Seguramente Ginés González García debe estar superenfadado con ser “el pato de la boda”. Estará pensando que las irregularidades que sucedieron en su ámbito de decisión con la aplicación de las vacunas no eran las únicas. Al final, había más de un VIP y dudas por doquier sobre la transparencia, entre ellas en la Ciudad de Buenos Aires. Pero eso es que “mal de muchos, consuelo de tontos”, ya que al que agarran in fraganti paga los platos de todos. Es la política y es la vida.
Esto Ginés ya lo debía saber. Ministro estrella de la gobernación de Antonio Cafiero hace más de 30 años, sabe con qué bueyes ara. Por lo tanto, la vida y la política son injustas, pero son las reglas de juego. El ex funcionario operó subterráneamente con al menos dos trascendidos. El primero es que en la Casa Rosada sabían de la existencia del VIP. ¿Es cierto? Sabe Dios. Pero en todo caso: ¿qué diría un ministro caído en desgracia, si no es tratar de justificarse y repartir culpas? Cualquier ser humano lo hace en la vida cotidiana, ¿por qué no lo haría un político con la trayectoria y astucia de Ginés?
La segunda operación fue una amenaza: si yo llego a abrir la boca se cae el gobierno. Otra reacción de manual: enviar una amenaza a través de un trascendido. Ninguna novedad. Mucho menos para políticos experimentados como Alberto y Cristina, que no se asustan fácilmente. Eso se conoció el martes 23 por la mañana. Casualidad o causalidad el gobierno recalculó su GPS de la crisis y empezó a contratacar comunicacionalmente, lo que se podría sintetizar en ya hice lo que tenía hacer, ¿qué más quieren? Cortenlá y no me hinchen más. Seguro por esas horas en su fuero íntimo le debe haber dado la razón a la Cristina de la carta del 26 de octubre: palos porque bogas, palos porque no bogas. La reacción firme del viernes 19 cuando echó a Ginés no alcanzó para calmar a “los buitres”.
Cuando se producen las crisis en los gobiernos, lo que menos se consulta es el manual de crisis. La vorágine es tan grande y la actitud de sálvese quien pueda de los diferentes actores es tan potente que lo más probable es el error y no el acierto. Eso, que de por sí es connatural a ese tipo de procesos, se potencia cuando el liderazgo no actúa de manera suficientemente firme y/o cuando no tiene suficiente legitimidad. Ambos factores se aplican a Alberto: su modelo de conducción no parece ser del todo eficiente, y además todo el mundo (literal) mira a ver qué dicen en el Instituto Patria. En esas circunstancias las crisis se potencian.
Con esos dos componentes poco productivos, la crisis en sí muestra mucho más quién es Alberto que quizá ninguna otra. Su primera reacción en varias situaciones ha sido políticamente eficiente (este caso de la vacuna, la crisis de la compra de alimentos en el ministerio de desarrollo social, la crisis de la cola de jubilados para cobrar en plena cuarentena estricta). Pareciera que tiene olfato fino con la opinión pública y corta por lo sano. Como esos árbitros que cuando ven una sucesión de piernas fuertes, saca dos amarillas y hace un llamado de atención a los respectivos capitanes de los equipos. Resultado: todo el mundo entra en razones y el partido se calma. Ese es el Alberto que ganó la elección con el 48%, el que convenció con terminar con la grieta, el que decía volvemos para ser mejores. Dicho en criollo: pueden estar en desacuerdo con lo que hago, pero acá se terminó la joda”.
Sin embargo, después aparece una segunda reacción donde Alberto parece moderarse a sí mismo y hace uso de la confrontación más al estilo kirchnerismo duro: se la agarra con la oposición y con algunos medios/periodistas. Aquí el mensaje es hacia el cristinismo (el cual no confía en el presidente): ojo que no soy ningún pecho frío. ¿Son dos Albertos? ¿Cuál es el verdadero? Mi sensación: ambos. ¿Pero entonces es bipolar? Mejor dejemos la psiquiatría a los que saben. Todos somos seres contradictorios, solo que uno sobre cuarenta y cuatro millones es presidente.
El otro interrogante es si Verbitsky le produjo una crisis al gobierno intencionadamente o solo quiso hacerle un favor comunicacional –para aguarle una noticia a “la corpo”- y eso tuvo repercusiones impensadas. Una crisis siempre se compone de intencionalidades y sucesos azarosos no previsibles. Solo para aportar al análisis y no quedarse con la versión simplificada: ¿y si Alberto no le pedía la renuncia a Ginés y decidía pagar el costo? ¿y si en las idas y venidas aparecía una prueba donde el presidente le pedía a su ministro de salud que montara un vip contra la voluntad del funcionario? Las operaciones políticas no son procesos fríamente calculados al milímetro. Son apuestas con resultado incierto. Si la idea era mojarle la pólvora a los periodistas de Clarín, salió muy caro. Si la idea era echar a Ginés, ahora se desató un aquelarre donde todo funcionario de todo nivel de todo el país hoy está preocupado. El que juega con fuego...
Como ya es público y notorio, además el gobierno comunica mal. ¿La culpa la tienen sus asesores comunicacionales? No. Para no irse por la simplificación, acá hay tres cuestiones para aclarar. Primero, la responsabilidad siempre es del número uno, que no es un títere de sus consejeros. Segundo, cuando se toman malas decisiones políticas, la comunicación difícilmente las pueda arreglar. Tercero, la comunicación no es el problema aunque deba mejorarse- sino el modelo de liderazgo y decisorio.
¿Y la opinión pública? Obviamente enfadada porque presume la confirmación de que hay hijos y entenados. Pero hay dos tipos de enfados: 1) el segmento opositor escandalizado y reconfirmando sus prejuicios negativos hacia el gobierno/peronismo/kichnerismo; y 2) el segmento que votó al oficialismo enfadado pero acostumbrado/realista/escéptico, ¿acaso en la Argentina el que llega al poder no lo usa a su discreción? ¿con Macri hubiese sido distinto?
Moraleja: hay dos Albertos porque hay dos Argentinas.
*Consultor político. Ex presidente de AsACoP.