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Cuestión de tiempo

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Negociación. El acuerdo con el organismo internacional no descomprimió el frente de Massa. | cedoc

En cada examen al que se presenta un ministro de Economía frente al tribunal examinador del Fondo Monetario Internacional, el resultado no es tan importante como los comentarios y el contexto en el que se da. La última luz verde que el organismo dio para el desembolso de US$ 3.900 millones era previsible como las advertencias que sin disimulo introdujo en el informe de rigor. Los comentarios filosos del FMI apuntan a la alta inflación como una generadora de distorsiones, una economía recalentada que no permite acumular reservas por el crecimiento de las importaciones y la necesidad de tomar decisiones de política económica para alcanzar las metas comprometidas en algún momento. En síntesis: un poco más de tiempo (un trimestre) para poder hacer lo que en los otros nueve no se logró.

El saldo de estas conversaciones cristalizadas en dicho acuerdo es la puesta en marcha de un sistema que promete ser integral y no arbitrario, para poner un “supercepo” a las importaciones sin necesidad de recurrir al arsenal más letal disponible: una recesión, que pone un techo automático al consumo, a las importaciones y también a la inercia inflacionaria.

Los comentarios filosos del Fondo apuntan a la alta inflación como distorsión macro

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Quizá no sea el problema económico más urgente para resolver, pero probablemente sí el que más costará allanar en un futuro próximo. La inflación no es un extraño para los actores económicos: mientras el mundo acude a recetas drásticas para bajarla de los dos dígitos anuales con que amenaza llegar, en Argentina ya se naturaliza la nueva franja con la que la economía se fue acomodando desde junio: entre el 6% y el 7%, pero cada 30 días.

Estas cifras introducen una dinámica que tampoco sorprende: de repetirse recurrentemente, estaríamos ante un alza en el índice general de precios de entre el 100% y el 125% anual. Generaría un caos en cualquier otro país, pero la resiliencia local hace que la primera reacción sea la de acomodarse y recalcular las opciones tácticas. Incluso, hubo épocas de no hiperinflación en que todas las variables transitaban a una velocidad mucho mayor: solo basta recordar que antes de la irrupción del Plan Austral (1985) muchos contratos se venían indexando al 25% mensual. Y justamente por esa gimnasia luego de tantos años de frenazos y aceleración, es que muchos de los actores protagónicos de la escena nacional no esperan a un llamado presidencial para declarar la guerra contra la inflación: ya saben cuál es su rol y allí depositan sus expectativas.

El sistema de alquileres desnudó, por ejemplo, que una ley que impone una actualización de los valores contratados una vez al año con tasas de inflación de tres dígitos no responde a su finalidad. Ya con el IPC en el 50% anual empezó a hacer agua, recordando que cuando se adoptó la convertibilidad se prohibió, lisa y llanamente, la indexación de estos contratos y recién se restablecieron con esta modalidad con la denostada ley, en 2018.

De igual manera, las paritarias pasaron de la modalidad de incluir variaciones fijas en cada año (los “escalones”) que intentaban compensar la inflación pasada o anticipar la futura, a la introducción de las cláusulas “de revisión” en los convenios colectivos de trabajo. Es una mezcla de incertidumbre y desconfianza en la palabra oficial. En la gestión de Martín Guzmán, por ejemplo, se incluían en el Presupuesto nacional proyecciones de inflación inverosímiles que servían para la alquimia financiera fiscal.

Las paritarias pasaron de sumas fijas a las cláusulas de revisión

El corolario de tanta manipulación y falsedad es que ningún actor de relevancia espera la orden para acomodar sus propios objetivos. A esto se suman la actualización prometida y postergada de las tarifas públicas y la aceleración de las devaluaciones diarias para no aumentar la brecha del tipo de cambio para situarnos en un entorno indexatorio que hará difícil volver a bajar la inflación a los niveles de 2021.

Por eso, el nuevo objetivo del Gobierno (o, al menos, del equipo económico que también juega su propio partido) será el de evitar el descontrol que se lo llevaría puesto y llegar al fin de este accidentado mandato con parte de la misión cumplida. Pero como el contrario o la contraria también juegan, esta propuesta debería no solo ser aceptada, sino también promovida para que no fracase otra vez.