Una vez más, cuando la Iglesia parecía haber aprendido la lección y el efecto Streisand había desaparecido de sus equivocaciones cotidianas, una vez más, decía, volvió a caer en la trampa. O al menos el que cayó en la trampa fue el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, quien no imaginaba que sus declaraciones del 18 de diciembre último podían llegar a resonar en tono siniestro menos de una semana después. “Debemos usar todos los dones que Dios nos ha dado para impedir que estas obscenidades se difundan: la escritura y cualquier otra acción ilegítima para prevenir la repetición y la difusión de actos blasfemos. Debemos preguntarnos quiénes son los sponsors de determinadas muestras y eventos, qué teatros y salas los hospedan; y hacer lo que debemos”.
Naturalmente, siempre hay alguien que toma las cosas al pie de la letra e “hizo lo que debía”, o lo que entendía de debía hacerse, y lanzó unas bombas molotov contra la sede de la productora Porta dos Fundos, en Río de Janeiro. No es la primera vez que Porta dos Fundos, un colectivo humorístico, es cuestionado por la temática de sus producciones. El 3 de diciembre Netflix, como especial de Navidad, puso a disposición un film, con subtítulos en francés, inglés, italiano, alemán y español, La primera tentación de Cristo, una comedia de 46 minutos que cuenta la historia de un Jesús gay que vuelve de meditar cuarenta días en el desierto acompañado de un novio al que pretende presentar a su familia.
Es el día de su cumpleaños número 30 y en casa lo esperan su familia y sus seres queridos, lo que incluye a su padre putativo, José, su madre, la Virgen María, y naturalmente su verdadero padre, Dios, que durante los últimos treinta años le hicieron creer que era el tío Victorio. Recién entonces Jesús, encarnado por Gregorio Duvivier, viene a saber el rol mesiánico que le fue asignado sin su consentimiento, y la cosa no le interesa en lo más mínimo: lo que quiere es vivir libremente, como cualquier mortal.
En Brasil se desató la furia, alimentada por el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente, que arrastró con él a la primera línea de parlamentarios y a los pastores de varios grupos evangelistas. Expresaron su condena a través de una petición lanzada en Change.org: 2.300.000 firmas pidiéndole a Netflix que borre de las actualidades la comedia por ser blasfema y ofender el espíritu cristiano.
A La primera tentación de Cristo siguió otro film de características provocadoras similares donde se relata la última cena con una lógica narrativa que recuerda ¿Qué pasó ayer? El espíritu de ambos es de una inocencia infantil y, naturalmente, inofensiva, y si no fuera por este escándalo seguramente ni siquiera nos hubiéramos tomado el trabajo de verlos. El humor es goliardesco (de colegio secundario: los ejemplos abundan) y el conjunto, detrás de las risas, exhala cierta melancolía. En cuanto al truco, es simple: imaginar los hechos mitificados por la narración sagrada ocurriendo del modo más real posible, lo que en ciertos casos roza el absurdo. Como cuando Cristo decide tener un recuerdo de esa última cena y pide a todos que se acomoden para que el artista pueda pintar el cuadro, y la discusión gira en torno a por qué deberían todos sentarse del mismo lado de la mesa.
Cristo conoce el final que le espera, y esto lo vuelve triste. Tal vez no haya sido gay, da igual, pero en cualquier caso cuesta imaginar un Cristo diferente en su último día de vida. Tal vez los de Porta dos Fundos no pudieron evitar lidiar con la verdad. Que a fin de cuentas es para lo que sirve el humor.