Los que lo aprecian lo conocen como el “Señor Sí”, por su tendencia a elaborar estrategias políticas articuladas en base a mensajes positivos. Los que no lo aprecian lo califican como el “Durán Barba Progresista”, por su predilección por trabajar para candidatos de centroizquierda. Lo cierto es que Antoni Gutiérrez Rubí se ha convertido en los últimos años en un asesor de culto para Alberto Fernández, más precisamente desde que el sociólogo catalán lideró la campaña del Frente de Todos que, tras la feroz derrota en las PASO 2021, logró mejorar ampliamente el resultado del oficialismo en las últimas elecciones parlamentarias.
Desde que se inició en los ochenta, con el entonces ascendente Partido Socialista Obrero Español, hasta su último trabajo en la campaña que llevó a la presidencia a Gustavo Petro en Colombia, la carrera de Gutiérrez Rubí ha sido bastante exitosa, a partir de estrategias basadas en estudio de encuestas cualitativas y cuantitativas que permiten medir no solo lo que “opina” el electorado, sino también, y fundamentalmente, lo que “siente”.
Gutiérrez Rubí no suele dar entrevistas a periodistas, pero el autor de La fatiga democrática brindó la semana pasada una Clase Magistral para estudiantes de Perfil Educación y suscriptores de Perfil Digital en la que expuso sus ideas de una manera contundente. En esa exposición, titulada “Comunicación política y campañas electorales para contrarrestar la era de las fake news y los discursos de odio”, se obtuvo una prueba clara de cómo piensa el estratega de Alberto Fernández.
Para el director de Ideograma, las sociedades actuales, especialmente las latinoamericanas, atraviesan una etapa de profunda crisis política, que puede ser leída a través del paradigma de las seis D.
Desconfianza. América Latina es la región más desconfiada del planeta: solo tres de cada diez latinoamericanos confían en su gobierno, no importa si es de derecha o de izquierda. Las instituciones están deterioraras. La caída de la confianza, según Latinobarómetro es constante desde 2008, cuando los mercados financieros quebraron y los instrumentos democráticas no pudieron regular la tormenta. Es una crisis de confianza en el sistema republicano tal y cómo se lo conoce desde la Revolución Francesa.
Se trata de la peor crisis de la democracia desde la Revolución Francesa.
Desilusión. Cualquier gobierno que inicia su mandato, no importa si es populista o liberal, enfrenta velozmente una gran pérdida de apoyo porque no logra completar las demandas que lo habían llevado al poder. Le pasó al chileno Gabriel Boric, que dilapidó su capital político en pocos meses, y también a la premier británica, Liz Truss, que se vio obligada a renunciar a los pocos días de asumir.
El tiempo se acotó y los electores exigen reformas cada vez más rápidas y en menor tiempo. El margen de maniobra se ha vuelto escaso frente a la emergencia.
Desigualdad. El mundo evidencia una grave crisis de igualdad y oportunidades. Antes de la pandemia se rompió la tendencia de la disminución de la desigualdad. Y en la pospandemia, por la guerra en Ucrania y el impacto que generó en el aumento de precios de energía y de alimentos, ha aumentado la desigualdad a pasos agigantados.
En menos de tres años, América Latina sufrió un desclasamiento de cien millones de personas. En la actualidad, uno de cada tres latinoamericanos son pobres. Mientras que la distancia entre los más ricos y los más pobres se agranda sin ningún tipo de control.
Democrisis, o crisis de la democracia. Uno de cada cuatro latinoamericanos no cree que la democracia pueda resolver sus problemas. Se están viviendo las peores cuotas de salud democrática en siglos. Es lo que algunos autores, como Larry Diamond denomina “recesión democrática”, o Anna Applebaum llama “ocaso de la democracia” o Marta Lagos califica “diabetes democrática”.
Estamos ante la primera generación que sabe con certezas que va a vivir peor que la generación anterior. Son jóvenes que saben que su tiempo será peor que el de sus padres. Se trata de un gran sector de la población que asocia la democracia a un marco normativo que no garantiza el ascenso social.
División social. No solo socioeconómica, sino también de resquebrajamiento del pegamiento social. Siempre existieron sociedades con grandes diferencias ideológicas pero en las que se mantenía un cierto piso de niveles compartidos. Ese proceso hoy se está resquebrajando.
Antes de la pandemia empezó a aparecer la emergencia de una protesta como salida, una suerte de espasmo democrático. No se trata de una salida electoral: es una irrupción contra el sistema, con fuertes reclamos sociales. Las protestas sociales van a estar protagonizadas por jóvenes y personas de menores ingresos, que asumen un desahogo democrático que deriva en el aumento de la polarización extrema.
Desinformación. Una industria que existe porque es rentable políticamente. La desinformación, las burbujas informativas y la infoxicación atentan contra la democracia. Hay una sobrecarga informativa basada en el clickbait, que está canibalizando y devorando la información verdadera, la que debe cumplir un papel democrático.
El principal negocio de los algoritmos es el dato que genera la atención del lector, no importa si es a través de una fake news. La atención en la red es una prisión de cristal y la lucha por la atención hace que la burbuja informativa sea atractiva para ciertas empresas. Pero ese proceso está debilitando el carácter de servicio informativo, porque estas cámaras de eco se basan en los prejuicios y crean un líquido amniótico de pobreza intelectual.
Era de “recesión democrática”, “ocaso de la democracia” o “diabetes democrática”.
El resultado de esta fenomenal crisis es que deriva en sociedades muy fragmentadas, en las que pueden existir fuerzas extremas radicales que representan menos del veinte por ciento del electorado pero que, no obstante, pueden llegar a lograr mayorías hegemónicas. No son mayorías masivas, sino minorías ruidosas que fragmentan la polarización a través de discursos de odio que pueden devenir en violencia política.
Para Gutiérrez Rubí toda campaña electoral tiene dos fundamentos prioritarios. El primero, es entender el contexto político, económico e histórico de cada elección y analizar ese contexto en función de datos y no en base a prejuicios sobre los votantes. El segundo, es que toda campaña electoral esconde una pregunta: ¿cambio o continuidad? Comprender esa respuesta es la base de cada elección.
Por último, es necesario prestar especial atención al panorama de alta presión social que se evidencia en la actualidad. “Estamos ante sociedades muy difíciles de controlar –sostuvo Gutiérrez Rubí–. Son como un caballo desbocado que tira al jinete apenas sale a andar. No importa si luego se sube otro jinete que ofrece otra manera de domar al caballo: también lo va a tirar al suelo en muy poco tiempo”.