Conozco a Gonzalo Santos porque veranea en San Clemente (al menos veraneaba cuando no había cuarentena). Es un tipo tímido y callado pero un escritor amante de lo intenso y de lo sórdido. En 2013 publicó En las escuelas, un libro que cuenta sus experiencias como profesor de Literatura en los colegios secundarios del Conurbano, que debería servir para desalentar la vocación docente del más pintado sarmientino. En 2017 leí una de sus novelas (tiene tres): Yo fui un hacker gordo y un poco eunuco, que desde el título mismo anuncia su vocación por la truculencia. Suelo tomar un café anual con Santos durante su estadía en la costa y en uno de ellos me contó que estaba preparando un libro sobre los Breccia, la familia de historietistas argentinos. Tengo tanta relación con la historieta como con el sánscrito. Pero puedo decir que soy ecuánime: no me interesan las historietas extranjeras (ni Mauss ni Tintin, ni el manga ni Manara, por decir algo), pero tampoco sus contrapartidas nacionales (y, en general, populares) que tienen su prestigio, sus eruditos y sus fans. Por lo que me cuentan, es un rubro que enorgullece a la cultura local, pero mi ignorancia me impide atestiguar a favor o en contra de una afirmación tan temeraria.
El proyecto de Santos se transformó en un libro que acaba de aparecer: Mi padre y yo. Conversaciones con Enrique Breccia. Lo leí de un tirón a pesar de las reticencias que me inspiraban las confesiones del párrafo anterior. Santos, por otra parte, puede sentir una atracción irresistible por lo escabroso, pero no miente. Y su interés por la historieta en general y por los Breccia en particular es genuino e informado. En aquella charla, me contó que su investigación lo llevó a Italia en 2017 para hacer las entrevistas que transcribe en el libro y que el material era explosivo (lo mismo explica en el prólogo). Para los que son como yo, digamos que Alberto Breccia (1919-1993) fue un dibujante de historietas de fama mundial, autor (entre otras) de Vito Nervio, Mort Cinder y de una segunda versión de El Eternauta. Alberto Breccia tuvo tres hijos, Enrique (n. 1945), Cristina (n. 1951) y Patricia (n. 1955), todos dibujantes de historieta altamente competentes. En particular Enrique, que trabajó en todas partes, desde Billiken hasta Marvel Comics y que hizo El sueñero en la legendaria revista Fierro. En las entrevistas con Santos, que lo reverencia pero también lo escucha con oído atento, como corresponde a un buen periodista, Breccia acusa a su padre de ser un vampiro, de haberlo hecho trabajar pero poner su firma al pie, de ser un alcohólico que intentó siempre perjudicarlo y se casó con una puta (en todos los sentidos posibles de la palabra). Aunque el libro se encamina finalmente hacia una reconciliación post mortem con la memoria de Alberto, la personalidad explosiva, violenta y saturada de demonios particulares de Enrique Breccia tiene otra faceta densa: su pensamiento político, que en su juventud lo llevó a Tacuara y del que hoy no parece muy alejado. Nacionalista, católico, cercano a los militares (se entrenó en Campo de Mayo para combatir en Malvinas), amigo íntimo de Galimberti, parece un serio candidato al Premio Céline de las Pampas. Santos garantiza su genialidad, yo les certifico su ideología.