COLUMNISTAS
Preservar la vida

Derecho dúctil, leyes sólidas

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En Italia se puso de moda en la última década el concepto de “derecho dúctil” para reflejar que, si bien tenemos Estados constitucionales sólidos, la ductilidad del derecho es parte necesaria de un mundo en constante evolución. Se ha criticado mucho a Zagrebelsky el desarrollo de este concepto. Muchos entendieron con lógicos temores que estaba horadando el muro de la legalidad jurídica. Una crítica parecida recibió Robert Alexy en Alemania. El derecho dúctil es para muchos un derecho demasiado incierto. Un derecho demasiado “flexible“ en nombre de supuestos principios (morales) de justicia, superiores y previos a cualquier Constitución, que en todo caso se basan en tales principios, pero que tampoco resultan tan obvios ni sobre los cuales tampoco existe en cada sociedad un acuerdo unánime. No todos priorizan lo mismo ni perciben como justa la misma situación. Por eso hacen falta Constituciones y leyes escritas: para tener algo de certeza. Por eso es importante la ley.

El desafío que hoy enfrentan nuestras sociedades liberales parece sin embargo darle la razón a este constitucionalista italiano. Porque nuestras libertades se han visto abierta y repentinamente recortadas en nombre de un objetivo noble: preservar la salud pública, resguardando nuestras vidas. Los masivos recortes de libertades civiles no parecen irrazonables ni desproporcionados, aunque son profundos. Nos enfrentamos a un mundo nuevo. Nunca hemos tolerado al mismo tiempo, a escala global, un recorte de derechos y libertades semejante al que hoy estamos viviendo. Esto abre interrogantes.

Vayamos a las críticas que este recorte ha recibido. Muchos han dicho que con estas medidas se restringe nuestra libertad. Podemos invertir este razonamiento: para sostener la rueda liberal del comercio se pide sacrificar mano de obra, mandando a una muerte “libre” y segura a miles de trabajadores o sus familias. Porque hay suficientes trabajadores de reserva para reemplazar a los que fueran (y se espera que vayan) muriendo (los que el Papa llamó “verdaderos héroes”). Sus vidas conformarían meras planillas de “costo“ de “recursos humanos”. Esto es lo que se le pide al Gobierno cuando se le pide o recomienda, en medio de una pandemia, “no parar la economía”. Como si la vida –de muchos trabajadores– valiera menos que el sistema económico y las ganancias financieras globales que este aparato sostiene.

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El Estado social de derecho tiene por meta preservar la vida de las personas. El Estado neoliberal prefiere sacrificar en el altar de la eficiencia del libre mercado la vida prescindible y descartable de miles de seres humanos. Sucede a diario cuando vemos miles de migrantes morir ahogados en el mar o chicos pobres revolviendo la basura. Se representa todo esto como un “costo” demasiado “caro”. Salvarlos es un “costo” que al parecer ninguna democracia quiere pagar.

El gobierno argentino no se equivoca al preservar la vida por sobre la economía. Envía un mensaje claro a los ganadores del sistema financiero. Empieza así a desandar un camino instalado en el orden global, donde las ganancias importan más que las personas y circulan con mayor libertad que ellas. La oportunidad es volver a rescatar y a valorar la vida, cada vida, como un fin en sí mismo. No como un recurso o engranaje (sin derechos o cuyos derechos laborales se representan además como un “costo”, o como una “carga”) de ninguna economía “libre”. Las que deben volver a poder ser libres son las personas. Libres de no pasar hambre, privaciones. Porque ahí también se juega la libertad.

La civilización inca tenía un saludo: yo soy tú. Tal vez sea hora de volver a escuchar nuestra historia, una historia arrasada por una civilización que ha horadado, con su sistema de extracción, industria voraz y comercio desenfrenado (al que llama “progreso”), la salud de nuestra tierra y de nuestras comunidades originarias, cuyas formas de vida merecen no solo respeto, sino especial atención en esta hora difícil.

 

*Director de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado (ECAE).