“Eva Perón era notable como mujer y como personaje, dotada de encanto no sólo estético sino político; y cuando uno se presenta con buen aspecto, incluso su perfil de persona de Estado se beneficia.” La impresión es del ex premier italiano Giulio Andreotti, en un encuentro con políticos, incluida la embajadora argentina en Italia, Norma Nascimbene de Dumont, en el palacio Ferrajoli, en Roma, a pocos metros de la sede del gobierno italiano. Mundanidad y poder para recordar a la chica ambiciosa de origen humilde que alcanzó los micrófonos de la radio y del cine siguiendo un éxito que, en cambio, encontró en la política. Y, luego, en el mito.
El encuentro en Roma fue motivado por la presentación del libro Evita. Reina de la comunicación. Dotada de una excepcional capacidad comunicativa y una misteriosa intuición de poder, Evita llegó hasta nuestros días perforando el tiempo y la historia. De allí la idea de analizarla desde el inédito costado de su habilidad para comunicar y desencadenar pasiones.
El libro se enriquece con una extensa entrevista a Andreotti, que la conoció cuando ella, en la cumbre de su éxito político, visitó Italia. Nacido en 1919, como Eva, en aquel verano de 1947 Andreotti –desde hacía poco designado viceministro de Asuntos Exteriores del gobierno democristiano de Alcide De Gasperi– tuvo ocasión de reunirse con la fascinante primera dama en más de una oportunidad.
La publicación se desliza también por los años de la presidencia de Perón, entrando en la historia, siempre subrayando los momentos comunicativos de Evita. Narra su viaje a Europa, comenzando por su etapa en España. El volúmen ofrece también pequeños recuadros de “contra-historia”, donde se mencionan los presuntos tesoros nazis que Perón habría escondido en Suiza y de cuya apropiada custodia Eva se habría ocupado en su paso por el Viejo Continente.
Eva Perón llega a Italia el 26 de junio de 1947. Se aloja en Roma, en la actual sede de la Embajada argentina. Se entrevista en el Vaticano con el Papa, Pío XII, encuentro al que llega con casi una hora de retraso. Luego, se traslada a la región septentrional de Liguria (Génova, Rapallo, Portofino, Sanremo, Bordighera), para un reposo sugerido por el médico.
En este período, Eva da señales de un cansancio incontrolable. En España, sin embargo, la primera dama no escatimó esfuerzos: poco descanso y muchísimos encuentros. Ritmos frenéticos que trata de seguir y sostener incluso en Italia. Pero no lo logra, a pesar de su férrea voluntad. Luego se descubrirá que son los primeros efectos del mal que acabará con su vida.
Su gira por Europa, sin embargo, estuvo plena de éxitos gracias a su excepcional habilidad comunicacional. En cada etapa se reúne con periodistas, tanto a su llegada como a su partida, inventando conferencias de prensa. Escribe en los diarios locales. Repite todo el tiempo que no tiene roles políticos; visita orfanatos y hospitales. Alterna cenas con los máximos representantes del gobierno o la sociedad civil y encuentros con obreros. En Liguria se hospeda en una suntuosa residencia del naviero Dodero, en la ciudad de Rapallo. Realiza extensos paseos por la playa. En la villa, se divierte cocinando platos típicos argentinos. No recibe invitados, pero hace una excepción para Aristóteles Onassis.
Tras sus vacaciones en la balnearia Liguria, parte hacia Milán, en cuyo cementerio principal, más tarde, su cuerpo yacería oculto por años bajo otra identidad, sin el conocimiento ni siquiera del propio Perón. En la capital lombarda se entrevista con el cardenal Alfredo Schuster, conocido por Perón durante su viaje a Italia, en 1939, cuando vivió en la región de Piemonte, con etapas en Turín y alrededores. Evita visita la imponente Catedral de Milán, asiste a un espectáculo en el célebre Teatro alla Scala, visita la Feria donde la Argentina tiene un enorme stand y hace un paseo por las orillas del Lago di Como.
Eva llega siempre tarde a los encuentros ofrecidos en su honor. En el espectáculo organizado para ella en Roma, en las termas de Caracalla, donde estaba presente Andreotti, la primera dama llega casi al final de la fiesta. Pero los invitados, en especial las mujeres, en lugar de enojarse, esperan pacientes. Todos tienen curiosidad: desde su belleza, pasando por sus joyas y sus vestidos.
Al día siguiente, los diarios italianos describen su vestimenta hasta el mínimo detalle: un elegante vestido de seda cubierto por una capa con capucha. Es una velada calurosísima. Pero Evita parece no darse cuenta. En el evento participa toda Roma, incluido el primer ministro De Gasperi.
Algunos diarios definen al presidente Perón como un “finísimo diplomático” y hablan de “un golpe magistral al haber elegido para representarlo del otro lado del Atlántico a esta extraordinaria mujer suya que se deshace en gentileza latina”.
Eva Perón está decidida a respetar la voluntad y las indicaciones del marido recibidas antes de su partida, pero hace todo lo posible para quedar marcada de manera indeleble en la memoria de la gente.
A diferencia de su marido, Eva no habla italiano. Sin poder darse a entender ni comprender excepto a través de un intérprete, confiando poco y nada en quienes deben desempeñar ese rol, Evita elige a menudo el silencio como forma de comunicación. Un mutismo que en lugar de enfadar a su interlocutor, aumenta la curiosidad del público e incrementa su atractivo. “Nunca el silencio de una primera dama –escriben los periodistas– fue tan ruidoso.”
Cómplices son su juventud y su belleza; sus joyas, vestidos y sombreros. Hasta los miembros de las élites y la oligarquía italiana hacen lo posible para verla, entrevistarse con ella, cruzarse al menos con su mirada. Los diarios conservan en los archivos decenas de fotografias.
Sobre Eva Perón se ha dicho y escrito mucho. En Argentina y fuera de sus fronteras. Sin embargo, libros, diarios, espectáculos teatrales, películas no develaron aún quién era esta mujer que a medio siglo de su muerte permanece como un personaje contemporáneo, capaz de reavivar entusiasmos, curiosidad, reacciones, interrogantes.
Por lo pronto, si hoy la Argentina se ubica en el cuarto puesto mundial en presencia de mujeres en política (Italia jamás llegó a ese escalón) se debe mucho, probablemente, a Eva Perón. Ella, que vivió desde 1919 hasta 1952, época sin televisión ni Internet, se reveló una comunicadora en condiciones de derrotar el paso del tiempo; tan hábil que pudo dominar la escena mundial incluso en ese ámbito. El libro Evita. Reina de la comunicación propone este nuevo punto de análisis del personaje, con una visión periodística y crítica incluso del plan político.
En general, se trató en vano de clasificar con parámteros europeos tanto el fenómeno del peronismo como las figuras de Eva y Perón. Fueron desde aquí identificados como de derecha y de izquierda; como políticos iluminados o dictadores populistas. En sus 33 años de vida y en sólo siete años como primera dama, además de lograr el voto político femenino en su país, inauguró un estilo destinado a revolucionar el futuro de las mujeres en América del Sur y a despertar la atención mundial.
Innovadora en el modo de comportarse, vestirse, hablar. El lenguaje de Evita, a veces violento e inusual para una mujer, era moderno, compuesto por oraciones breves, incisivas, comprensibles. Para comunicarse con el pueblo y permanecer en su memoria, había comprendido que debía entrar en el imaginario; convertirse en un sueño. Para alcanzar su objetivo, que era también el de su marido, utilizó de todo: vestuario, voz, gestualidad, sueños.
Evita estaba impulsada por una gran utopía: entrar en la historia. Con esta ambición, cumplida, alcanzó y usó el lujo. No se conformaba con el mañana. “En el 2000 todavía estaremos”, decía en 1947.
Dotada de una capacidad comunicativa innata, la cultivó hasta convertirse, como dijo el siete veces primer ministro italiano Andreotti, en “un personaje de Estado y no de la política pequeña”.
*Periodista y escritora italiana.
Traducción: Matías Marini.
Ficha técnica del libro:
Evita. Reina de la comunicación.
Centro Documentazione Giornalistica, Torino, Italia. 256 páginas.