Pasaron unos 350 años de duda matemática para resolver el Teorema de Fermat (Pierre de Fermat, francés, 1600). Y aún quedan reservas. En cambio, el llamado Teorema de Baglini –más sencillo, obviamente, nada que ver con la teoría de los números– se repite y trasciende sin tribulaciones en la Argentina.
Promesas enterradas. Dice: “Cuando más lejos uno está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos y económicos; en cambio, cuando uno se acerca al poder, más sensatos y razonables se vuelven esos enunciados”. En apariencia, ese planteo del mendocino radical encaja con el entierro de ciertas promesas de campaña del dúo Fernández (de Leliq a medicamentos) a otros cambios relevantes, como la suspensión de paritarias en la actual emergencia o la liquidación del índice por inflación que aumenta a los jubilados desprendido de la recaudación impositiva. O esa entelequia de retrotraer tarifas en combustibles cuando en tiempos de Cristina y Kicillof, la YPF reestatizada cobraba la nafta 77% más que hoy (recordar que Chevron vino con su inversión y el contrato secreto a la Argentina, en el 2014, debido a los precios récord que se pagaban en el país, entonces 72% más el gasoil y, hay que repetirlo, 77% más la nafta).
Es comprensible, entonces, que los mandatarios electos nada digan contra la reciente suba de Macri (acordada entre los dos gobiernos, obviamente), ni que insistan en desdolarizar el sistema. Nadie puede pensar en explotar Vaca Muerta bajo condiciones de pesificación justo cuando los FF diseñan un plan para convertir la zona en un Estado dentro del Estado, superior a la pretensión negada a la Barrick Gold en Veladero.
O esa entelequia de retrotraer tarifas en combustibles cuando en tiempos de Cristina y Kicillof, la YPF reestatizada cobraba la nafta 77% más que hoy
Vigencia. Más vigente Baglini que Fermat. Para conocer más definiciones de la futura administración habrá que esperar a la vuelta del viaje a México de Alberto Fernández, quien arma un rompecabezas al mejor estilo Kirchner, con vínculos radiales, sin designar equipo ni aprobar todavía un plan. De ahí que lo llamen un mini-Néstor sin revelarse aún si esa mecánica persistirá durante su gobierno. Nadie ignora que la pareja de confianza, un binomio de hierro para Alberto en el minúsculo Grupo Callao, son Cecilia Todesca y Matías Kulfas, de seguro destino en la cúpula venidera –quizás alguno como compañía específica en la Jefatura de Gabinete–, quienes además, piensan en común desde la Universidad. De ese enlace no se puede desprender al marido de la economista, Martín Abeles, un cepaliano que resistió todos los cambios en la época K en la Secretaría de Política Económica, también compañero de estudios de Kulfas. Más de veinte años de comunión. Menos cercano a esa religión es otro influyente de la profesión, el ex viceministro Alvarez Agis de Kicillof, consultor en ocasiones de Cristina y del mundo empresario que busca iluminación. De otra edad y proveniente de una línea argumental diferente aparece Guillermo Nielsen –de nuevo asistido por Adrián Cosentino y Sergio Chodos–, al que Alberto le ha dedicado responsabilidades varias. Sin ubicación por el momento se encuentra Miguel Pesce, otro vecino de Callao, lo candidatean para el Banco Central o la Anses.
Como en los tiempos de Néstor, el nuevo mini también apela a otras figuras, sea para nutrirse, vestirse con otro ropaje o proponer para la gestión. Vaya uno a saber. A quien más destacan es a Martín Redrado. Curiosidad: muchos de este plantel no se ven entre sí, algunos ni se conocen, solo los trata el mandatario electo y sus historias –como el caso de Nielsen– responden a todo lo contrario a lo que expresó Cristina en sus últimos discursos: nunca más volver a los neoliberales. Pero Baglini existe. También para la doctora, quien carece hasta de suplentes aunque puede argüir que la totalidad de los mencionados la acompañaron en su mandato.
Muchos de este plantel no se ven entre sí, algunos ni se conocen, solo los trata el mandatario electo y sus historias
Peronismo. Más bien, la ex presidenta no quiere agregar diferencias –por ahora– a las que se expusieron en los últimos 15 días, sea con los gobernadores, intendentes o gremialistas prohibidos en sus festejos en el salón de Chacarita, donde no hubo pulseras para algunos ni suficientes permisos para el ingreso de otros, aparte de la discriminación observada a la hora de subir a los ganadores al escenario. Batalla de otros tiempos, cuando las formaciones guerrilleras pujaban a tiros con núcleos de la misma sigla para acercarse al palco.
Tampoco con Massa, al que la dama recibió luego de zamarrearlo por su viaje a Estados Unidos y declaraciones no aptas para el Grupo Puebla que ella cultiva. Hoy se observa una tregua, aunque en la asunción de Manzur en Tucumán, el gobernador nunca citó a Cristina en su discurso de una hora y cuarto y, apenas, Alberto la incluyó de rebote en su personalista alocución. Ni hablar del clima poco amistoso con la viuda que se advirtió entre los invitados, seguramente aliviado por la presencia ecuménica de figuras religiosas, católicos –Manzur es maronita– y judíos, sobre todo la rama de los Lubavitch presididos por su gran rabino. Tampoco hay que incluir al gobernador, y otros colegas, en una intifada contra la mujer: todos primero quieren ver cómo se desenvuelve Alberto.
Un mandatario electo que aún debe superar infinidad de conflictos, nítidamente afectado por el estrés, de las urgencias económicas a las tonterías institucionales sobre el traspaso de mando, la entrega del bastón en el Congreso como quería Cristina o en la Casa Rosada como se negó Cristina. Discusiones que tal vez tenga con Macri y ocupen más tiempo que la acordada en parte transición económica –habrá que convenir que Sandleris realiza lo que demanda Alberto–, aunque su rival perdidoso ha recuperado el semblante, menos enfermizo, y hasta logró vender su premiado departamento de la avenida Libertador para vivir en el futuro en su quinta de Los Abrojos. Desde allí piensa hacer oposición: el deporte y el hombre.