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Cómo pedir perdón

16-4-2023-Logo Perfil
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Una vez William Carlos Williams escribió un poema para pedirle a su esposa, Flossie, perdón por haberse comido unas ciruelas que estaban en la heladera y que ella, con toda probabilidad, guardaba para el desayuno. La poesía no dice mucho más que eso, pero las mejores poesías por lo general dicen poco. Lo que atrae en el poema no es tanto lo que dice, sino el modo enternecedor, auténtico y directo con que le pide perdón a su esposa por haber cometido un acto de gula imperdonable: “Perdóname/ estaban deliciosas/ tan dulces/ y tan frías”.

Junto con Desayuno, de Jacques Prévert, ese poema de William Carlos Williams, Solo para decirte, debe de estar entre los más citados, traducidos y memorizados de la historia de la literatura universal. Pero el poema de Prévert es tristísimo, y aunque el de Williams tiene un leve dejo de tristeza –no podía ser de otro modo: la buena poesía, como la buena música, siempre es triste–, en el de Williams lo que asoma es un ejercicio de la elegancia que por lo general está ausente en nuestro modo de pedir perdón. Solemos pedir perdón autoinfligiéndonos apelativos como “estúpido” e “insensible”, pero en el mismo pedido dejamos que se nos escape –con gestos y palabras, con miradas furtivas y suspiros– que sea lo que sea que hayamos hecho valió la pena. Arthur C. Brooks, una figura muy relevante en el ámbito de la neurociencia, publica en The Atlantic un artículo en el que explica cuáles son las condiciones que debe cumplir una buena disculpa, cuya ausencia determina la falta de éxito de la mayoría de lo que consideramos buenos pedidos de perdón, lo que hace que en realidad nos enterremos un poco más y tomemos distancia de la persona amada –o incluso del perfecto desconocido: no siempre nos vemos disculpándonos ante alguien muy querido–. Esas condiciones son: la fuerza interior, la capacidad de escuchar y el refinamiento psicológico.

“Desde un punto de vista neurocognitivo –dice Brooks–, las disculpas son muy complejas e involucran al menos tres procesos distintos: el primero es el control cognitivo, porque elegimos pedir perdón incluso si hacerlo nos resulta difícil e incómodo, e involucra la corteza prefrontal lateral. El segundo es la toma de perspectiva, que implica reflexionar sobre cómo algo que dijimos o hicimos fue recibido por otra persona, poniéndonos en su lugar, y esto involucra la unión temporoparietal. Por último está la evaluación social, cómo evaluamos cuánto ayuda nuestra disculpa a todos los involucrados en relación con nosotros mismos, y esto moviliza la corteza prefrontal ventromedial”.

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El pedido de perdón puede tener origen en el arrepentimiento, pero no siempre. A veces es una medida higiénica y terapéutica que solo pretende neutralizar la venganza. Un pedido de perdón tímido suele ser peor que ningún pedido en absoluto. Es por eso que hay que ser enfáticos, exagerados. Reconocer la propia responsabilidad, entonces, es muy improtante para medir la eficacia del pedido de perdón.

Según Brooks, cuando se dice: “Si alguien se sintió herido y ofendido por mis palabras, pido perdón”, es una disculpa parcial. Se debe decir: “Veo que herí tus sentimientos, y lamento haberlo hecho”. Brooks habla del pedido de disculpas como una práctica de automejoramiento: un pedido de disculpas como desarrollador de nuestra fuerza de ánimo y de nuestra virtud.

De lo que nos habla el poema de William Carlos Williams es del poder de un buen pedido de perdón de hacer que las cosas vuelvan mágicamente a la normalidad. Somos usinas que generan resentimientos en los demás: un buen pedido de disculpas puede volver a ponernos en punto muerto y reiniciar el movimiento en sentido contrario. Y todo eso solo pidiendo perdón. Es muchísimo.