COLUMNISTAS
Cada 13 aos (1989-2002-2015)

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Todos los economistas de los candidatos de la oposición pronostican que llegaremos a diciembre de 2015 sin ninguna disrupción traumática del orden social, con la macroeconomía enclenque pero entera, para luego, en 2016, pegar un gran salto de prosperidad a partir de la llegada del próximo gobierno, o sea, ellos.

Se parecen a esos presidentes de la cámaras de inmobiliarias (o casi cualquier actividad) que siempre dicen que la propiedad no cae porque decirlo sería contribuir a aumentar la caída. Y ningún candidato quiere que haya un terremoto económico en los meses finales del kirchnerismo, porque parte del costo de los platos rotos también lo pagaría el gobierno que venga.

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Pero la situación es mucho más complicada de lo que dicen públicamente (desde esta columna se la bautizó como “un 2002 en cuotas”). Porque el kirchnerismo ya se convirtió en parte del problema de la crisis económica, y aunque mañana tomase medidas acertadas, como deberían ser, contrarias a su prédica de años, no sería un creíble implementador. A lo que agrega una de sus peores herencias de 12 años: la profundización del embrutecimiento económico de la sociedad, confundida con prejuicios, mitos, ideas obsoletas o mundialmente probadas como falsas, que la frustración de 2002 hizo necesarias para rescatar un mínimo de autoestima colectiva pero que el kirchnerismo, en lugar de repararlas, las aprovechó para profundizar su oscurantismo.

El problema venía de antes porque a una crisis como la de 2002 no se llega simplemente por un error de cálculo económico. Las “tormentas perfectas” (bajo precio de las commodities, revalorización del dólar, crisis financiera internacional, etc.) son siempre los disparadores de los desenlaces de una acumulación previa de “errores de cálculo” que hablan más de deficiencias del carácter de los actores que de su capacidad matemática.

Y lo mismo podría decirse de la crisis de 1989, cuando el colapso no fue por una megadevaluación con default de deuda, como en 2002, sino por una hiperinflación, otra forma de default con los acreedores internos. El recuerdo de Alfonsín habría estado presente en el reciente diálogo que le adjudican a Cristina Kirchner con Kicillof: “Ahora viene lo peor, tenés que estar al frente de cada batalla. De candidaturas hablaremos el año que viene. Lo principal es frenar a los loquitos que nos quieren fuera del gobierno antes de tiempo...  ¡Les quiero demostrar que no soy Alfonsín!” (ojalá lo fuera en tantos otros aspectos, más allá de los desaciertos económicos del ex presidente).

Pero que nuevamente, cada 13 años, se repita un terremoto económico, y tras las experiencias de 1989 y 2002 se prevea un 2015 cataclísmico habla de un default moral que trasciende lo económico.

Argentina no es un país pobre, tampoco es un país con más injusticia social que todos los países emergentes y cualquier otro de Latinoamérica, ¿entonces por qué tenemos crónicamente conmociones socioeconómicas como las que se sucedían en Africa o Asia Central?

La respuesta tiene una sola palabra: administración. Malgastamos nuestros recursos, los administramos mal. Macri viene sosteniendo que el problema es que siempre gobiernan los mismos, refiriéndose a los peronistas, aunque tácitamente estaría incluido el radicalismo en la misma crítica. El kirchnerismo tiene una tesis parecida sobre la decadencia argentina y la atribuye a que siempre son los mismos los que tienen el poder (le asignan a Zannini decir: “Hasta ahora sólo llegamos al gobierno, no tenemos el poder”). Desde esa perspectiva, que Macri fuera presidente podría significar solamente que no gobernara un representante de peronismo pero que el poder siguieran teniéndolo los mismos. Un ejemplo sería que el PRO –correctamente– comenzó a cobrarle el impuesto a los ingresos brutos a Netflix, Spotify o iTunes pero no a los casinos de Cristóbal López, y cuando la Corte Suprema iba a fallar en contra del casino de Puerto Madero, un apurado acuerdo entre el Gobierno de la Ciudad y el de la Nación salió a salvar a López para que la Corte no lo condenara.

Claramente algo no cambia en la Argentina, sin importar quién gobierne. Probablemente no se trate de un partido, de una corporación –como los sindicatos– siempre controlada por el peronismo o de un grupo de poderes fácticos. Lo que no cambia es la cultura que da lugar al tipo de partidos, de corporaciones y de poderes fácticos que construimos.

En Brasil, sin Eva Perón, una mujer que de adolescente fue empleada doméstica como Marina Silva puede llegar a presidente, y ya lo hizo un obrero como Lula. Algo intuía Moyano cuando, siendo aliado de los Kirchner, decía que a la Argentina le faltaba un presidente obrero y Cristina Kirchner le respondía diciendo que ella también era una trabajadora. Algo falso ahí había. Menem, Kirchner, Scioli (discípulo de Menem), Massa (originado en la Ucedé): ¿qué hay de auténticamente obrero en esa representación? La misma sospecha les cabe al Partido Obrero (PO) y al Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) –dilemas de Berni en la Panamericana–, cuya mayoría de sus bases proviene de los estudiantes más que de las fábricas.

Vender optimismo (o, por lo menos, no vender pesimismo) es la consigna de los candidatos y sus economistas. El positivismo sciolista convertido en himno universal es la táctica de campaña electoral económica. Pero el año y tres meses que falta hasta diciembre de 2015 será una eternidad y obligará a los candidatos y sus economistas a cambiar ese discurso.

Así como previo a 2002 la convertibilidad, al superar la crisis del Tequila en 1995, hizo más fundamentalistas a sus creyentes, el actual modelo de inclusión social con matriz diversificada, al superar la llamada crisis de las hipotecas de 2009, hace creer a los economistas K que imprimiendo más papel moneda, haciendo que el Estado intervenga más en la economía, podrán cruzar el 2015. Con esa receta lo más probable es que agudicen la crisis.

Parece que los gobernadores peronistas están comenzando a darse cuenta de que les quedan por pagar tres medios aguinaldos y 15 meses de sueldo hasta diciembre de 2015. Y que son altas las posibilidades de perder la marca “PJ garante de gobernabilidad”. Otro de los mitos que precisamos inventarnos.