Si Amado Boudou conserva al menos una pizca de la astucia que demostró en su meteórica carrera hacia el poder, debe haber comprendido a estas alturas que su suerte está definitivamente sellada. La forzada prolongación de su gira caribeña para evitar que presidiera la sesión del miércoles en el Senado y la penosa defensa que los diputados oficialistas ensayaron durante la tumultuosa reunión de la Comisión de Juicio Político del jueves no son más que preludios de un triste y solitario final. Nadie sabe en realidad dónde esconder al muerto.
Tanto es así, que algunos cráneos de la Casa Rosada esperan ahora con ansiedad que la beligerancia con los fondos buitre –que, estiman, se incrementará la semana próxima con el acto latinoamericanista preparado para el 9 de Julio con la presencia, entre otros, del ilustre Nicolás Maduro– se convierta en una oportunidad para distraer a la opinión pública del berenjenal en el que los ha metido el vicepresidente fecundado in vitro por Cristina Fernández de Kirchner. Es un extraño razonamiento: que el diagnóstico de cáncer haga olvidar al paciente que ha enviudado.
Hay un dato de la política real que muchos dirigentes oficialistas –y también varios opositores– parecen no haber comprendido todavía. Al menos en su real dimensión.
Hace 15 meses, Jorge Bergoglio, considerado por el kirchnerismo “el verdadero jefe de la oposición”, asumía en Roma. La consagración de Francisco es la variable más relevante de la política argentina luego de la entronización del matrimonio santacruceño posdevastación 2001-2003. En un país donde la Iglesia siempre ha tenido una enorme influencia en el poder real, la presencia de un papa local no puede pasar como si nada. Sólo alcanza con mirar a la Polonia de antes y después de Juan Pablo II para comprenderlo. Aquel huracán no sólo se llevó puesto al régimen del general prosoviético Wojciech Jaruzelski, sino que representó el inicio del fin del “socialismo real”.
No haber leído en su momento el verdadero significado de la elección de Bergoglio habla del provincialismo que nos gobierna. Las primeras 24 horas de negación desafiante que sufrió la Presidenta al recibir el parte son una muestra elocuente de cómo la soberbia suele nublar la inteligencia. El regreso, el último 25 de Mayo, del tradicional tedéum a la Catedral metropolitana –luego de ocho años de chicanas contra el ex cardenal de Buenos Aires– es, a su vez, un elocuente indicio de cómo la vida suele poner las cosas en su lugar. “El tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte”, explicaría Francisco.
El Papa está convencido de que la crisis que atraviesa el mundo es fundamentalmente de valores, y que se requiere una revolución del sentido común. Cree que estamos a las puertas de un cambio de época. Y con esa convicción se dirige a sus fieles de todo el mundo. Sería ingenuo suponer que un hombre que ha trajinado en silencio las calles de su país, que conoce a la dirigencia política y social argentina como pocos y que ha soportado con resignación –aunque sin olvidar– las humillaciones y los desplantes a los que lo sometió el oficialismo desde que se sintió dueño del poder, ahora se declare prescindente de los destinos nacionales.
El paternal “cuiden a Cristina”, que el jefe de la Iglesia se ha encargado de difundir cada vez que un conciudadano lo visita, tiene varias lecturas. Por supuesto que expresa un deseo claro de protección del orden institucional. Pero también delata la gravedad de la crisis que Francisco vislumbra en el horizonte inmediato. Proteger a la Presidenta no significa tampoco, en la visión del líder religioso, darle un cheque en blanco para que sus muchachos hagan lo que les venga en gana.
La secuencia que se inició el 6 de mayo con el encuentro del juez Ariel Lijo y el Papa en el Vaticano es un dato insoslayable para comprender la importancia que el ex vecino de Flores otorga a los actos del poder terrenal:
◆ Sin mencionar el caso Ciccone, Bergoglio le dijo al magistrado: “Está bien ser prudentes. Pero si la prudencia se convierte en inacción, eso es cobardía”.
◆ Un mes después –y al día siguiente de concretar uno de sus más ambiciosos proyectos por la paz en Medio Oriente: la misa multirreligiosa en Santa Marta con la presencia del presidente israelí y el jefe de la Autoridad Palestina–, el Papa se dio tiempo para escribirle a su amigo Gustavo Vera, titular de la fundación La Alameda y legislador porteño. El mensaje papal contenía otro contundente respaldo al juez del escándalo de la fábrica de billetes. Rezo “por el magistrado que vimos la última vez”, decía. A buen entendedor, pocas palabras.
◆ El viernes 27 de junio, Ariel Lijo dictó el procesamiento del vicepresidente.
Todo lo que vino después, incluidas las farsescas actuaciones de los diputados oficialistas en la reunión de la Comisión de Juicio Político (“No se ataca al vicepresidente sino a la democracia”, bramó Andrés “el Cuervo” Larroque) no es más que fuegos de artificio para atenuar el impacto que sufre un poder que se diluye irreductiblemente. Porque ahora hay un nuevo y potente jugador en escena. Y ése es el dato más relevante de la política argentina desde 2013.
Los muchachos de La Cámpora deberían leer la “Evangelii Gaudium”, emitida por Francisco en noviembre del año pasado: “Nadie puede exigirnos”, señala en su capítulo cuarto, “que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra”.
Quien quiera oír que oiga.
¿Y Amado Boudou?
Si no acostumbra rezar, sería bueno que empezara a hacerlo.
*Periodista y editor.