadas por el tiempo y la intemperie, y la mirada transparente de una mujer de 90 años en situación de calle me interpelaron de una manera que no esperaba. Su nombre es María, y fue ella quien me llevó a escribir estas líneas, con un único propósito: reflexionar sobre la forma en que miramos –o dejamos de mirar– a quienes viven en la calle.

Pasamos frente a estas personas con prisa, como si fueran parte del paisaje urbano. Pensamos que esperan dinero, que hay redes que los explotan, o que llegaron ahí por sus propios errores. Nos consolamos con dar una moneda, con culpar al Estado, o con convencernos de que “no hay nada que podamos hacer”. Sin embargo, detenerse a escuchar, aunque sea un instante, cambia esa mirada. Porque detrás de cada rostro hay una historia, y detrás de cada silencio, una enseñanza posible.

Aprendí con María que la ayuda material es necesaria, pero no suficiente. Lo que más valora quien vive en la calle no siempre es la frazada, la comida o el abrigo, sino el gesto de detenerse, preguntar su nombre, interesarse por lo que tiene para contar. El verdadero encuentro comienza cuando dejamos de mirar con ojos de lástima o de juicio, y nos animamos a escuchar.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Durante nuestras charlas, María me habló de su fe, de su educación y de su gusto por los idiomas. Con orgullo recordó haber terminado el secundario, y hasta se animó a preguntarme cuántos idiomas hablaba yo. Cuando le preguntaba con quién vivía de su familia, y por qué pasaba tantas horas en la calle, lo minimizaba o evadía las respuestas: me mencionaba que era soltera y que, a sus 90 años, Dios la cuidaba. No eludía las dificultades, pero tampoco se definía por ellas. Me mostraba otra manera de habitar la calle: con dignidad, espiritualidad y una sabiduría que me conmovía.

También descubrí cómo un gesto sencillo puede generar un efecto contagio. Mientras conversábamos, otras personas se acercaban, dejaban dinero, se interesaban. Era como si el simple hecho de detenernos a dialogar despertara en los demás una conciencia dormida. María, con su sonrisa y sus ojos celestes, mostraba que cuando alguien es tratado con respeto, se vuelve visible para todos.

Ella me enseñó que había encontrado un sentido en su estar en la calle, y que yo no debía mirarla con ojos de pena ni con juicio moral. Más bien, me invitaba a construir un vínculo, un diálogo humano e intergeneracional. Aquello que muchas veces estudiamos en teoría, pero que solo adquiere verdadero peso cuando la experiencia nos atraviesa en carne propia.

Con el tiempo comprendí que lo más valioso no es lo que damos desde lo material o desde lo que nos sobra, sino las conversaciones que nos marcan, las que trascienden el tiempo y el espacio. Esos encuentros ensanchan el corazón y nos ofrecen el “abrigo verdadero” que todos necesitamos. En María reconocí tantas vidas e historias que solemos perder por no detenernos a mirar al otro.

Como decía el Principito sobre la amistad, aquel zorro que parecía igual a tantos otros se volvió único al ser elegido como amigo. Así también, cuando dejamos que el otro se vuelva cercano, descubrimos que la amistad transforma, que otorga un valor irrepetible y que la verdadera conexión va mucho más allá de las apariencias.

* Doctora en sociología, politóloga, profesora de la materia de Sociología de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.