Al norte de Grecia, el Monte Athos es donde los sueños húmedos del varón heterosexual son invariablemente sueños, porque no se permite el ingreso de mujeres ni como turistas. Se trata de veinte monasterios ortodoxos articulados bajo una legislación propia, llenos de monjes decididos a vivir alejados de la tentación de Eva. Para no perecer por falta de actividad reproductiva, se nutren de novicios dispuestos a cruzar la frontera y no ver nunca más una cara lampiña. El milenario argumento de base es que la Virgen María quiso que el Monte fuera solamente de ella. Lo que sirve para que se los tache de arcaicos tiene, sin embargo, matices futuristas.
Siempre me gustó el anacronismo francés de seguir llamando célibataire a los solteros. En clave Pop, el antiguo sentido de esta palabra parece reflotar: éxitos como el disco de Rosalía, con su parafernalia monjeril, citas a Simone Weil y su autora proclamando abstención sexual, santos medio warholizados mirándonos desde remeras y memes, o gestos más tangenciales, pero consonantes, como la bajada a tierra de la envestidura religiosa con Papas tuiteros, son el pan de cada día. Para Juan Manuel de Prada, un “pensamiento ilusorio o desiderativo” subyace cuando fenómenos de esta clase son juzgados de “despertar católico”. Es que, sobre todo entre mujeres, avanza menos la aspiración espiritual de ser una carmelita que solo se entrega a Dios, que la puesta en cuestión secular del clásico intercambio de fluidos. Tras siglos de estigmatización (no se casó por fea, puta o loca) era esperable que la taba se de vuelta con modalidades que van desde la revalorización social de la madre soltera o la ciencia abonando al congelamiento de óvulos, los bancos de semen y los vientres subrogados, hasta eslóganes juveniles, tipo “tener novio da cringe”. También emergen microsociedades que prescinden de los varones mostrando su día a día en las redes. ¿Aguantarán por siglos como en el Monte Athos?
Ave Fénix que, derribando muros de ermitas y conventos, vuelve del ostracismo en vagones rosas y Ubers con choferas, el celibato voluntario es tan viejo como la idea de Dios y tan nuevo como el disco de Rosalía.