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Argentina, coronavirus y después

La dimensión de la crisis es tal que obliga a repensar la relación con el mundo, con el Estado y las relaciones entre representantes y representados.

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Patria protegida. | Pablo Temes

La consolidación de la pandemia inició una reconfiguración forzada del mundo, de sus unidades estatales y de la vida de sus ciudadanos, así como de las categorías de pensamiento para analizarlo y de las políticas públicas para encontrar respuestas.

Ante este nuevo escenario, se presentan dinámicas antitéticas que replantean el funcionamiento del sistema internacional: un enemigo invisible al ojo humano crea el problema más planetario de la historia, pero a su vez el poder soberano de los Estados se refuerza y cobra centralidad en su resolución.

Guerra. La “guerra” que une a toda la humanidad necesita de una solución global para afrontarla, pero obliga a cerrar fronteras y a potenciar las capacidades públicas en busca de soluciones en sus territorios y poblaciones. Estas últimas ceden libertades ganadas por la modernidad política y se repliegan sobre sí mismas hacia novedosas formas de expresión frente al poder.

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El nuevo panorama instala un debate que la Argentina debe considerar como desafíos y oportunidades para su modelo de crecimiento distributivo. Esta agenda presenta tres ejes fundamentales: nuestra relación con el mundo, el tipo de Estado por diseñar, y las formas de participación social en el sistema democrático de decisiones.

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El mundo. En primer lugar, en relación con la política exterior, debemos analizar las características del mundo y cómo diseñar un modelo de política internacional que contribuya a un desarrollo con equidad.  

En este sentido, se replantean los paradigmas de las relaciones internacionales que, en su estado de pureza teórica, no logran explicar la situación actual. El realismo, que entendía al Estado como un actor central y racional, se desvanece frente a una necesidad de cooperación internacional; el idealismo kantiano se ve forzado a incorporar elementos de articulación interestatal que superen la voluntad de las organizaciones internacionales; el estructuralismo, que solo se enfocaba en la dinámica del capitalismo como lógica estructural y dominante, debe incorporar el estudio de actores que influyen en los factores económicos.

Consideramos que el paradigma de la interdependencia compleja mantiene una vigencia teórico-aplicada para esta etapa de la historia dominada por la impermanencia y la incertidumbre. Esta teoría nos permite comprender la importancia central de otros actores además de los Estados nacionales en los asuntos internacionales, la aparición de nuevos temas en la agenda como en este caso las pandemias de dimensiones globales, el acento en el carácter global de los problemas contemporáneos y la cooperación para resolverlos.

 En este sentido, la Argentina ha comprendido la complejidad de esta nueva realidad mundial y se encamina a proyectar un patrón de inserción internacional basado en el multilateralismo, la cooperación entre países por fuera de la dimensión ideológica, el relacionamiento con nuevos actores y el reconocimiento de instituciones internacionales con legitimidad como la Organización Mundial de la Salud en el conocimiento científico del problema.

El Estado. En segundo lugar, en relación con el Estado, se reformula el centralismo de una institución presidencial dominante, lo que da lugar a un federalismo de cooperación. En este aspecto vemos, por un lado, un cambio en la estructura decisional del Poder Ejecutivo que se apoya en cuatro pilares para construir consensos en la decisión política fundamental: la comunidad científica con su asesoramiento sobre la pandemia; el Congreso nacional que dio el apoyo parlamentario de todo el arco político sobre las medidas por adoptar; los gobernadores y el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que construyeron este federalismo cooperativo con el gobierno central; y la opinión pública activa que aprueba las medidas en curso.

Por otro lado, la resolución de la pandemia muestra más que nunca la importancia de la división vertical del poder: las provincias se instalan como actores relevantes en la implementación de las políticas públicas como en el caso de las medidas de supresión para el detenimiento de la curva de contagios. Son las fuerzas de seguridad provinciales las que hacen cumplir la cuarentena en sus territorios.

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Ciudadanos. En tercer lugar, en relación con la ciudadanía, se instala un debate que articula la dimensión política con los valores de la vida privada y su vinculación con la solidaridad organizada.

Se observa en esta dimensión una tensión entre la esfera de la intimidad versus la esfera de la comunidad. La libertad de movimiento, reunión y expresión social en espacios comunes entra en contradicción con la seguridad, la reclusión y la intromisión del Estado en la vida de las personas.

La biopolítica vuelve al centro del análisis, en tanto la población apoya las medidas de reclusión, pero aparecen malestares de la cultura que generan limitaciones a la acción colectiva y aún no están claras las formas de participación en el sistema político.  

O el Leviatán que venza al enemigo cuasiinvisible es aceptado como lógica estructural para dirigir la vida de las sociedades, o la energía contenida de los actores colectivos buscará reemplazarlo por canales no necesariamente clásicos de representación.   

Triple desafío. Para concluir, la Argentina se enfrenta a un triple desafío en el futuro próximo: cómo reconfigurar su inserción en un mundo cada vez más incierto e interdependiente desde una mirada sociohistórica y latinoamericana; cómo reconstruir un Estado robusto que dé respuestas a las nuevas amenazas y replantee un esquema de decisión más colegiado y participativo; y cómo repensar la relación entre la sociedad civil y el sistema político generando una ampliación de derechos en equilibrio con las nuevas demandas de protección estatal sobre los ciudadanos. Tres temas que sin la resolución definitiva de la grieta autóctona serán imposibles de cumplir.