Prometimos para hoy continuar con los lugares comunes que nos sigue ofreciendo la actualidad, que arrancamos en la edición de ayer (e.perfil.com/cliches-i). Ahora, el capítulo es el de la aparente prudencia sindical, ejemplificada con los cambios en convenios petroleros.
En premio a ese sacrificio mal llamado “flexibilidad laboral” de los gremialistas, Macri llevará en su delegación a España –donde Telefónica le morderá los fundillos por el tema telecomunicaciones– al poderoso sindicalista Guillermo Pereyra, factótum del nuevo acuerdo petrolero. Hasta podría ir en su avión, si lo requiriera, tales son las migas y las recompensas de hoy. Aunque Pereyra, luego de que el Gobierno publicitó como un éxito de convivencia el último convenio, no lo firmó y se fue presuntamente de vacaciones hasta que se le concediera una exención adicional del l0% del salario bruto.
Un extra que obtuvo a último momento, para la foto, aparte de la normalización presupuestaria de las obras sociales y de entendimientos con proveedores exclusivos. Para sostener el cliché perpetuo, las dos partes utilizan el verbo “negociar”, aunque el significado es diferente para ambos. Lo que no cambia es la ecuación: siempre ganan los mismos, con Menem, Duhalde, Kirchner o Macri.
Tanta magnanimidad presidencial genera favores. Los grandes gremios, ya bendecidos por el flujo de fondos de las obras sociales, Ganancias, ART y la emergencia, acompañan en compensación al Gobierno, al esquema paritario que el mismo mandatario expresó hace horas: se garantiza el piso de inflación y, luego, cada uno en la rama privada negocia lo que pueda. Para figuras emblemáticas tipo Moyano (inquieto sólo por la cuestión del fútbol) es aceptable esa proposición, no perderá en la paritaria (por otra parte, el jefe camionero nunca tendrá un conflicto con Macri, sea por amor o por contrato). Tropiezan, en cambio, las organizaciones más débiles, de ahí que en la CGT se respira un limitado viento de fronda. Pero allí no mandan los que presiden, por lo tanto abundan las declaraciones ostentosas y la singular tontería de que “ahora rompemos el diálogo y dentro de un mes movilizamos y quizás hagamos un paro”. Como si la huelga se decidiera en cuotas de tarjeta de crédito.
Este toma y daca convenido también expresa un cliché argentino, es el revival de hace cuarenta años, cuando se discutían convenios por empresas (liberales) o por rama (estatistas). Para los gremios del Estado que exigen un índice nacional de aumento, no diferencial, hay una valla: los gobernadores, peronistas o no, participan de la instrucción de la Casa Rosada, son los verdaderos paritarios, los que pagan, aunque el Gobierno se atribuya importancia con ministerios (Educación, Salud) cuya existencia se torna dudosa. En su inflation target, Macri ya decidió a quién castigar: de Cabrera a Braun, de Triaca al moderado Dujovne, han advertido que los empresarios y comerciantes son unos “vivos”, sea porque despiden personal o ajustan precios, advierten por un somatén mediático. Parecen réplicas de Moreno o de Cristina, que les reprochaban no devolver parte de la plata que habían juntado en pala.
Se repite también el cliché de servirse del Estado como si fuera propio. Tal el caso del helicóptero que fue a buscar al Uruguay a la esposa del Presidente. Un riesgo mediático poco comprensible, cuando hace más de un mes la misma dama había hecho un viaje idéntico pero por una línea comercial. Se suma, claro, a la disposición para refaccionar la quinta de Olivos (tarea ya terminada), ahora la Casa Rosada, comprar un avión, cambiar los helicópteros y los autos blindados.
Al margen del eventual dispendio, ese gasto obliga a pensar que Cristina vivía como una andrajosa, en condiciones deplorables, con peligro de vida en los aviones y helicópteros y a bordo de vehículos sin blindaje ni protección. Difícil de creer: uno recuerda los cuidados de emperatriz, pero Cambiemos se esfuerza por inducir esa falsa derivación. Parte del código genético de la necedad, del cliché argentino en el Gobierno.