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Apuntes en viaje

Ciento noventa y dos

Una amiga presentó un libro en esa librería coqueta de Palermo con terraza y lucecitas; al finalizar, decidimos seguirla y cenar en el restorán cutre-cool de un club cutre-cool del mismo barrio coqueto.

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Ciento noventa y dos. | Marta Toledo

El aula es amplia, extendida como un muelle hacia el interior del edificio oscuro, húmedo, frío como jaula zoológica; dominan la escena cuatro hileras de bancos en disposición coreográfica (mochilas en el suelo, y así). Son pupitres de madera confeccionados en una sola pieza, encargados por el instituto centenario con la convicción de que así las cosas la porción beligerante no se tentaría con despedazarlos y utilizarlos como elementos mortales. Marcos, mi amigo bizco, se dedica a la talla sobre tabla; para ello utiliza un compás que blande en mecánico vahído. Vuelan papeles, también tizas, lo sabemos: la disputa por el territorio. Delante del caos, detenida entre paréntesis, la profesora de geografía ejecuta la mirada que se materializa para atravesar, no sin amenazas, las perlitas vaporosas del miasma pestilente que nos contiene, para detenerse delante de mi anatomía desproporcionada: Bellotti, a colgar el mapa.

Semanas atrás, una amiga presentó un libro en esa librería coqueta de Palermo con terraza y lucecitas; al finalizar, decidimos seguirla y cenar en el restorán cutre-cool de un club cutre-cool del mismo barrio coqueto. Parte de la tropa se estiró en taxi y hasta en auto propio, tres chicas y yo optamos por caminar. Sigamos al alto que sabe dónde queda.

El alto que ahora escribe en tercera persona mide 192 centímetros y la pasó mal esta semana. Demasiada presión, quilombos de todo tipo, incluidos familiares, que son los más tóxicos. Es entonces cuando quisiera encogerme, enrollarme dentro de un Fiat 600 y esperar hasta que todo pase. Pero la vida adulta impone compromiso cotidiano y la farmacología capitalista atiende necesidades, como si de ello dependiera nuestra subsistencia. ¡Te vi en la Feria, pero estabas lejos! El récord lo tiene mi amigo Víctor, que alcanzó a divisarme a 170 metros en el llano, cuando veraneamos en San Clemente del Tuyú.

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En 2016 The Lancet publicó un artículo que todavía atesoro. Buscaba de manera obsesiva, pero atolondrada algún elemento concreto de dónde agarrarme y fue entonces que tropecé con la investigación sofisticada de un equipo de nutricionistas londinenses. Como sea, el cierre del estudio, los datos que yo iba a buscar, dictaba que la gente más alta, en promedio, era holandesa (1,82 metros), mientras que la más baja, guatemalteca (escasos 149 centímetros). Aunque estos índices pueden variar con los años, con los cambios de alimentación etcétera. Solo de esa manera podemos comprender que entre 1914 y 2014 (recorte del estudio), los hombres iraníes y las mujeres coreanas ostenten los mayores incrementos en altura: un promedio de 16,5 centímetros para ellos, 20,2 centímetros para ellas (en ese mismo lapso los y las estadounidenses solo crecieron 6 y 5 centímetros de media). En Argentina, la altura promedio de los hombres es de 1,746 metros, y de las mujeres 1,592 metros.

¿No podés regalarme unos centímetros? (otra pregunta zoquete que me repiten a diario). El astronauta Scott Kelly creció 5 centímetros después de pasar un año en la Estación Espacial Internacional, por prepotencia de la ingravidez. Pero no fue el único; se han registrado casos de hasta 7 centímetros tras una misión. Lo que ocurre es que sin la gravedad que comprime los huesos, la columna se alarga y los músculos y nervios se estiran. Puede parecer una suerte para aquellos y aquellas que envidian mi altura, pero lo cierto es que este crecimiento repentino causa fuertes dolores de espalda, y una vez pasado un tiempo en la Tierra, la altura vuelve a la normalidad.

Durante años corrí, corrí lo más rápido que mi osamenta lunga permitía para escapar de aquello que me atormentaba. Con el tiempo comprendí que solo debía detenerme, respirar, darme vuelta para avanzar sobre mis pasos y enfrentarlo. Entonces dejé de vivir para los otros, y me dediqué a mí.