El sentido común quiere que cuando dos padres se separan, los mayores perjudicados sean los hijos. Dicho de otro modo, cuando una alianza entre poderosos se rompe, quienes pagan los platos rotos son los que menos poder tienen.
Como asistimos, desde hace meses, a un divorcio litigioso propiamente a la italiana (C’eravamo tanto amati) entre el poder regente y el multimedios Clarín, convendría detenerse, más allá de los daños colaterales (habría que tener en cuenta la lección de La guerra de los Roses), en la repartición de bienes, sobre todo en estas semanas de celebraciones patrióticas.
¿Qué habrá en el armario de los bienes gananciales? La televisión por cable, ya lo sabemos, la Internet, la radiodifusión que tan generosamente antes se puso en manos de Magneto & Co. ¿Pero qué más, qué mas?
En estos días, Clarín ha presentado la colección de siete libros (y sus correspondientes discos compactos) El gran libro del Teatro Colón, que despliega las historias, anécdotas y episodios más destacados de esa casa lírica ahora recuperada para el pueblo. “¡Pero ese matrimonio marcha viento en popa y a toda vela!”, se me dirá. Por cierto, y ésas son las ventajas de la poligamia: el romance entre Clarín y la alcaldía no ha sido mellado por desavenencia alguna.
Pero Clarín también pagó, con la generosidad de doble filo que siempre caracterizó al grupo en todo lo relativo a temas culturales (la Feria del Libro, el Bafici, ¿qué serían sin Clarín?) la catalogación del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes, que puede (mal que bien) prescindir de la ampliación que alguna vez se proyectó pero no puede, a esta altura de los tiempos bicentenarios, carecer de un catálogo razonado de sus tesoros (muchos de ellos, completamente sepultados en enmohecidos depósitos), a cambio de lo cual obtuvo el derecho de reproducción y distribución de ese catálogo de mil trescientas páginas como fascículos cuyo lanzamiento está previsto para fecha incierta, precisamente porque aquí el patrimonio (los bienes gananciales) ha sido afectado por el loco divorcio cuyas razones últimas (o primeras) los súbditos y los lectores (¡los hijos!) jamás conoceremos.
Los convenios firmados en las épocas en las que el Sr. Magneto, porque tenía cubierto siempre puesto, entraba cuando quería a la residencia presidencial con un vinito bajo el brazo (“¡Néstor, querido!”, “¡Cristina, cada vez más linda vos, eh?!”, “¡Jorge, qué alegría!, ¿viniste solito?”) son ahora la pesadilla cotidiana del Sr. Coscia, que no sabe cómo deshacerlos sin levantar una tormenta de imprevisibles consecuencias.
Por lo pronto, los correspondientes sellos de la Fundación Noble y de Clarín ya fueron retirados del catálogo (¡bicentenario!) que está en imprenta. Pero llegado el momento de lanzar los fascículos es de prever que “el monopolio” no dejará que le tiemble el pulso para hacer cumplir los convenios y recuperar aunque más no fuere alguna parte de lo empeñado (¡las alhajas!) en agradables noches de arrumacos mutuos.