Un cisne negro aparece con aterradora frecuencia en los comentarios políticos de los diarios. Como si todo el mundo hubiera encontrado en el libro de Nassim Taleb El imperio de lo altamente improbable una clave sencilla para no hacer el trabajo más pesado de buscar conexiones ocultas, incluso hipotéticas, entre los acontecimientos. El cisne negro equivale a una renuncia a interpretar, renuncia que se hace con el guiño de que ya se ha interpretado. Hace casi dos décadas, le tocó el turno a la “modernidad líquida”, brillantemente teorizada por Zygmunt Bauman en un libro que tuvo la desgracia de que su título fuera usado incluso por quienes no lo habían leído. De la noche a la mañana todo era modernidad líquida. Taleb no tiene la culpa de que se le haya ocurrido la metáfora del cisne negro. No es responsable de que la pereza del análisis recubra con oscuro plumaje todo acontecimiento que parezca imprevisto. Es hora de buscar otras historias para satisfacer el hambre de imágenes y alegorías.
Basta de cisnes. Terminada la guerra de Troya, en el canto XII de La Odisea, Ulises enfrentó las conocidas aventuras que dilataron su regreso al hogar. Entre otras, el peligro de las sirenas. Circe, la maga, le advierte: “Llegarás a las sirenas, que hechizan a todos los que se acercan a ellas en sus naves. Quien escucha la voz de las sirenas ya no experimentará la alegría de volver a ver a su esposa y sus tiernos hijos, ni podrá compartir su alegría porque ha vuelto a casa. Antes, las sirenas lo hechizarán con su canto melodioso, sentadas en un prado sobre un montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Cuando te acerques a las sirenas, ordena que tu nave pase de largo; derrite cera y, como si fuera miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. Si tú quieres complacerte en oírlas, manda que te amarren al mástil de pies y manos. Si suplicas a tus compañeros o les ordenas que te desaten, que ellos te sujeten con más cuerdas”.
Ulises que, como es inteligente, no desoye consejos, obedece y se amarra al palo mayor de su nave. Quiere escuchar el canto de las sirenas, pero no quedar preso de sus hechizos fatales. Por eso puede seguir viaje y llegar, finalmente, a Itaca, donde desbarata a la nube de pretendientes que rodea a su esposa.
A muchos políticos les convendría releer el canto XII de La Odisea. Y, acto seguido, pedirles a sus compañeros que los aten al mástil de la nave, para que las melodías de la Sirena no los atraigan al lugar donde, hace poco, juraron que no acudirían.
Desde esa posición inmóvil podrían escuchar los musicales mensajes de Cristina, pero no saldrían corriendo a su encuentro, porque su final puede ser el de los desdichados navegantes que no siguieron los consejos de atarse al mástil y perdieron la vida, la juventud y la posibilidad de un futuro. Hace un año o poco más, Felipe Solá, Alberto Fernández y Sergio Massa no parecían dispuestos a escuchar el canto de la Sirena. Transcurrieron unos meses y empezaron a hablarle por teléfono o visitarla. No solo se acercaron, no solo olvidaron atarse al mástil que hasta ese momento los había sostenido a prudente distancia de la Sirena, sino que ahora parecen dispuestos a una nueva vuelta de la vieja melodía.
No es culpa de la Sirena. No se puede culpar a la Sirena. Ella sigue sus impulsos naturales y hace lo que debe hacer cualquier sirena que se precie: canta para embaucar a quienes la escuchan y cometen, una vez más, el error de pensar que ese canto es indispensable para seguir el viaje.
El Ulises de Homero no leía encuestas, por eso siguió el consejo de no acercarse a las sirenas. Acá sí se dejan seducir.
Ulises no leía encuestas. Por eso pudo seguir los consejos que le advertían no acercarse a las sirenas. Entendió que el peligro era mayor que cualquier cosa que las sirenas pudieran ofrecer. Pero los políticos sirenizados, calculadores, inseguros, leen encuestas y concluyen que la melodía también llega a los oídos de un 30 por ciento de los que navegarán hacia las urnas en octubre.
La épica de Homero nos enseña que quienes no obedecen los buenos consejos terminan mal. Busquen todos los ejemplos que quieran en La Odisea y La Ilíada. Traigo la historia de Ulises y las sirenas porque, como toda buena historia, puede ser trasladada a otros escenarios y ser representada por otros personajes. Cualquiera se da cuenta de quién es la Sirena y cualquiera sabe, además, que su canto ha sido atendido por políticos impacientes.
Ulises también estaba apurado por llegar a su hogar en Itaca, tan apurado como esos políticos argentinos que aspiran a la presidencia. Como todo viajero que ha estado lejos muchos años, Ulises quiere llegar cuanto antes, porque no sabe bien qué le espera, no sabe si su mujer le ha sido fiel, no sabe si su hijo se ha convertido en un hombre de bien. Pero es inteligente y el apuro no le gana a la sensatez. Es astuto y no se deja engatusar con los cantos. Es un guerrero experimentado y sabe que la única manera de tener un futuro es tener un buen pasado y no equivocarse en el presente.
Resistir la tentación. Ulises es sabio y atiende el consejo que le han dado: no escuches a las sirenas. Si Ulises las hubiera escuchado, jamás habría podido regresar a su hogar, porque habría sido víctima de su propia curiosidad. Se hubiera quedado a mitad de camino, y la Sirena podría darse el lujo de caminar sobre su cuerpo como caminó sobre los huesitos de los que cayeron porque la escucharon. Por eso creo que los políticos argentinos en vez de fijarse tanto en si llegan los cisnes negros, deberían esforzarse por dos cosas: la primera es pensar que los imprevistos son inevitables, y que, sin embargo, hay que estar preparado para enfrentarlos; la segunda y más importante es que los cantos de la Sirena deben encontrarlos atados al palo mayor de la nave o del buquecito que han decidido comandar. Si no se atan al palo mayor para evitar la tentación del canto de la Sirena, les volverá a suceder lo que muchos de ellos saben que les sucedió antes.
La Sirena conoce bien sus poderes y, sobre todo, sabe que a esos políticos les cuesta resistir la tentación. A Ulises lo llamaban con una palabra griega que admite las siguientes traducciones: prudente, experimentado, lleno de recursos, sagaz, aventurado, ingenioso, profundo, incansable. Buenas cualidades para un político. Por eso, venció el canto de las sirenas, mientras que otros todavía están dando vueltas alrededor de Cristina.
La mitología griega (que no es elitista, sino que formó el imaginario europeo durante siglos) tiene más calidad que el abuso de metáforas ornitológicas como el cisne negro, llegadas de la academia global. Imagino a los pretendientes presidenciales atados al mástil para no salir corriendo cuando silbe la Sirena. En verdad solo quien demuestre independencia explícitamente, sin medias palabras, puede reclamar que se le reconozcan las cualidades de un posible presidente. De los nombres en los primeros lugares de las encuestas, solo un economista experimentado se comportó como Ulises y dejó en claro que no le interesan los cantos de las sirenas. Los ansiosos candidatos que ya se anotaron se desataron del mástil que les impedía tirarse al agua y andan boyando por ahí.
Escuela de sirenas. Ese fue el título de una película donde la actriz y eximia nadadora Esther Williams brilló por su elegancia y demostró que no es fácil convertirse en sirena. Se necesitan muchas cualidades y gran trabajo. A Macri, que le gusta la pop music, no le vendría mal darle un vistazo a la película. Esta semana habló ante los empresarios para hacerles conocer, según titula Clarín, un “plan buenas noticias”. En estos tres años, comenzando por su viaje a Davos, Macri difundió varios planes “buenas noticias”, sin contar las incumplidas promesas que hizo durante la campaña electoral.
Una anécdota de filmación de Escuela de sirenas nos hace pensar que los acontecimientos pueden repetirse en diferentes escenarios. Las secuencias de la película que debían filmarse en la piscina tuvieron lugar durante el invierno, y la gramilla de los exteriores lucía parda y mortecina. El director del film dio la orden de que una cuadrilla la pintara de verde intenso.
Macri ya ha pintado varias veces la reseca gramilla donde pronuncia sus optimistas discursos. Ya ha intentado convencer de que su gobierno logrará los mismos éxitos que todavía hoy están más ausentes que una sirena verdadera. Su último discurso, el del miércoles pasado ante empresarios, es uno más de esta serie de intentos frustrados. No canta como una sirena quien quiere, sino quien puede. Sin ayuda de la mitología y sin la magia del cine de Hollywood, las embaucadoras sirenas no aparecen. Deben estar en alguna parte, sentadas sobre los brotes verdes.