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Condenados a la heterodoxia

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Gondolas. En precios, hay variables agazapadas esperando señales para soltarse. | cedoc

Muchas veces son los alumnos los que enseñan a sus profesores. Hace algún tiempo, durante un examen un estudiante me contestó que hacer referencia al principio de la escasez como una ley inexorable en la economía implicaba un posicionamiento ideológico. Es verdad: podemos pensar que la tierra es plana o redonda sin problema alguno. La realidad comienza a cobrarse esa factura cuando queremos actuar sobre ella.

El presidente electo Alberto Fernández ha repetido hasta el cansancio que el lastre que deja el gobierno de Mauricio Macri es agobiante. Efectivamente, las restricciones a las que se enfrentará a las 0 horas del 10 de diciembre próximo son tales que es muy difícil cumplir en tiempo y forma con las vagas promesas electorales que el Frente de Todos formuló en la materia y que el propio presidente electo fue subrayando, en cuentagotas, en las últimas semanas.

Sin tener aún un programa económico consistente hecho público, los actores económicos se contentan con ir formándose una idea de cómo será la política económica de la próxima administración a partir de frases sueltas de Alberto Fernández y también por iniciativas que, como globos de ensayo, se van lanzando para ir midiendo la viabilidad en la opinión pública de tales eventuales medidas.

Lo cierto es que antes de enumerar el corazón de las medidas económicas con las que intentará “poner a la Argentina de pie”, el equipo económico entrante deberá tener nombres y apellidos. Hasta ahora, hay muchas caras para otros tantos casilleros, pero se espera que recién el próximo viernes 6 de diciembre se conocerán todos, tal cual el plazo que la fórmula ganadora se autoimpuso, quizás para patear las urgencias y las expectativas un poquito más.

¿Cuáles son las restricciones que afloran en el escenario económico actual? Son tres principales y todas tiene que ver con aspectos estructurales que la administración de Cambiemos no pudo o no supo enfrentar con éxito:

1 - Vencimientos de deuda (capital e intereses) que nublan el año 2020, ya considerados “impagables” por Fernández, agravados por la devaluación del último año y medio (200%).

2 - Inflación estancada en 50% anual aún con precios controlados y un control de cambios que ancló el dólar en $ 60 después del cepo; variables agazapadas esperando nuevas señales para soltarse nuevamente.

3 - Una economía que no creció en la última década, con salarios deprimidos, bajísima tasa de ahorro e inversión y con un marco de incertidumbre que paraliza la actividad económica.

Es probable que la primera decisión que deba haber tomado es si la lógica con la que cumplirá sus objetivos será la de un abordaje ortodoxo o si, por el contrario, intentará hacerlo burlando las mencionadas restricciones de una manera no convencional.

Tradicionalmente, el peronismo eligió por convicción y por necesidad la última variante. Aún su formato más duradero y sustentable en el mediano plazo, la convertibilidad de Domingo Cavallo, surgió de un economista que se ufanaba de patear los tableros con medidas audaces y la opinión encontrada del establishment financiero global. Claro que luego de las híper de 1989 y 1990. Y la reactivación de Roberto Lavagna de 2003 fue posible luego de la bomba neutrónica del 2001.

Esta vez el contexto es diferente al de 2003. La memoria colectiva está presente y no hubo una licuación de activos y de gasto público que hubiera facilitado la tarea. Por eso, la única solución a un reajuste ortodoxo a la economía, que entre otras consideraciones debería proponer una baja real del gasto público global, es encontrar diagonales para que las restricciones palpables no impidan cumplir con los objetivos.

El funcionamiento de los mercados deberá seguir necesariamente controlado para poder arbitrar los resultados buscados. O sea, que no se dispare el dólar “oficial”, que los precios no se desboquen y que la tensión entre no producir más desempleo y no bajar el salario real no altere el delicado equilibrio en el mercado de trabajo.

Por lo visto, una tarea más propia de un mago con suerte que de un economista. Pero como no hay peor gestión que la que no se hace, el plan A correrá inexorablemente por este sendero.