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Cuando fracasaron las ideas de Milei

Milei Pinocho Temes
Las ideas libertarias representaron un experimento fallido en un pueblo de Estados Unidos. | Pablo Temes

Ayn Rand fue una filósofa rusa nacionalizada estadounidense que desarrolló un cuerpo de valores deontológicos conocido como objetivismo. Rand defendía el egoísmo racional, el individualismo y el laissez faire, argumentando que el capitalismo sin ningún tipo de control estatal es el único sistema que le permite al ser humano vivir como tal, es decir, haciendo uso de su facultad de razonar para tomar sus decisiones. Siguiendo esa línea de pensamiento, Rand se oponía visceralmente al socialismo, al altruismo y a la caridad religiosa. La asistencia social al más necesitado o la limosna hacia el prójimo eran conceptos que no entraban en el férreo esquema randiano. La cientista social, que se formó en la Universidad de San Petesburgo y se exilio de su país tras el ascenso de los bolcheviques, sostenía que cada individuo tiene derecho a existir por sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros para sí mismo. Y advertía que nadie puede obtener valores provenientes de otros recurriendo al uso de la fuerza, ya sea física o legal.

Muchas generaciones de libertarios estadounidenses se iniciaron en esta filiación ideológica gracias a la prédica de Rand. Y la mayoría de ellos confesó que descubrió su pasión por estas ideas leyendo La rebelión de Atlas. En esa novela, escrita a mediados del siglo pasado, Rand narra la decadencia de los Estados Unidos como consecuencia del excesivo intervencionismo del Estado. La historia concentra su acción en un imaginario país que divide la estructura social en dos clases: los saqueadores, representados por la dirigencia política y religiosa, que pugnan por la regulación y el control de la vida social; y los no saqueadores, protagonizada por los emprendedores, los empresarios y los intelectuales, quienes postulan que el big government (el gran gobierno) nunca es la solución, sino que es la evidencia del problema.

La distopía creada por Rand se vuelve aún más dura a partir de una fenomenal crisis política y social, originada por la falta de libertad del impulso del capitalismo para motorizar la economía, lo que deriva en una inédita huelga de empresarios. La tensión del sector privado con el sector público empieza a aumentar hasta límites impensados, luego de que los capitanes de la industria deciden dejar el país para exiliarse en un “mundo exterior” que les da refugio y les permite comenzar una vida mejor. Una vida fundada a partir de nueva sociedad que se erige sobre la lógica de la actividad propietaria y sin ningún tipo de coerción estatal. En síntesis: una verdadera utopía libertaria.

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Propietarios del mundo uníos, podría ser la fábula que invierte el dilema marxista en el ecosistema randiano. Un paradigma que ilusionó a miles de críticos del Estado durante décadas, tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo.

¿Por qué recordar a Rand en este momento? Porque sus ideas guardan una rabiosa actualidad en la Argentina desde que Javier Milei se convirtió en el político más votado en las PASO. ¿Por qué reparar en la posibilidad de aplicar un modelo libertario en el mundo real? Porque un grupo de estadounidenses intentó recientemente poner en marcha el sueño de Rand en forma literal. Pero el resultado no fue el esperado.

Ayn Rand defendía el egoísmo racional, el individualismo y el laissez faire.

Grafton es un pequeño pueblo de los Estados Unidos, ubicado en la costa este, sobre el límite con Canadá. Con solo 1.200 habitantes, ha saltado a la fama luego de haberse convertido en un descabellado e inusual experimento de ciencia política. Una suerte de ensayo de la sociología científica, que debería ser muy tenido en cuenta por Milei. Ocurre que el poblado de New Hampshire representó a principios de siglo una Revolución Libertaria que entusiasmó a cientos de militantes por la libertad económica, pero que terminó siendo un rotundo fracaso cuando las extremas medidas del anarcopitalismo casi llevan a Grafton a la ruina.

Todo comenzó en 2003, cuando se inició en ese pueblo estadounidense la puesta en práctica colectiva de un anhelo que hubiera excitado a los votantes de La Libertad Avanza. El plan comenzó cuando un grupo de libertarios eligió Grafton para mudarse y poner en marcha el Free Town Project (Proyecto Pueblo Libre), con la intención de demostrar en los hechos cómo sería la vida en un mundo sin Estado. La increíble historia es relatada por Matthew Hongoltz-Hetling en A Libertarian Walks into a Bear (Un libertario se cruza con un oso), un maravilloso libro en el que el periodista nominado al Pullitzer da cuenta de cada uno de los desopilantes disparates que se fueron produciendo en nombre de la libertad.

Durante años los libertarios buscaron opciones para asentarse y se decantaron por Grafton porque New Hampshire no impone ningún impuesto sobre la renta ni sobre las ventas. Se podría decir que en ese lugar el antiestatismo extremo tiene raíces profundas: en 1777, un año después de la Independencia de Estados Unidos, los ciudadanos de este pequeño poblado exigían al flamante gobierno que les ahorrara impuestos y, cuando no lo hicieron, simplemente dejaron de pagarlos. Allí comenzó entonces el plan de lucha en contra del estatismo, cuando unos ochocientos libertarios, que se mantenían en contacto por blogs y páginas de internet, coordinaron un desembarco conjunto en Grafton, aprovechando que sus casas se vendían por precios accesibles y que había muchos parques cercanos en los que podrían estacionar sus casas rodantes.

Durante los primeros años, los recién llegados lograron tomar el cielo por asalto y, literalmente, asumieron el control de la administración graftiana porque compitieron en las elecciones y ocuparon todos los cargos ejecutivos y legislativos. Las primeras medidas que implementaron fueron en sintonía con la biblia de Milei: redujeron el presupuesto del sector público en un 30% para recortar gastos en administración gubernamental, servicio de iluminación eléctrica, reparación de calles y recolección de basura. Sostenían que todo eso podría ser costeado por cada vecino en forma individual y que el ahorro de impuestos sería muy importante. Pero en una segunda etapa también redujeron fondos para el pago a policías porque, explicaban, no había grandes delitos que justificaran esa inversión. El propósito era probar que la intervención gubernamental es opresiva, pero que si se deja a la sociedad actuar por su cuenta florece y es capaz de autorregularse.

En un pueblo de Estados Unidos los libertarios tomaron el cielo por asalto.

Sin embargo, la falta de gestión estatal hizo que Grafton se deteriorara: colapsaron los servicios públicos, empezó a faltar calefacción en los hogares y las calles se llenaron de baches. La oscuridad por las noches en los vecindarios, sumada a la falta de presencia policial, hizo que aumentara la inseguridad, que se multiplicaran los hechos delictivos y que se produjeran por primera vez en décadas homicidios por robos armados. Pero nada de eso fue tan grave como el nuevo e infrecuente problema que alertó al gobierno libertario. Como nadie se preocupaba por mantener la higiene urbana, los bosques y las calles se llenaron de basura y los restos de comida dejados a la intemperie sedujeron a un enemigo impensado: los osos. Centenares de osos negros aprovecharon la falta de controles y terminaron invadiendo Grafton para atacar a los residentes y convertir en pesadilla el sueño liberario.

El resultado de la experiencia fue pésimo para los que pugnaban por una sociedad sin Estado: la mano invisible nunca se dejó ver y el espíritu del sector privado nunca logró activarse. Para 2016 el Proyecto Pueblo Libre había naufragado y muchos de los libertarios que se habían instalado en Grafton decidieron emigrar. Quizá Milei, y especialmente sus votantes, deberían tomar muy en serio esta historia.