COLUMNISTAS

Derecho a blasfemar

<strong>Por Jorge Fontevecchia.</strong> El atentado a Charlie Hebdo y la relación entre humor e identidad.

DIRECTOR de Charlie Hebdo y la edición cuestionada.
| Cedoc Perfil

Hay una relación entre humor e identidad. Lo dramático es universal: aún hoy podemos consternarnos con las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides escritas en Grecia entre 400 y 500 años antes de Cristo. Pero nos cuesta entender de qué se ríen los chinos.

Particularmente, no me gusta el humor de Charlie Hebdo, me resulta ofensivo. Lo mismo me sucede a veces con algunos contenidos de la revista Barcelona, aunque la identidad argentina hace que el placer de la risa supere lo chocante. Freud escribió en El chiste y su relación con el inconsciente que “tendemos a no hallar equivocado lo que nos ha producido placer, para no cegar de este modo una fuente del mismo”.

PERFIL hoy publica completa la más controvertida edición antiislamista de Charlie Hebdo, la que generó el primer atentado a la revista con una bomba que destruyó su redacción en 2011. Lo hace como un acto de reafirmación de la libertad de expresión, la que se testimonia aún más al difundir aquello con lo que se discrepa.

Charlie Hebdo no hacía periodismo pero la libertad de expresión trasciende en mucho al periodismo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en EE.UU. se utilizaba como medida del grado de la libertad de expresión que circulara una revista nazi. La conocida frase: “No estoy de acuerdo con lo que dice pero defiendo su derecho a decirlo”.

Personalmente, me siento más identificado con esa forma de resiliencia que tiene el humor cuando lucha por causas nobles como la de la revista Humor de los 80 y parte de los 90. Editorial Perfil publicó la última revista de su fundador, Andrés Cascioli, hace una década, que se llamó Cacerolazo. Y en todas sus ediciones este diario publica, en su antepenúltima página, un chiste de Oskar Blotta, el fundador de la revista Satiricón, clausurada por la dictadura en los 70 y predecesora de Humor. Cascioli había sido director de Arte de Satiricón y, tras el exilio de Blotta, se animó a lanzar su propia publicación por el vacío que había dejado el cierre de Satiricón.

Humor (como durante la dictadura en Brasil cumplió ese mismo papel la revista satírica O Pasquim) publicó críticas al régimen militar que pocos se animaron a hacer. En el reportaje a Julian Assange el mes pasado en PERFIL, a una pregunta sobre la construcción de la subjetividad, Assange respondió: “... son generalmente los comediantes los que crean sentido, porque el poder puede presionar a algunos periodistas. Pero los comediantes tienen una excusa para romper con esto, porque ellos pueden decir ‘fue sólo una broma’. En los periódicos es generalmente el caricaturista quien tiene realmente permitido meterse en la esencia del tema.”

No sólo los humoristas, también los poetas y los novelistas dicen en el marco de la ficción lo que a veces es indecible. No es casual que otra célebre sentencia a muerte como acto de censura del islamismo extremo –un edicto religioso, fatwa, del ayatolá Khomeini– fuera en 1988 contra el escritor Salman Rushdie por la supuesta irreverencia con que trató a Mahoma en su libro Los versos satánicos. La amenaza se hizo extensiva también a quienes editaron el libro y con varios de ellos sí se cumplió: el traductor del libro al japonés fue asesinado en Tokio, el traductor italiano fue apuñalado en Milán y el editor noruego de Rushdie fue tiroteado frente a su casa en Oslo. Y la última tapa de Charlie Hebdo se dedicó al escritor Michel Houellebecq, quien acaba de lanzar su libro Sumisión, donde proyecta una Francia presidida en el año 2020 por un musulmán.

Con Mahoma, no. En 2005, el diario danés Jyllands-Posten publicó doce caricaturas de Mahoma (la que más enfureció a los radicales islamistas fue una en la que escondía una bomba en su turbante), los dibujantes fueron amenazados de muerte y un simpatizante del movimiento islámico somalí Al Shabab y de Al Qaeda en Africa oriental atacó con un hacha la casa de uno de los caricaturistas.

En solidaridad con Jyllands-Posten y sus dibujantes, las doce caricaturas de Mahoma fueron republicadas por diarios y revistas de todo el mundo y en Francia por Le Canard Enchaîné, France Soir y, no casualmente, por Charlie Hebdo.

El humor puede ser un factor de cambio como también un instrumento conservador.

Con ese mismo espíritu de defensa también del derecho a blasfemar, es que PERFIL reproduce ahora completa la edición de Charlie Hebdo que sentenció a muerte a sus ilustradores en 2011. Esperemos que esta vez sea sin consecuencias: en la Argentina ya hubo en los años 90 dos atentados con más de un centenar de muertos promovidos por el fanatismo religioso.

La caricatura consigue “sacarles una foto a los dioses”, desacraliza. Los humoristas de Charlie Hebdo militaban por satirizar al islamismo hasta que fuera “tan inocuo como el catolicismo”. Pero, casualmente, para que el humor sea liberalizador y subversivo precisa que se viole algo establecido. Umberto Eco escribió: “No hay Carnaval posible en un régimen de absoluta permisividad y de completa anomia, puesto que nadie recordaría qué es lo que se pone en cuestión. Lo cómico, lo carnavalesco, el momento de transgresión, sólo puede darse si existe un fondo de observancia indiscutible. En este sentido, lo cómico no sería del todo liberador, ya que, para poder manifestarse como liberación, requeriría el triunfo de la observancia. Y esto explicaría por qué el universo de los medios masivos es al mismo tiempo un universo de control y regulación del consenso. Lo cómico no tiene necesidad de reiterar la regla porque está seguro de que es conocida, aceptada e indiscutida y de que aún lo será más después de que la licencia cómica haya permitido –dentro de un determinado espacio y por máscara interpuesta– jugar a violarla”.

No es la libertad de prensa sino la de expresión la que fue atacada. Charlie Hebdo no hacía periodismo pero la libertad de expresión trasciende en mucho al periodismo.

El humor, la sátira o la degradación paródica pueden ser un factor de cambio pero, también, un instrumento conservador. Eso sucede cuando quien lo ejerce lo hace desde la convicción de su propia superioridad. El racismo o el fundamentalismo religioso son sus ejemplos más peligrosos.