COLUMNISTAS
Pobreza, enfermedades y guerras en el mundo

De la humana sinrazón

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Bombazos. ¿Qué otra explicación, sino económica, tiene la invasión rusa a Ucrania? | cedoc

Un marciano que se diese una vuelta por nuestro planeta acabaría preguntándose, “pero a esta gente, ¿qué le pasa”. Es que vería una civilización que ha alcanzado un grado de desarrollo científico, tecnológico y productivo que permitiría garantizar vivienda, alimentos, salud, educación y mucho más, a todos y cada uno de sus habitantes, pero que en cambio se aniquila en guerras insensatas, mata de hambre y enfermedades a millones de personas y degrada el medio ambiente al punto de poner en peligro su propia existencia.

Esto viene a cuento a propósito del ensayo ¿Por qué no hay socialismo en América Latina?, de R. Mazzola (https://bit.ly/socialismo-en-america), sobre la decadencia política y dispersión ideológica de las propuestas socialistas, también mundial.

Esta columna ha abordado el tema breve y reiteradamente, porque en efecto, se trata de una verdadera sinrazón. A diferencia de épocas anteriores, desde los primates hasta hace pocas décadas, cuando bajo muy variadas circunstancias del desarrollo productivo, los humanos se mataban a palazos por una presa; a lanzazos por un territorio o a bombazos por el dominio de las riquezas mundiales, hoy nada de eso sería necesario. Hay, o habría, de todo y para todos.

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Pero no, seguimos a los bombazos. ¿Qué otra explicación, sino económica, tiene la invasión rusa a Ucrania, país muy rico, o las de las “democracias” en África y América Latina, más allá de las excusas nacionalistas o ideológicas? La economía no es una ley de la naturaleza: la diseñan y practican los seres humanos y suscita una ideología. Por no ir más atrás, la tuvo feudal, monárquica, capitalista progresiva y, hoy, neoliberal en medio mundo republicano; capitalismo de Estado autoritario en el otro medio y socialdemócrata en algunos reductos que aún apenas resisten, como los países escandinavos. El problema, para todos, es la fase actual del desarrollo capitalista, que tan bien anticipó Marx en El Capital y otros trabajos. Muy sintéticamente, que “el capitalismo llegará a una fase de su propio desarrollo en el que sus fuerzas productivas –la forma en que produce– entrarán en contradicción antagónica, es decir insoluble dentro de su propia lógica, con sus relaciones de producción, o sea la forma en que distribuye la plusvalía”.

Y en eso estamos hoy: la oferta supera en cantidad y velocidad de reproducción a la demanda, afectada por las máquinas y tecnologías que reemplazan trabajo humano y la caída salarial de los que aún conservan sus empleos; con las excepciones del caso. Con Mario Bunge y otros autores tratamos a fondo el tema en el libro ¿Tiene porvenir el socialismo? (Eudeba, 2013). En suma: o el capitalismo realiza cambios estructurales en su forma de distribuir la plusvalía –o sea, adopta formas socialistas– o va camino de repetir, como ya está ocurriendo, los nacionalismos y guerras comerciales, que se prolongan en guerras regionales y acaban en un enfrentamiento generalizado, como ha ocurrido tantas veces. La última, a partir de 1929. La gran diferencia ahora es que una guerra mundial será radioactivo-químico-bacteriológica y dejaría el planeta inhabitable; acabaría con todos nosotros. O sea, no es posible hoy “reordenar el Estado” ni cualquier otra cosa, sin cambios económicos estructurales que garanticen que esos estados y sus sociedades puedan vivir libremente y en paz. No es cuestión de “todos iguales”, sino “de cada cual según su capacidad a cada cual según su necesidad”, como propuso Don Karl. Es la hora del socialismo democrático. Otra cosa es si la humanidad sabrá aprovecharla.

La “sinrazón” es pues ¿por qué el mundo no se socializa y, al contrario, deviene cada vez más violento? Vaya uno a saber. En este crucial asunto, hoy somos neardentales con internet. Solo queda reiterar aquello de Gramsci: “pesimismo de la inteligencia; optimismo de la voluntad”…

*Periodista y escritor.