La situación que se vive actualmente en el norte del país, donde hay muchos casos de desnutrición infantil, especialmente en Salta y Chaco, nos preocupa mucho y es importante que esta situación que sentimos la viva realmente cualquier funcionario que tiene en sus manos la posibilidad de revertir este escenario. Hace siete años que, junto con un equipo de voluntarios, vamos a la zona más olvidada y lejana de El Impenetrable chaqueño y vemos en cada viaje muchas carencias, tanto de los wichis como de los criollos, que no sólo son alimentarias sino también afectivas. Están muy solos, necesitados de ayuda, apoyo y afecto. Lo notamos en sus ojos, cuando los miramos. Notamos que lo que hacen los gobiernos, los municipios, no es suficiente.
En función de la emergencia sanitaria y alimentaria que padecen quienes habitan esa zona que conocemos bien, la de la localidad de Tres Pozos, en Sauzalito, Chaco, desde la Fundación Corriente Cálida Humanística siempre vamos con donaciones de particulares y llevamos también chapas para hacer techos en casas y herramientas para que puedan trabajar. Es que la población de esta zona de El Impenetrable no cubre sus necesidades básicas de agua, luz y alimentos. Es el verdadero Impenetrable chaqueño, al que no se puede llegar, el que no tiene comunicación con el afuera, con falta de puentes, de antenas y donde si llueve no se puede entrar ni salir. Este es el primer paso para ayudar a las comunidades originarias, y vamos por más. En pocos meses esperamos terminar ahí el Centro de Integración Comunitaria, el CIC, que tiene como propósito que wichis y criollos aprendan oficios (carpintería, agricultura, plomería, albañilería, electricidad) y tengan un lugar donde dialogar respecto de la situación que viven y que habitualmente es motivo de enfrentamiento cultural.
Me parece importante también describir con claridad la cosmovisión de estas comunidades que, quizá, confronte con la construcción de un imaginario que, desde las grandes ciudades, suele ser percibido como individualista, aislado o agresivo. Ellos mantienen objetivos comunitarios comunes que responden a necesidades no resueltas; el vínculo, los lazos y la solidaridad entre las familias son signos que los describen. Las comunidades originarias muchas veces son dejadas de lado o maltratadas por ser diferentes. Y las muertes de estos chicos que se conocieron estos meses, muchos de ellos aborígenes, nos interpelan a todos y ponen al descubierto que la pobreza sigue, lamentablemente.
Si los pueblos originarios son tratados con respeto y dignidad por los equipos de salud, gobernantes en general y funcionarios públicos, ellos concurren y aceptan sin dificultad las prácticas de la medicina oficial. Pero, desde ya, siempre hay matices y hay que respetar qué tienen ellos para decirnos a nosotros, cómo son sus costumbres. No se trata de una visión etnocentrista y de imponerles un modo de vida del que ellos no son parte. Pero si quien tiene que dar el ejemplo y asistir al enfermo de la comunidad no los respeta, ellos se sienten discriminados y se resisten a concurrir a seguir un tratamiento médico. Muchas veces resisten callados porque no se sienten ni son considerados.
Por otro lado, también es importante entender, en relación con la desnutrición infantil aborigen, que ellos se vieron obligados a cambiar hábitos alimentarios sin que nadie les explicara por qué o qué debían hacer para no padecer hambre o déficit alimentario. Los wichis estaban acostumbrados a vivir de los bosques por su naturaleza de recolectores y cazadores, en especial de frutas ricas en proteínas o del pescado del río. Esta cultura ya no es así: el desmonte y la agricultura obligaron a que cambiaran sus prácticas. Por eso creemos que la desnutrición no tiene una sola lectura simplista sino que requiere un análisis más profundo de cómo se ayuda a las comunidades originarias, acompañándolas y entendiendo sus tiempos, registros y hábitos.
*Fundadora y presidenta honoraria de la Fundación Corriente Cálida Humanística.