COLUMNISTAS
pandemia de insultos

De imbéciles y barrabravas

Recordemos que los exabruptos no ayudan cuando se trata de desactivar bombas heredadas y propias.

Patricia Bullrich Temes
Patricia Bullrich es la representante de la nueva derecha antisistema y rebelde. | Pablo Temes

Terminamos la semana “a los tiros” (verbales). Ambos bandos utilizaron el calificativo de “barrabrava” para acusar a los otros. Un magnífico espectáculo en el medio de un nuevo capítulo de la crisis de la pandemia. Poco propenso para que la sociedad tome algún interés por la política. Por eso los miles de escenarios electorales que se miden por estos días en las encuestas son más que nada un mero juego especulativo: la mayoría de la sociedad no sabe dónde está parada personalmente como para interesarse en juegos de guerra.

Sin hacer nombres para no herir susceptibilidades, las 3 mejores figuras a nivel nacional son opositores moderados. ¿Por qué? Muy simple, los votantes mayormente repudian y huyen del ruido inconducente. Ven al presidente desdibujado, aunque lo dispensan un poco porque “le tocó bailar con la más fea”. No hay dudas que la crisis es mundial, enorme e inédita. Pero las dispensas no alcanzan: lo más relevante es ver la actitud empática, sensata y ejecutiva frente a las crisis. El clima de tormenta está afectando a todos los oficialismos en los tres niveles.

Pero al mismo tiempo miran con ojo crítico a la oposición. Al final, para la gran mayoría, todos forman parte de “la clase política”. Es decir que “el horno no está para bollos”. Como decía el recordado raconto de Lalo Mir durante la crisis del campo de 2008: “todos piden un gesto de grandeza; grandeza no quiere hacer ningún gesto”.

En el tira y afloje aparece un principio de acuerdo para que las PASO se mantengan, pero postergando todo el cronograma un mes. Así habría más población vacunada y eventualmente un mejor clima atmosférico para que haya menos incidencia de contagios. El gobierno además confía en que para ese momento se note con más fuerza la recuperación económica. Todos estos son supuestos, ya que muchas cosas por el camino “pueden fallar”.

Puede ser que haya muchos más vacunados, lo cual no significa que haya menos contagios por lo que estamos viendo a países vecinos. Eso puede obligar a nuevas restricciones cuando menos se lo piensa y riesgo de stress del sistema sanitario, lo cual puede arrojar imágenes fatales para las pretensiones oficialistas. Por el lado económico, aun cuando la inflación se modere con el pasar de los meses en un marco de franca recuperación, el ministro Guzmán le advierte al presidente que al momento de votar escasearán los dólares y eso puede traer disparada del dólar blue, incremento de expectativas inflacionarias, retracción del consumo y exigencia de un cepo más estricto. En definitiva, nada se puede predecir con certeza, ya que todo es incertidumbre. Por eso los cálculos electorales son por ejercicios teóricos.

La “estrella” de la semana fue el debate sobre las nuevas restricciones por la segunda ola de contagios. Lógicamente hubo tironeos por cuatro razones: 1) hay diferencias de visión sobre lo que se debe hacer para que tenga impacto; 2) a nadie le gusta dar malas noticias; 3) los posicionamientos políticos de cara a las elecciones; y 4) el dilema central de Alberto: ¿paro la economía o paro los contagios? En esa intersección de talibanes y Ghandis, Alberto trató de hacer equilibrio una vez más. El presidente no quiso parecer tibio, pero tampoco duro. Es difícil tomar decisiones a mitad de camino porque no conforman a nadie, pero al mismo tiempo a veces es lo más conveniente para tener argumentos frente a los cuestionamientos de los dos polos. De eso se trata la política.

El problema no es solo las medidas acertadas en función de la dinámica de contagios, sino además que las medidas hay que hacerlas cumplir en el cotidiano. Por eso también la mesura presidencial: lo peor es que las nuevas restricciones sean una letra muerta que solo existe en el decreto, sin que el Estado tenga poder de coacción real. En ese sentido, es mejor controlar menos pero que sea cumplible, a ser más ambicioso y pasar por tonto (parafraseando a Groucho Marx). En este sentido, está visto que Kicillof no tiene mucho ascendente sobre sus pares justicialistas en su actitud de dureza.

De angustias y vidrieras

Las nuevas medidas pueden ser técnicamente necesarias, e incluso indiscutibles, pero traerá reacciones sociales. La clave es que para la mayoría social la situación económica es más importante que la pandemia. Esta última importa en la medida que afecta lo económico. Eso conlleva a que el común –sobre todo a medida que baja la edad- desafíe más las reglas, en un país al que le cuesta cumplirlas en general. El bolsillo va a mandar y cuánto mayor sensación de sosiego local haya, seguramente las autoridades comunales van a hacer la vista gorda. Ser estrictos con vecinos dueños de comercios o espacios gastronómicos que aportan al fisco municipal siempre es un dolor de cabeza.

Esta decisión de equilibrio de Alberto, una vez más, la tiñó negativamente por un error comunicacional. Si uno quiere parecer moderado tiene que abstenerse de contribuir al clima de tensión. La noticia pasó a ser su vehemencia verbal y no la ponderación de la moderación (que hasta en los medios no oficialistas fueron informadas sin mayores críticas). Cabría pensar que el primer mandatario quiso quedar como duro a los ojos del cristinismo al provocar a la oposición para entrar en el juego de las diatribas. Es muy probable, aunque eso le actúe como un bumeran. Es cierto también que el presidente suele tener ataques de ira en su entorno, mucho más en las últimas semanas con la alta tensión que le plantea la crisis general.

Mientras a Alberto se le escapaba la cadena, el Congreso consagraba la baja en el impuesto a las ganancias y se corrió un poco el tema judicial, el otro frente caliente fueron las cuestiones económicas y la negociación con el FMI. El presidente y CFK le suben la vara a Guzmán periódicamente, con lo cual parece uno de esos medidores de conflictos irresolubles que dicen ver una señal al final del túnel para mantener la esperanza. El organismo financiero internacional tampoco ayuda con sus propias internas explicitas en declaraciones inconvenientes. Acuerdo por ahora no va a haber y la propia Kristalina ya lo asumió. El acuerdo es un problema y el no acuerdo también, sobre todo para cuando los dólares ya no fluyan como ahora.

Los exabruptos no ayudan nunca cuando se trata de desactivar bombas heredadas y propias. A veces las partes creen que los errores de desactivación no importan tanto porque los perjudicados son robots a control remoto. Las estadísticas de pobreza muestran que no es así.

 

*Consultor político. Ex presidente de AsACoP.