Aunque a muchos les siga pareciendo remoto, extravagante y completamente distanciado de nuestra realidad cotidiana, no tengo más remedio que hacerme eco de lo que está sucediendo en un punto que, reitero, para algunos sigue pareciendo muy distante e inalcanzable. Lamentablemente, no tengo buenas noticias para dar. La primera: “La milicia del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIS o ISIS, según sus siglas en inglés) mató y crucificó en público a ocho hombres cerca de la ciudad de Alepo, en el norte de Siria, según ha informado el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Las víctimas fueron asesinadas en la localidad de Deir Hafir por haber luchado para otros grupos rebeldes. Los cadáveres de los hombres fueron crucificados en una céntrica plaza donde está previsto que permanezcan tres días. Además, según el Observatorio, miembros de este grupo ISIS colgaron vivo en una cruz, durante ocho horas a otro hombre en una plaza de Al Bab, al noreste de Alepo. La víctima estaba acusada de haber hecho declaraciones falsas. La milicia EIIS controla varias regiones de Siria, sumida en una guerra civil, y está avanzando posiciones dentro de Irak. Su peligrosa ofensiva y avance llevó a esta violenta agrupación de extremistas islámicos sunitas a declarar un califato islámico, y a su líder, Abu Bakr al Bagdadi como califa de todos los musulmanes”.
Esta noticia, en sí misma terrible y demoledora, se compagina con las tristes novedades provenientes de Israel: los tres adolescentes que habían sido secuestrados cerca de la ciudad de Hebrón fueron hallados muertos por grupos de rescatistas israelíes. El jefe de gobierno de Israel, Biniamin Netanyahu anunció: “Con muchísima pena debo decir que hemos encontrado los tres cadáveres nuestros jóvenes secuestrados esta tarde, con todas las señales de haber sido asesinados a sangre fría”.
Esto sucedió a las 5 de la tarde hora de Israel, las 18 en la Argentina. Los cadáveres de los chicos fueron encontrados bajo una gran acumulación de piedras en un campo abierto, entre Halhul y Beit Kahil, cerca de Hebrón. El Gobierno palestino dice haber desplegado sus fuerzas de seguridad para ayudar a la búsqueda intensa que habían hecho los israelíes desde que se produjo el secuestro, que debo recordar, fue el día 12 de junio, o sea, hace de esto ya 18 jornadas.
Los tres adolescentes se llaman Eyal Yifrah, Gilad Shaar y Naftali Fraenkel, y la última vez que se los vio fue cuando estaban haciendo autostop (“dedo”), algo común en Israel, cerca del punto para pedir a los automovilistas que hay marcado para hacer dedo en Gush Etzion. La zona está aislada, es una zona medio cultivada y muy deshabitada.
Lo cierto es que los cadáveres han aparecido. A estas horas debe estar culminando en Jerusalén, la capital de Israel, la reunión del gabinete de seguridad para determinar qué nivel de represalias habrán de darse en la realidad. Ya el Gobierno israelí ha dicho claramente que la responsabilidad de los asesinatos es de Hamás.
Hamás es la organización político-militar palestina que a lo largo de varias décadas ha rechazado por principio, firmemente, la existencia de un estado judío israelí. No lo reconoce, no lo acepta, no lo admite. Incluso, algo que ha provocado muchísimo asombro en algunos medios occidentales, aun cuando Hamás no había asumido responsabilidad por el secuestro de estos adolescentes, había elogiado estos secuestros y había criticado duramente a la Autoridad Palestina, el gobierno de Mahmud Abbas, por cooperar con Israel en la búsqueda de estos chicos.
El gobierno de Israel proclama que Hamás es responsable de estos asesinatos –ha identificado a dos palestinos miembros de Hamás que habrían tenido responsabilidad en los crímenes– pero, sin embargo, al negar su responsabilidad, Hamás, ha elogiado a estos secuestros.
Hace pocas semanas, el Papa Francisco, en una demostración de lucidez política importante, que muchos han calificado de cierta ingenuidad, había encabezado una misión en Tierra Santa para tratar de unir en una oración simultánea a judíos, católicos y musulmanes. Lamentablemente, esta oración no parece haber tenido demasiada repercusión, al menos en que se suele denominar “extremismo” islámico.
Tengo para mí que el momento es crucial. Las buenas intenciones no alcanzan. No hay pena ninguna que pueda compensar el asesinato frío y desalmado de tres vidas adolescentes. Los palestinos han tenido, a lo largo de décadas, todas las posibilidades y las alternativas para insistir en su esfuerzo de independencia nacional. Esto es otra cosa: lo que está pasando en Siria, la barbarie de los asesinatos con crucifixión, la persecución permanente de minorías cristianas en muchos países de mayoría islámica, y estos últimos episodios de terrorismo, el terrible asesinato de estos chicos israelíes, revela la vigencia de una vieja verdad, que muchos han querido negar, y de alguna manera ocultar como nobles intenciones de almas bellas, es que acá no hay un choque de civilizaciones. Sí, hay un choque de civilizaciones.
No pretendo sostener que los asesinos de Eyal Yifrah, Gilad Shaar y Naftali Fraenkel puedan ser denominados representantes legítimos del credo islámico. Pero, en tanto y en cuanto, este credo no termine de separarse de las acciones criminales y asesinas que hoy entristecen al mundo, uno seguirá teniendo que afirmar que, desgraciadamente, ese choque de civilizaciones sí existe. En ese choque, hay minorías violentas, predatorias y enormemente destructivas, que, más allá de sus denominaciones religiosas, proclaman y ejecutan su falta absoluta de voluntad de convivir con cualquiera que no patrocine lo que ellos llaman –tenebrosamente– el califato islámico. No todo es lo mismo.
(*) Emitido en Radio Mitre, el lunes 30 de junio de 2014.