El oficialismo se aferra a su palabra-mantra: Juntos. El kirchnerismo impone otra, excluyente: Todos. La izquierda convoca a sus fragmentos con una improbable añoranza: Unidad. “Juntos, todos unidos” podría ser el eslógan que arrope a estos tres platos del menú electoral. Otros, ni eso. ¿Pero quiénes deberían juntarse? ¿Quiénes son todos? ¿Para qué habría que unirse? Tal como se vive y practica la política en la Argentina, “juntos”, “todos” y “unidos” lejos de inspirarse en una totalidad que sea más que la suma de sus partes resultan invitaciones a profundizar las zanjas, fortalecer las trincheras, amucharse entre iguales, erradicar la diversidad y convertir al diferente en enemigo. Juntémonos nosotros contra ellos, vamos todos contra los que no piensan igual (y, además, volvamos a ir por todo), unámonos contra los enemigos imaginarios.
Cuando se las usa políticamente, estas palabras tienen algo en común. Eliminan al individuo, su singularidad y su conciencia. Dos grandes pensadores y exploradores de la psiquis y el corazón humanos, como Carl Jung y Víktor Frankl, alertaron en diferentes momentos del siglo XX acerca de las inflamadas consignas que llaman a sumarse a multitudes, a conglomerados como “pueblo” o “masa” (podríamos agregar público, electorado, hinchada, audiencia, fans, etcétera), en los cuales el individuo se licua, desaparece, y con él la responsabilidad, que solo puede y debe ser individual.
Si nos juntamos y unimos todos, no importa cómo, no importa para qué, no importa el sentido o la trascendencia del amontonamiento, no habrá responsables de nuestros errores, de nuestras elecciones desafortunadas, de las consecuencias de las acciones masivas. Fuimos o fueron todos significa, a la postre, que no fue nadie. Ocurre con los linchamientos, con los desmanes de las hinchadas, con la violencia patotera, con los crímenes de guerra, con los escraches, con la corrupción (fueron todos, por lo tanto están todos libres, salvo alguno entregado como prenda o fianza).
Sin el individuo no existe la comunidad, señaló Jung en La psicoterapia hoy. Y el individuo, a su vez, solo puede prosperar e indagar el sentido de su vida propia y única, dentro de la comunidad.
Comunidad, del latín communitas, significa “común unidad”. Unión en torno de algo. Remite a propósito, no hay comunidad si no existe una visión a compartir. La comunidad integra lo diverso en torno de esa visión y ese propósito. Integra “para” algo y no “contra” alguien. En las propuestas electorales que hoy lastiman los oídos, hieren los ojos y ofenden el intelecto, los fracasados se presentan como eficientes, los ladrones como virtuosos, los intolerantes como conciliadores y, especialmente los dos contendientes principales, toman a la ciudadanía en su conjunto por una masa desmemoriada, crédula y siempre dispuesta a la manipulación. Cabe reconocerles que tienen buenas razones y precedentes para pensar así.
En su obra El principio de individuación, el psicoterapeuta Murray Stein, que presidió la Asociación Internacional de Psicología Analítica, remarca que “los movimientos colectivos pueden aplastar fácilmente a los individuos”. Desaparece entonces la diferenciación, señala Stein, y prevalece una homogeneidad sin matices. Esto es, de acuerdo con él, “la pérdida del alma y una grave regresión psicológica, en la cual la cual la identidad individual es engullida por lo colectivo”. No sorprende que en una época de elecciones con candidatos mediocres e intelectualmente indigentes estos se escuden tras consignas como “juntos”, “todos” o “unidad”. La cuestión es que el votante (mero consumidor de eslóganes y posteos, sujeto apático o asustado) no piense, no tome decisiones propias y responsables, se cobije en una fantasía colectiva sin norte. Quizás la consigna que mejor le venga a estas propuestas sea “Amontonados”.
“Mezclao con Stavisky/ va Don Bosco y La Mignon,/ Don Chicho y Napoleón,/ Carnera y San Martín.../ Igual que en la vidriera/ irrespetuosa de los cambalaches/ se ha mezclao la vida,/ y herida por un sable sin remache/ ves llorar la Biblia junto a un calefón”. (Cambalache, Enrique Santos Discépolo, 1935).
*Periodista.