Usan palabras vaciadas en cuestiones particularmente propicias a la manipulación y a las distorsiones subjetivas. Esto alcanza ahora dimensiones colosales. Ocasiones no faltan (Gaza, la frontera ecuatoriano-colombiana), pero que esa técnica distorsionante prolifere en puntos calientes del mundo no implica que similares situaciones no se reproduzcan en nuestro escenario doméstico.
Un lenguaje exaltado y emocional pretende interpretar la muerte del colombiano Raúl Reyes en territorio ecuatoriano, el lanzamiento de misiles palestinos y la réplica israelí en Gaza, y los ataques terroristas incesantes en Irak, Afganistán y Pakistán.
Como en una realidad paralela, se nombra a cosas y a hechos desvirtuando su significado. En el envoltorio de actitudes “virtuosas”, se conjugan furia, anatemas crispados, dedos erguidos y aleccionadores, indignación sacrosanta, protestas exaltadas, parte de una supuesta pelea entre progreso humano y retardatarios genocidas.
Si en Colombia el grupo combatiente se autodenomina “Fuerzas Armadas” (revolucionarias) y “Ejército” (popular), es porque se considera en guerra. Si hay guerra, ¿la eliminación de Reyes es un “asesinato” o una baja en combate?
En similar razonamiento, si quienes combaten al gobierno de Colombia se refugian o buscan santuario en territorio extranjero, diseño estratégico con Colombia como epicentro, ¿no es un caso flagrante de injerencia, legalmente repudiable?
Hugo Chávez es de una franqueza brutal: su gobierno simpatiza explícitamente con las FARC, emite juicios admirativos para con sus jefes y ya blanqueó su identificación con la guerrilla.
Las FARC son “bolivarianas” desde que Chávez consolidó su poder, pero su ideología deriva históricamente de otra matriz. Reyes se identificaba en reportajes y documentos como marxista-leninista y admirador de la Unión Soviética. Sus palabras son elocuentes:
“La inesperada (sic) caída de la URSS afectó negativamente a buena parte de los partidos comunistas y, sobre todo, la construcción socialista en los países de Europa tuvo un serio y largo retroceso. El derrumbe del socialismo ruso (…) debilitó los partidos, también produjo a su interior la depuración de los elementos farsantes y traidores (sic) que regresaron al sistema capitalista sin vergüenza alguna. Los partidos y sus militantes de convicciones sólidas se mantuvieron fieles al acervo de los clásicos del marxismo-leninismo. Sin dejarse confundir por la tormenta del capitalismo proclamando el fin del socialismo se mantuvo Cuba, conducida por su partido y el comandante en jefe de esa revolución triunfante. Las FARC (…) expresaron con contundencia la traición (sic) cocinada en Rusia por Gorbachov tras la entelequia (sic) de la perestroika y la glasnost. Dijimos en aquella época, con la caída del muro de Berlín y del socialismo, el hambre, ni la pobreza, ni la miseria desaparecieron de entre los pobres, por ello la lucha por la liberación de los pueblos y la construcción socialista conserva plena vigencia... Hoy como en esos tiempos nos ratificamos una vez más en que la opción de la humanidad es el socialismo. El comandante Fidel Castro sigue alumbrando con luz propia y experimentada la edificación del socialismo. El partido, su pueblo y el nuevo jefe de Estado y de Gobierno de Cuba avanzan sin pausa por el camino trazado por Fidel y sus camaradas de lucha heroica.”
Los guerrilleros exigen una solución “política” consistente en que se los acepte como legítima fuerza armada enemiga, mientras que un falso progresismo romantiza la realidad, denunciando un homicidio transnacional y una supuesta “guerra preventiva”.
Si bien Reyes y su gente son una tropa uniformada y en armas, y a los rehenes, vergonzosamente cautivos, los llaman “prisioneros”, un coro mundial de corazones sangrantes enciende velas y entona himnos estremecidos por la causa guerrillera.
¿Prisioneros? Esto escribe, desde Bogotá, Pilar Lozano, de El País de Madrid: “Desde el ventanal del apartamento de Luis Eladio Pérez se ven los cerros que enmarcan Bogotá. Pero este hombre de 55 años, que pasó seis años, siete meses y 18 días en las cárceles de las FARC, quisiera tener en su lugar un paisaje de edificios y cemento. Los árboles le recuerdan su tortura. Pasó cuatro años encadenado del cuello, con un candado, amarrado a un árbol; sólo lo soltaban para ir al baño. ‘Nos llevaban como yo llevo a mi perro’”.
Nada demasiado diferente sucede con el Medio Oriente y el mundo islámico en general. Las más lúcidas conciencias tienen pánico de llamar a las cosas por su nombre. Es evidente y penoso que las represalias israelíes contra las milicias palestinas de Gaza provocan muerte, dolor y tragedias familiares, pero no hay un clamor universal que, al menos, junto con la condena a la supuestamente desproporcionada represalia israelí, denuncie la crueldad, fanatismo e irreductibilidad de Hamas, que gobierna Gaza e impulsa el lanzamiento de cohetes contra los poblados judíos, a sabiendas de que la respuesta, inexorablemente, afectará a palestinos inocentes.
Antes de que abandonara Gaza, los palestinos le exigían a Israel que se fuera. Consumado el retiro, Gaza se convirtió en base de ataques permanentes contra territorio reconocidamente israelí desde 1948. ¿Qué deben hacer los israelíes ante esos lanzamientos de misiles?
Es como si en el mundo, y sobre todo desde la sensibilidad y siempre sinuosa ética de la progresía, se pudiera convivir con dos patrones de conducta paralelos, a usarse según convenga. Si Chávez o Correa colaboran con las FARC, ejercen la solidaridad bolivariana; pero si tropas de Colombia liquidan un campamento enemigo del otro lado de la frontera, es genocidio y agresión imperialista.
Seguramente, la tropa regular colombiana no es menos brutal que el común de los ejércitos regulares ante una guerra revolucionaria. Pero impresiona la hipocresía con que se maquillan feroces construcciones ideológicas: ¿algún intelectual progresista y democrático condenó en la Argentina las matanzas brutales de millares de árabes y musulmanes no árabes, consumadas por islámicos contra muchedumbres de peregrinos y habitantes pobres de incontables poblados en Irak, Pakistán y Afganistán y no, precisamente, por esbirros del imperialismo o de Israel?
La misma hipocresía aborrecible del marido de Carla Bruni. ¿Nicolas Sarkozy le pediría a España una “solución política” para la banda ETA, tras cada nuevo atentado terrorista vasco? Sin embargo, Francia sermonea al gobierno de Colombia porque no acepta el cohecho de las FARC por la libertad de Ingrid Betancourt. Legitima así el funesto precedente del blanqueo de los extorsionistas. A París le sale gratis: la foto de la liberada rehén, recibida en el Elíseo, es muy tentadora para el voraz presidente francés.
Doble moral, lenguaje pegajoso e insincero, abominable “corrección” política.