En la columna anterior expusimos uno de los tres enfoques generales de los paradigmas chinos sobre relaciones internacionales denominado “esquema conceptual anverso”: comprender la política internacional desde las tradiciones puras de China.
En el otro enfoque, que se desarrolla bajo el “esquema conceptual reverso”, los académicos chinos interpretan la realidad internacional desde los paradigmas de las escuelas de la tradición occidental: el liberalismo, el realismo y el constructivismo.
Estos estudios se hicieron cada vez más relevantes hasta ocupar casi el 80% de las perspectivas de las relaciones internacionales en ese país, según estudiaron Qin Yaqing y Wei Ling en Structure, Process and the Socialization of Power: East Asian Community Building and the Rise of China (2008).
Entre muchos académicos de esta perpectiva, es Yan Xuetong quien se pregunta en el título de su artículo “Why Is There no Chinese School of International Relations Theory?”. Este autor intenta tres estrategias teórico-metodológicas para generar una teoría china de las relaciones internacionales desde los paradigmas europeos y estadounidense.
Primero, junto a su colega Song Xuefeng, escribieron “Guoji Guanxi Yanjiu Shiyong Fangfa” (“Métodos prácticos de estudios internacionales”). Los autores se preocuparon por construir un esquema conceptual occidental para comprender a los pensadores tradicionales chinos. Este esquema plantea dos dimensiones. Por un lado, la tensión entre idealismo y materialismo conformada por tres categorías: dualismo, determinismo material y determinismo ideal. Por otro lado, los problemas de los niveles de análisis –tan presentes en las escuelas americanas: el individual, el estatal y el sistémico mundial–. De la teorización de este esquema, surge por ejemplo que Lao Tse es un determinista ideal sistémico y Confucio, un determinista ideal individualista.
Segundo, para Yan Xuetong, el poder político es el centro de la reflexión de los pensadores chinos tradicionales. Este poder es el que moviliza los otros dos poderes como pilares fundamentales de los Estados: el económico y el militar. Pero este poder se transforma en una hegemonía solo si se sostiene en una base moral encarnada en quienes lo detentan. A su vez, estos deben elegir para su gobierno a los mejores en el arte de gobernar y ejercer la diplomacia.
En este texto –y esto ha despertado el alerta del otro lado del mundo–, el autor entiende y aconseja a China que construya su propio poder militar para garantizar su autonomía y seguridad.
Tercero, el realismo de Yan se completa en su visión jerárquica del sistema internacional, que los maestros chinos dividían en tres. La tiranía (qiangquan), que se encuentra en el nivel más bajo de la consideración moral del gobierno y se basa solo en la fuerza; la hegemonía (baquam), que tiene un carácter compulsivo de dominación e imposición; y la autoridad compasiva (wangquan), sustentada en la moralidad y el apoyo popular. Esta última genera la forma suprema de gobierno, en este caso del gobierno internacional.
Para que esta “potencia compasiva” se transforme en la potencia hegemónica, Yan sugiere en el título de otra publicación que “Zhongguo Zhengduo Daoyi Zhigaodian Xue Jiejiao Mengyou” (“China necesita formar alianzas para competir por la dominación de la cumbre de la moralidad”). Este texto desarrolla cómo debería China consolidar el escenario asiático y proyectarse al escenario global desde una estrategia de integración regional para negociar con el resto del mundo. Como sostiene Qin Yaqing: “Cuando un Estado poderoso forma un bloque y lo lidera, y cuando dicho bloque es el más fuerte en el sistema internacional, el Estado que lo lidera es la potencia hegemónica” (2012).
Refinar el estudio de China en su milenaria cultura y desagregar sus partes para luego comprender la totalidad será la única manera de comprender al dragón dormido que se encontraba latente en el centro del mundo.
*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires.
Producción: Silvina Márquez.