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dinosaurios

Apunte callejero

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Hace rato que no hay más lugar para los Valiant, para los Rambler, para los Dodge Polara o Impala, incluso para los célebres Torino. Su extinción asume, para los ciclos de la evolución de las ciudades, un sentido similar al que tuvo, para la evolución del planeta, la extinción de los dinosaurios: el declive de la corpulencia en favor de la agilidad, la victoria de lo ligero (en la doble acepción de veloz y de liviano) por sobre el imperio de los mazacotes.

No obstante, y pese a eso, un fenómeno social de esta era, el de las camionetas, se impuso en la geografía de las urbes de manera acaso irreversible. Antaño su prestigio radicaba en el empuje, la resistencia, la fuerza: virtudes del desempeño rural. Pero el campo, por lo visto, avanzó sobre la ciudad, cumpliendo los vaticinios literarios de Ezequiel Martínez Estrada (Radiografía de la pampa), Sergio Chejfec (El aire) o Pedro Mairal (El año del desierto).

Sabemos que en Buenos Aires los coches con caja de quinta ya no tienen razón de ser; una caja de primera nos bastaría, porque es raro que se pueda pasar, en el andar, de esa marcha elemental, antes de tener que volver, resignados, al estanco punto muerto. Las estadísticas explican con la multiplicación exponencial de las unidades circulantes el hecho diario del tránsito atascado y la falta por momentos absoluta de algún hueco donde estacionar. Pero no se trata solamente de la cantidad, sino también de la calidad, de las unidades que circulan. Camionetas de gran porte pisan las arterias urbanas y se adueñan de los espacios disponibles con una soberbia propia de tanques de un ejército de ocupación.
Desde siempre, en Buenos Aires, se lidió con los colectivos: monstruos de acecho, de encierro o de bloqueo. Pero en tal caso podía hablarse todavía, citando a Arlt, de “prepotencia de trabajo”. Las camionetas, en cambio, más tristemente, triunfan por prepotencia de dinero.