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Cuidado con el perro

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2001. Fue la última reacción masiva e iracunda de la sociedad. Hoy parece anestesiada. | cedoc

“Nunca provoques a un perro atado. Nunca. Un día lo podrías encontrar suelto”. Al promediar La vis cómica, obra teatral de Mauricio Kartun, de la que ya se habló y recomendó en este espacio, el personaje llamado Berganza emite esta advertencia. Berganza es, precisamente, un perro y en ese momento sufre los latigazos de su agresor, mientras permanece atado. En el final, cuando las cosas cambian y el perro está desatado, el castigador comprobará la trágica verdad de aquel aviso. La sociedad argentina está siendo severamente castigada, de muchas maneras y por diferentes atacantes. Y permanece pasiva, como anestesiada, en una atmósfera de depresión (aunque no hay estadísticas oficiales, se calcula que este padecimiento aumentó a raíz de la pandemia y de la crisis económica y alcanza hoy a uno de cada diez argentinos), de hartazgo, de descreimiento y desesperanza. Su última reacción masiva e iracunda ocurrió en 2001, cuando pareció que el desguace iniciado una década atrás había tocado fondo. No fue así. Había más, y viene fermentando e incubando a lo largo de este siglo atravesado por niveles inéditos e impúdicos de corrupción, de mala praxis económica, de ineficiencia y ausencia estatal (a cargo de un Estado convertido en botín y en gigantesca fábrica de ñoquis), de descomposición judicial, de violencia, de anomia y de narcotráfico.

Estos no son fenómenos naturales, como las sequías, las inundaciones o los terremotos. Tienen responsables humanos, con nombres, apellidos, actividades, pertenencias, cargos y funciones claramente identificables e identificados. Se sabe quiénes son los corruptos, quiénes los que transan con el narcotráfico, quiénes los que sacan partido personal o faccioso de sus cargos y funciones, quiénes los que lucran con la crisis económica, quiénes los que pervierten la Justicia vaciándola de sentido y contenido, mientras ejercen en ella, quiénes son más de lo mismo, aunque pretendan diferenciarse usando guante blanco en donde otros dejan impresas sus huellas dactilares, quiénes son los patoteros y los burócratas sindicales que impiden la producción y atentan contra el trabajo de aquellos a los que dicen defender (y de cuyos aportes se enriquecen). Cíclicamente circulan temores de que la paciencia se acabe y los diques de contención (llámense “Plan Platita”, “dólar soja” u otras triquiñuelas) se rompan y sobrevenga el desborde. Pero no ocurre, por ahora, y el malestar implota en peleas cotidianas por causas nimias, en agresiones e insultos en las redes, en transgresiones y crímenes que se atribuyen a meras cuestiones personales y se suceden hasta naturalizarse y olvidarse.

El odio y la justicia

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El perro atado sigue siendo castigado con cinismo y alevosía por todos aquellos que, queda dicho, se sabe quiénes son, más allá de sus disfraces. El filósofo, psicoanalista y ensayista esloveno Slavoj Zizek se refiere en el libro Pedir lo imposible (un largo y exhaustivo reportaje a cargo del coreano Yong-june Park, editor jefe de Indigo Book Company) a la paralaje de la violencia. Paralaje es el fenómeno por el cual un objeto inmóvil parece moverse cuando cambia la posición del observador. El término proviene de la astronomía y se aplica a la observación de las estrellas. En cuanto a Zizek, este pensador dice: “hay que centrarse en los cortocircuitos entre diferentes niveles, por ejemplo, entre la violencia del poder y la violencia social; una crisis económica que causa estragos se experimenta como un incontrolable poder cuasi-natural, pero se debería experimentar como violencia”.

Mientras no hay revueltas, dice Zizek, se percibe la situación como pacífica. “Pero, pregunta, ¿somos realmente conscientes de cuánta violencia se produce en esos períodos?”. Mientras los responsables siguen con sus juegos irresponsables buscando impunidad, defendiendo intereses propios, rascando el fondo de la olla en busca de más negociados, o entregados a miserables forcejeos por candidaturas, el perro atado parece manso y dormido. Pero, como advierte Berganza, que sabe más por perro que por viejo, un día puede estar suelto. Y entonces…

*Escritor y periodista.