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Bares y mesas redondas

¿Estará la literatura en crisis porque también están en crisis los bares, pasar horas discutiendo en un café?

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Hace un tiempo fui a escuchar una mesa redonda sobre la situación del mercado editorial. Hablaban sobre si en los 60 se vendían más libros que ahora, y de golpe alguien del público se paró (era un editor muy conocido) y dijo una frase terminante: “En los 60 era mucho más fácil: alcanzaba con ir a cualquier bar para ver que lo único que había que publicar eran libros de estructuralismo, marxismo y psicoanálisis”. Rápidamente la discusión giró hacia esos conceptos y sus respectivas crisis: la crisis del marxismo, del estructuralismo y del psicoanálisis.

Sin embargo, la verdadera palabra clave en la frase de aquel editor no era marxismo, ni tampoco estructuralismo, ni mucho menos psicoanálisis. No. La palabra central en ese asunto era: bar. ¿Estará la literatura en crisis porque también están en crisis los bares, la costumbre de pasar horas discutiendo en un café, perdiendo el tiempo, leyendo por el solo placer de leer? No lo sé.

Aunque ahora que lo pienso bien, tal vez lo que esté en crisis no sea ni la literatura, ni los bares, ni el marxismo, el estructuralismo y el psicoanálisis, sino las mesas redondas. ¿Quién va a escuchar mesas redondas? ¡Yo! Mejor dicho, en general no voy, es decir, no puedo ir, no tengo tiempo (estoy haciendo un reemplazo como lavacopas en un bar de Scalabrini Ortiz al 800 y salgo agotado), pero si tuviera tiempo iría siempre. Es un género, una puesta en escena que me sigue pareciendo estremecedor: el espectáculo de ver pensar a otros en vivo, ahí, sin red.

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De vez en cuando incluso hay discusiones y polémicas, pero no es eso lo que me interesa (es más: cuando las discusiones suben de tono y se vuelven casi enfrentamientos personales, me disgusta) sino la cuestión teatral del asunto. Curioso: yo, que detesto el teatro (me da vergüenza ajena estar frente a gente que hace como que grita, como que llora, como que sufre), en cambio valoro el aspecto performático de las mesas redondas. En mis años mozos disfruté mucho de mesas redondas en las que participaban Horacio González y Emilio de Ipola.

Volviendo a los bares y a esos años (mediados de los 80), por ese entonces pasaban cosas muy extrañas. Por ejemplo, uno podía encontrarse de casualidad tomando algo en Gandhi y salir de allí con un ofrecimiento directo para ser ayudante de cátedra y comenzar a trabajar al día siguiente (hoy los docentes se reclutan en otros ámbitos, deben llenan formularios, conseguir firmas y participar de un aún más extraño y opaco ritual llamado “concurso”). De ahí a participar en una mesa redonda era cuestión de semanas.

En esto también eran años muy raros: escribir literatura en primera persona estaba mal visto (ah, cuánto extraño esa época). En fin, ahora que ya no hay cafés, ni mesas redondas, ni marxismo, ni estructuralismo, ni psicoanálisis, ni literatura, ni nada, ahora que todos los caminos del trendy literario llevan a la escritura en primera persona, a la autoficción, al triunfo universal del yo, puede ser bueno recomendar textos recientes en los que el yo es exhibido con maestría. De hecho, acabo de leer un libro absolutamente nuevo sobre el tema: las Confesiones de Rousseau: “Emprendo una obra de la que no hay ejemplo y que no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes un hombre en toda la verdad de la Naturaleza y ese hombre seré yo. Solo yo.”